Haití, una eternidad después

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Un grupo de haitianos, durante la ceremonia celebrada ayer miércoles entre los escombros de la catedral de Puerto Príncipe. / Andrés Martínez Casares (Efe)

Ayer se cumplió un año desde del devastador terremoto cuyo epicentro, a 10 kilómetros de Leogane, sacudió Haití. Algunos dirán que esa tragedia dio inicio a un sinfín de infortunios, entre los que destacan una tormenta que llega prácticamente todos los años y el cólera. Pero no fue el comienzo de nada, sino una masacre que acabó con más de 220.000 vidas en medio de una tragedia que dura ya demasiadas décadas.

Por supuesto, hay quien se empecina en decir que lo sucedido fue un desastre natural, como si Dios o la Madre Naturaleza hubieran decidido castigar a pecadores, negros o quién sabe qué. Cuando la realidad es que se trata de catástrofes evitables si la deforestación no hubiera mermado las capacidad de drenaje y detención de aguas torrenciales de la tierra. De hecho, el 20% de los terremotos más violentos registrados cada año se dan en Japón y  rara vez causan víctimas mortales, y además, apenas un mes y medio después del seísmo que sacudió Haití (7 Richter), uno de magnitud 8,8 se cobró 521 víctimas en Chile; no 220.000.

¿Y la ayuda?

Doce meses después la situación no ha mejorado. Se ha criticado a todo el que se pudiera criticar por no haber hecho nada con los miles de millones que se habían enviado. Pero, ¿realmente se enviaron? ¿Alguien ha pensado a fondo en este pequeño detalle? Se comprometieron más de 10.000 millones de dólares. La mitad, para ser honestos, es condonación de deuda; recursos que, por tanto, nunca llegarán. De la otra mitad, que presumiblemente algún día irá a su destino, se ha entregado sólo un 10%. ¿Por qué?  En primer lugar, porque existe un tiempo más o menos laxo entre el momento de la catástrofe que sale en los medios y conmueve a todo el mundo, por lo que los Gobiernos deben hacer anuncios en ese instante, y el momento en el que los recursos están realmente disponibles. En segundo lugar, ¿recordamos que estamos en crisis? Ni los estados se sienten tan libres a la hora de donar recursos, ni los contribuyentes a la hora de compartir impuestos que no serán destinados a programas dentro de sus propias fronteras. “Para que se lo quede un Gobierno corrupto allí, mejor que se quede aquí” se puede escuchar.

Debemos ser conscientes de que los problemas de Haití no surgieron el 12 de enero de 2010 y no finalizarán mañana: El país sufre  una profunda debilidad institucional, carencia de recursos, dificultad para hacer cumplir la ley y un largo etcétera, que no se soluciona removiendo escombros. Los Estados son soberanos y el que nos ocupa requiere de un apoyo prolongado en el tiempo, pero no de una ocupación, ni de sustitución de poderes ni de funciones, que es donde parece haber errado la Minustah, probablemente por una voluntad impuesta desde el norte del continente.

Si sólo se contempla dar respuesta puntual a un brote de cólera, sin comprender que un país con un servicio público de salud o con gente que pudiera pagar tratamientos privados no requeriría de nuestra ayuda; si la única solución que se baraja es la remoción de escombros sin tener en cuenta que en un país con unas mínimas normas de construcción y urbanismo habrían perecido 10.000 personas y no 220.000; si la visión del mundo desarrollado se limita a levantar la voz y rememorar fechas puntuales, no se solucionará nada . No hacemos nada cosiendo un parche en una piscina rasgada por todas partes, salvo sentirnos bien con nosotros mismos.

En este contexto, en esta realidad, en este país olvidado –salvo por el foco de atención del terremoto, el cólera y su primer cumpleaños–, empobrecido, debilitado, carente de instituciones, sin presupuesto para políticas públicas, sin agroindustria, sin industria, sin sector terciario y con una economía de subsistencia no hay esperanza; de momento.

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