Una de espías (o quizás de indios) en El Cairo

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Barack Obama observa un documento que le muestra el director de la Inteligencia Nacional, James Clapper, en el Despacho Oval, el pasado día 3. / Pete Souza (whitehouse.org)

La noche del 30 de mayo de 1961 Rafael Leónidas Trujillo fue abatido a tiros en una emboscada en la Avenida George Washington de Santo Domingo, que por aquel entonces se llamaba Ciudad Trujillo. Era este sólo un detalle de una dictadura extravagantemente cruel y corrupta que había durado treinta años, la mayoría con apoyo de Estados Unidos. Y en cambio los ejecutores de Trujillo (hay gente a la que es imposible asesinar, que sólo cabe ejecutarla) llevaban armas de la CIA y no es nada improbable que hubieran recibido de ella otros incentivos y pertrechos.

Sin duda aquella fue una transición algo más cutre que la que acabamos de presenciar en Egipto, donde las apuestas sobre el papel jugado exactamente por Estados Unidos son tan variadas que ya rozan el cómic o el chiste. Hay análisis para todos los gustos, empezando por el de que Obama iba completamente vendido por la CIA, que no se enteró de nada, y por los pesos pesados de su propia diplomacia (Hillary Clinton, Joe Biden), a los que les llevó un rato abrir incluso espacio mental para la hipótesis de un Egipto sin Mubarak. En cambio por otro lado Wikileaks exhuma cables que dejan constancia de que la embajada americana en El Cairo ya había detectado por lo menos desde un año antes que en Egipto así no se podía seguir, y hasta había hablado con voces de la oposición a Mubarak, como pidiéndoles consejo sobre el camino a seguir. ¿Sería entonces todo lo que ha pasado una jugada maquiavélica de las mentes más retorcidas de la Casa Blanca y del Pentágono? La plaza Tahrir, ¿central de la CIA en el Nilo? Todos esos manifestantes, ¿unos pringados al servicio del imperialismo sumergido sin saberlo?

Encabezamiento del cable de la embajada de EEUU en Egipto, revelado por Wikileaks . / Captura de wikileaks.ch

A favor de ahondar en semejante sospecha jugaría incluso el artículo publicado el pasado 11 de febrero en The Wall Street Journal por José María Aznar, reproducido en España por ABC y La Razón, y citado bastante menos por la prensa progresista. En parte se comprende porque no era un artículo fácil de entender ni de digerir si se estaba a favor de la revuelta popular contra Mubarak pero a la vez se estaba convencido de que si Aznar defiende algo, ese algo siempre tiene que ser la tiña. Pues Aznar defendía apoyar a los egipcios que pedían democracia en la plaza. Era un artículo que podía haber firmado perfectamente cualquier analista de centro-izquierda.

Ciertamente la vida está llena de paradojas así. Por ejemplo estos días hemos visto a José Bono pasearse tan ufano por ese vergel democrático que es la Guinea ecuatorial de Teodoro Obiang, mientras Aznar es sospechoso de haber apoyado en 2004 un golpe de Estado (fallido) contra ese dictador en el que también habría participado Mark Thatcher, el hijo de la exprimera ministra británica. Otro día daremos más detalles sobre este sabroso asunto, que no tiene desperdicio.

Pero para no desviarnos demasiado del tema de hoy: a la vista de los cables de Wikileaks, ¿significa el artículo de Aznar que en realidad los que parecían los malos en Egipto ahora resulta que son los buenos, y al revés? Seguramente todo es mucho más sencillo y a la vez más complicado. Como dice Bill Keller de The New York Times (y suscribo yo con permiso del extenso club de cheerleaders de Julian Assange), de Wikileaks hay que tomar siempre lo bueno, que son los documentos, pero para sacar algo en limpio hay que poner de cosecha propia lo que a Wikileaks en general le falta: “contexto, matices y escepticismo”.

Un poco de contexto: un cable confidencial de una embajada es una parte, no es un todo. Diga lo que diga no lo podemos dar por bueno sin leer otros cables (que podrían decir perfectamente lo contrario) y sobre todo sin saber en qué quedó todo aquello. Cuál fue el resultado. A lo mejor las recomendaciones de la embajada se estudiaron con mucha atención en Washington, a lo mejor fueron directamente a la papelera. Es lo que por ejemplo criticaba el estudioso de los servicios secretos españoles Antonio M.Díaz Fernández al gobierno del PP, cuando desclasificó un puñado de documentos secretos del Cesid para “demostrar que el gobierno no mentía” cuando en las horas posteriores a los atentados del 11-M afirmaba que la autoría de ETA era la primera línea de investigación. Cualquiera podía dar esa impresión desclasificando selectivamente los papeles que concordaran más con esa hipótesis, y manteniendo clasificados los que la contrariaran. Especialmente en las crisis el material de inteligencia tiende a ser tumultuoso y plagado de contradicciones.

Un poco de matices: que diplomáticos norteamericanos se reúnan con disidentes u opositores al dictador de turno puede levantar bandadas de ilusión en el corazón de algunos, pero no necesariamente precede ni equivale a un cambio de tercio o de política. En España representantes de Estados Unidos se estuvieron reuniendo informalmente con miembros de la oposición no comunista al franquismo durante años en los que no tenían ninguna intención de retirar su apoyo a Franco. José Federico de Carvajal, expresidente del Senado, afirma en sus memorias “El conspirador galante”, publicadas este mismo año por Destino, que un representante de la CIA en Madrid, que además era descendiente de Teddy Roosevelt, le invitó varias veces a comer y llegó a preguntarle qué tenía que decirle el presidente Einsehower a Franco cuando se reunieran. Lo más probable es que fuera el número cuatro, cinco o seis de la embajada y que comentara aquello para tomar nota de la reacción para sus propios propósitos, que para nada incluían favorecer al PSOE de la época, como resultó evidente con el tiempo. Esa es la ventaja de desvelar secretos en pasado y no en presente, que uno puede sumar dos y dos con más facilidad que cuando todo está en caliente.

Obama, el pasado viernes, repasa el discurso que pronunció tras conocerse la renuncia de Mubarak, / P. S. (whitehouse.org)

Un poco de escepticismo: sinceramente creo que pretender que Estados Unidos instigó la revuelta de la plaza Tahir es ofensivo para los manifestantes y es en exceso halagador para Estados Unidos, que raramente se muestra tan sutil. Véase si no el caso de cómo hicieron limpieza de Trujillo al darse cuenta de que aquella dictadura, además de inmoral, era demencial y no tenía ningún futuro. Y que al día siguiente podían florecer el caos y el comunismo.

Visto lo visto yo me inclino a pensar que el estallido en el mundo árabe pilló de verdad a la Casa Blanca con el pie y la inteligencia cambiados. Que no se lo esperaban. Eso sí, cuando asimilaron lo que estaba sucediendo, el genio, la figura o simplemente la suerte de Barack Obama volvieron a resplandecer como en los mejores días del Yes, We Can. El tipo fue rápido, fue listo y supo atender antes a sus asesores y diplomáticos más jóvenes, y menos maleados por el paradigma de que Hosni Mubarak era el mal menor en Egipto y en Oriente Medio. Obama supo ver que se le abría una ventana de oportunidad, y aprovecharla.

¿Una oportunidad para qué? Pues en primer lugar para hacer limpieza de un dictador amigo pero podrido hasta la médula, con pretensiones de que le sucediera su hijo, en el mejor estilo de Corea del Norte, llevando el país a un grado de desesperación crónica que sin duda era el mejor caldo de cultivo para los Hermanos Musulmanes y otros extremismos. Está por ver hasta qué punto la caída de Mubarak dará paso a una verdadera democracia o al mismo régimen con otro collar. Pero incluso si fuera así todos saldrían ganando: el pueblo egipcio porque la represión debería moderarse y la corrupción mitigarse, los aliados internacionales porque se habría conjurado, de momento, el peligro de que un vacío de poder encumbrara a los islamistas furibundos.

El genio es haber visto esto a tiempo, haber captado la onda. Con lo cual lo de la plaza Tahrir no sería una idea de Estados Unidos, aunque sin duda sí algo que Estados Unidos ha permitido. Obama ha administrado inmejorablemente los tiempos y los discursos, que en eso sí que es el amo, y ha quedado como que Washington propone pero no dispone. Y todo el mundo en El Cairo ha tenido su momento de éxtasis democrático. Sus quince minutos de júbilo.

Más ventajas para Estados Unidos: gana así libertad de movimientos bajo el radar, para reconfigurar sus alianzas en Oriente Medio y en el mundo árabe. Obama hacía tiempo que le tenía ganas a los compromisos heredados de George W. Bush y otros presidentes. Por ejemplo, hace rato que Obama le tiene ganas a Israel, y más que específicamente a Israel, al gobierno Netanyahu, que tiende a ir por libre de una manera para nada halagüeña para los intereses norteamericanos. Si Obama fuera John McCain, Netanyahu sería su Sarah Palin.

Eso en parte se debe a que Israel cada vez depende menos, o percibe menos que dependa, de Estados Unidos. No para existir, por lo menos. Entonces tira de agenda propia, poniendo a veces en aprietos a Washington, que ni se puede desentender, ni puede asumir eternamente los costes de decisiones políticas que no comparte. Por ejemplo la aparición de nuevos asentamientos judíos en los territorios en disputa, cuando el reto es ver cómo se cierran los más comprometidos, léase Ariel, Maale Adummim o Efrat.

Hay quien cree que el mundo árabe no es antiamericano por el apoyo de Estados Unidos a Israel sino todo lo contrario, que Estados Unidos decidió históricamente apoyar a Israel porque se sentía amenazado por en el mundo árabe y sus fanatismos a la soviética. Esto podría cambiar ahora o por lo menos matizarse mucho. Si Obama tiene la oportunidad de barajar alianzas y por ejemplo apoyarse menos en Arabia Saudí y más en Pakistán, refundir toda su relación con Irán y descargar de simbolismo lacerante sus tratos con Israel (dando menos apoyo cuantitativo, y haciéndolo más selectivo y cualitativo), todas las partes podrían salir ganando. Judíos, palestinos, árabes, yanquis de buena voluntad y hasta los neocon como Aznar, ya que parece que lo de propagar la democracia ajena vuelve a estar de moda, como apuntaba este fin de semana The New York Times. ¿Aún veremos a los de las Azores en los altares?

3 Comments
  1. Aguila says

    Todavia todo es muy prematuro para saber que va a pasar, solo el tiempo dira. El Medio Oriente es una caja de Pandora.

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