Qué me van a enseñar a mí de memoria histórica que no sepa ya. A mí, que ya lo he visto todo. ¿Seguro? Llega a mis manos El exilio periodístico español, de 1939 al final de la esperanza, título de la tesis doctoral del compañero Luis Díez, que hace más o menos un año se convirtió en un libro de la colección DePeriodistas, publicado por la Asociación de la Prensa de Cádiz. Llego tarde a hacerle publicidad (me dicen que el libro está agotado) pero no a hacerle los honores, espero.
El libro reconstruye la peripecia, por decirlo amablemente, de 500 de los 20.000 españoles exiliados en México después de la Guerra Civil que eran periodistas y que como tales vivirían en el país donde pensaban encontrar refugio temporal y que se los acabó tragando como una “prolongación de la patria”. Así lo describía uno de ellos, Eulalio Ferrer, futuro revolucionador y casi reinventor de la publicidad en lengua hispana –el presidente Kennedy llegaría a pedirle consejo para dirigirse a la comunidad latina de Estados Unidos–, plantando cara al marketing y a los usos mentales yanquis con vocablos nuevos como “mercadotecnia” y con el arma invencible del Quijote. Esa sólo aparentemente herrumbrosa lanza de una lengua inmortal que Ferrer estudió en sus largas horas de refugiado prisionero en Francia. De ahí sacó el genio para descifrar el espíritu –y el orgullo– de un pueblo y hablarle en línea recta al corazón.
Que Ferrer lo tenía, biengrande y bien palpitante, queda claro cuando, en el momento de cruzar la frontera francesa como derrotado, vislumbra a Antonio Machado muriéndose de frío (y de más cosas), abrazado a su madre bajo una escueta manta. Sin pensárselo dos veces, Ferrer se quita su propio capote militar, que no es que a él le sobrara, y se lo da al gran poeta. Da igual que este lleve escrito en la cara que le quedan muy pocos días de vida.
Esta es sólo una de las desgarradoras historias perdidas que vuelven a casa en el libro de Luis Díez. Este se puede leer como quien va armando con cuidado y con paciencia el rompecabezas de cierto olvido, más curioso desde el momento en que atañe a los practicantes de un oficio cuya esencia es sacar a la luz las cosas. Por ejemplo, quién mató a Trotsky. Fueron dos periodistas españoles en México, Rafael Sanchís Nadal, en el diario Novedades, y Víctor Alba, en Excelsior, los que hicieron decisivas contribuciones al esclarecimiento del asesinato del dirigente soviético caído en desgracia. Sanchís reconstruyó el asesinato casi paso a paso, obtuvo la primera entrevista en exclusiva con el asesino (aún antes de saber ni quién era) e informó de las amenazas contra el juez por parte de los sicarios estalinistas. Alba se dio cuenta de que el asesino de Trotsky era catalán y tiró del hilo clave para establecer que se trataba del hoy tristemente famoso Ramon Mercader.
Engancha y emociona leer las andanzas de estos reporteros españoles que en los años 40 en México ejercen su oficio con un ardor y una eficacia que no tienen nada que envidiar a las que treinta años después en Washington mostrarán Bob Woodward y Carl Bernstein, los jóvenes sabuesos de The Washington Post que se lanzarían tras la pista del caso Watergate. Y es que uno de los rasgos distintivos del periodismo español exiliado en México es el triple salto mortal que sus protagonistas van a dar, dejando atrás la gran prensa romántica, ideológica y de “porque-te-lo-digo-yo” que se hacía en España en el siglo XIX y principios del XX (vamos a hacer como si no nos diéramos cuenta de que aún se hace) y sumergiéndose hasta las cachas en la prensa de muchos hechos, muchos datos, mucha noticia pura y dura y mucho ver-y-tocar que venía pisando fuerte en América.
Lo que vale para el periodismo vale para la Historia, que en las vidas de estos exiliados experimenta una constante y dialéctica tensión. Así encontramos una épica entrevista exclusiva con el gran último defensor de la Madrid sitiada por los franquistas, el general Miaja, y a la vez nos enteramos de cómo la antigua diputada socialista Margarita Nelken fue hostigada en México por sus compatriotas comunistas, en cuyas filas militaba, por cierto, algún que otro denegador profesional del asesinato del dirigente del POUM Andreu Nin en España.
Lo mejor de esta investigación y de este libro es precisamente eso: su “adultez” histórica, su férreo y admirable compromiso con todas las caras de la verdad y con toda la inteligencia del lector. Yo creo que a muchos lectores de cuartopoder.es no se les escapa que el compañero Luis Díez es una persona de izquierdas. Lo cual le impulsa pero no le ciega. Así ha sabido rescatar para nosotros una memoria madura, compleja y civilizada, tan llena de denuncia de la injusticia como de sutileza con los humanos claroscuros, que la vida en el exilio y en el extranjero pone bajo una especie de lente de aumento.
Seguramente en la Historia, más que buenos y malos, hay piratas y honestos, o follones y caballeros, que diría aquel que nació en un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. Ni falta que hace, pues si de verdad llegara a olvidárseme, seguro que alguien en México ya se acuerda por mí.
Sra. Grau le sigo habitualmente en cuarto poder y le felicito por sus articulos, algunos de gran calidad.Le animo a que nos siga deleitando con la palabra.
Feliz 2011
La emoción de la lectura es un vicio solitario; gracias por compartir.