Hambre

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Una mujer pide dinero en un parque de Union Square (Nueva York). / Anna Grau

Navidad, dulce Navidad. Faltan meras horas para la Nochebuena cuando salgo a la calle llena de júbilo: por las fiestas y porque por fin conseguí acabar un libro que tenía que entregar y al que me he estado consagrando en régimen de ilusionada esclavitud (y hasta aquí puedo leer, ya os contaré). La satisfacción del deber intelectual cumplido puede ser tan intensa o más que muchos orgasmos. Salgo pues a la calle sintiéndome capaz de dar besos de tornillo a la entera Humanidad.

Hasta a la negra borracha que se monta conmigo en el autobús 38, uno de los que cruzan mi actual barrio de Brooklyn, que tiene un delicioso punto entre bohemio-alternativo y cutre. Soy vecina de artistas y de negros colgados. Mucho. No es extraño que yo sea la única blanca del autobús y en alguna ocasión me ha tocado vivir escenas de racismo inverso. También de hacer de Rosa Parks al revés; ella fue la primera negra que en 1955 se negó a ceder a un blanco su asiento en un autobús de Alabama, a mí me gusta pensar que soy la primera blanca que se ha enfrentado a grito pelado con el conductor de un autobús de Nueva York porque no dejaba subir a un niño negro sin dinero ni permitió que le pagáramos el billete varios pasajeros que nos habíamos ofrecido a hacerlo. Recuerdo que le grité: “Si tuvieras más cerebro y más humanidad, no tendrías esta mierda de trabajo”. Y toda la negritud del autobús mirándome atónita.

Me bajo del autobús y entro en un establecimiento de la cadena Dunkin’s Donuts. El dónut no es para mí, es para mi hija pequeña. Dice mucho de mi amor de madre que esté dispuesta a entrar ahí; un Dunkin’s Donuts puede ser un agujero negro que va de la América profunda al infierno pasando por las novelas de perdedores alcohólicos, impotentes y en paro de Raymond Carver. Son así unos cuantos clientes habituales (los que compran los dónuts de quince en quince) y todos y cada uno de los empleados.

Cuando tengo prisa me ponen de los nervios; por la lentitud y la estolidez con que tardan en entender que pueden quedarse los diez centavos de la vuelta, por cómo pueden bloquearse con detalles absurdos. La mujer que está delante de mí pide un café pequeño. Le dicen que sólo lo hay mediano o grande. Ella contesta, pues vale, el pequeño. Y la dependienta, obtusa: que no, que pequeño no hay, que tiene que ser mediano o grande. Y la clienta: pues el más pequeño posible, por favor. Y la otra: pero entonces, ¿mediano o grande? Hasta que yo estallo: “¡Póngale el café mediano, por el amor de Dios!”

Llega la hora de pagar y del lío. La mujer saca un cupón que ha recortado de una revista y se extraña de que no le cubra el importe del café, que es más caro de lo que ella pensaba. La discusión se prolonga algunos minutos más. Por fin la mujer exhuma de su bolsillo un par de arrugadísimos billetes y se lleva ávida a la boca su taza de papel conteniendo una sopa de café infecta.

Imagen de una campaña contra el hambre infantil en EEUU. / nokidhungry.org

Compro mi dónut y salgo de nuevo a la calle, consciente de que estoy en tiempo de descuento. Si quiero preservar el feliz espíritu navideño que me embarga es urgente volver a casa pero ya. Encerrarme entre mis cuatro muros felices y dejar de encontrarme gente que está jodidísima con la crisis. Por supuesto en Estados Unidos siempre ha existido la white trash, la basura blanca (y de otros colores), la gente tan pobre y tan frágil que a la mínima pierden pie y caen como fardos al abismo. Y sin ni la más leve tela de araña que les frene en su caída.

A menudo viven de food stamps, unos cupones que el gobierno reparte para que los que no tienen nada puedan comprar comida. Y que a menudo ellos utilizan para comprarse otras cosas, como la negra borracha del autobús. Hablamos de gente que te pone a prueba porque no sabes qué te da más miedo, su miseria o lo mal que la gestionan. ¿Son tan pobres porque son así, como creen en América, o son así porque son pobres, como preferimos pensar en Europa?

Como digo, este submundo siempre ha existido, pero no siempre asoma por todas partes como ahora. Leo en la CNN que las vacaciones de Navidad son un período de alerta roja en 44 millones de familias que dependen de los comedores escolares para que sus hijos coman lo imprescindible. Un 16 por ciento de familias de Estados Unidos mandan a sus hijos a la cama con hambre cuando la escuela está cerrada. Varias entidades sociales que habitualmente reparten comida extra a esos niños (con la idea de que les sobre para llevar a casa y puedan comer también los adultos, a los que les da más vergüenza recibir y pedir), doblan y triplican las raciones antes de Navidad, por si acaso. Y se esfuerzan en repartir raciones que no requieran pasar por el microondas. Saben que no en todas las casas hay.

De verdad que no cuento todo esto para amargarle las fiestas a nadie. Ni para desmerecer a Estados Unidos o presentarlo como el infierno de los pobres. Lo es, pero ser pobre es infernal en todas partes. En España hay más red social para amortiguar el golpe pero a lo mejor por eso mismo el drama queda más entreverado y pasa más desapercibido. A lo mejor hay menos negras borrachas en el autobús y más hidalgos del Lazarillo de Tormes, ese personaje que sale a la calle hurgándose la hambrienta boca con un palillo, para aparentar que ha comido.

Esta crisis tiene más esqueletos en el armario de los que parece. Sin duda hay que mantener los ojos bien abiertos. Saldremos adelante (un día u otro), como dice el rey. Pero el horror y la desesperación que nos cercan exigen algo más que patriotismo. Va a hacer falta mucha imaginación y mucha calidad social y humana para acometer las reformas que son necesarias (que yo también lo creo) sin que medio mundo no se nos quede en la cuneta. Que Dios vuelva a nacer rápido y nos ayude.

5 Comments
  1. el andaluz says

    Te felicito por tu magnifico articulo, la Navidad también es acercarnos a la realidad y a los que mas sufren y contarlo es una evidencia de humanidad.Resulta preocupante que el pais mas poderoso de la tierra sea incapaz de atender las necesidades basicas de sus ciudadanos.
    Inmoral, que Dios les ayude a reflexionar…

  2. enrialfa says

    Imaginais las food stamps en España? lo de los Usa es de traca.
    Felicidades por el artículo.

  3. Jonatan says

    En España, los comedores de caridad están llenos de hombres de 35 o 40 años.

  4. keko says

    felicidades por el artículo! me ha encantado!! ya me pica la curiosidad sobre tu libro…no puedes dar alguna pista sobre de que trata??

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