En Park Slope, uno de los barrios más bonitos de Brooklyn (ahí vive Paul Auster, y mucha otra gente que no por ganarse estupendamente la vida ha dejado de tener una mentalidad guay, consumir comida orgánica, ir en bicicleta, etc) existe la mítica Park Slope Food Coop. Como su nombre indica es una cooperativa para comprar alimentos. Sus miembros son familias progresistas de mente y sanas de cuerpo, en general con hijos (Park Slope es una especie de Sex and the City para parejas jóvenes con niños) que han aunado esfuerzos para conseguir productos más frescos y mejores, procedentes de las granjas upstate New York, etc.
La coop es consciente de que en sus filas milita mucho profesional liberal de éxito y hasta triunfador, pero su divisa y casi su obsesión es eliminar las diferencias sociales. ¿Cómo? Pues todos y cada uno de los socios de la cooperativa, aparte del dinero que gastan en ella, tienen que poner tiempo de trabajo: una media de dos horas y cuarenta y cinco minutos al mes. Pueden elegir la tarea (uno apila cajas de fruta, otro dispone los quesos para que se vean apetecibles, otra se ocupa de tareas de administración), pero lo que no pueden es escaquearse. Ni comprar bulas o exenciones del trabajo con dinero. Las faltas se castigan con la obligación de trabajar todavía más horas y, en casos de extrema gravedad, pueden llevar a la suspensión del carnet de la cooperativa y del derecho de comprar en ella.
No sólo eso sino que tienen que trabajar todos los adultos que viven en un hogar afiliado a la cooperativa y que se benefician de sus ventajas. Tienen que pringar todos los mayores de edad. Rollos de una noche están exentos pero si se quedan a dormir muy seguido ya pueden entrar en el inquisitivo radar de la cooperativa, que no duda en pedir hasta certificados de nacimiento para comprobar que los socios tienen hijos.
Cada cierto tiempo salen en la prensa noticias de la coop, en cuyas filas milita una amiga mía que siempre ha querido arrastrarme a verla. Yo me resisto porque, aunque los kibbutz siempre me han fascinado, digamos que la militarización igualitaria me da pavor. No lo puedo evitar, lo opresivamente asambleario me mata. Desconfío del mal menor y del bien común.
Cada cierto tiempo salen noticias de la coop, decía, y mi amiga siempre se queja de que en general las firman disidentes del invento. Trotskistas resentidos, para entendernos. Ya hubo un caso hace años, de una exsocia que se quejaba de los excesos punitivos de la organización, y de cómo a veces estos se ventilaban a gritos en medio del pasillo. Para que te empujen a la autocrítica pública basta haber dejado el carrito en la cola de la caja para volver atrás en busca de algo que se te ha olvidado, denunciaba esta misma semana The New York Times.
Pero lo más gordo que denuncian ahora es otra cosa, es un escándalo mucho más mayúsculo: resulta que algunas familias de listos han encontrado la manera de burlar la severa norma del trabajo voluntario a la cubana (todos sin excepción a cortar la caña, como decía el Che Guevara...), sin exponerse al merecido castigo. Los enemigos del pueblo se aprovechan de un resquicio de la norma, el que permite que un miembro de la familia asuma la carga de trabajo del otro…sólo que en vez de delegar el padre en la madre o viceversa, o ambos en el hijo adolescente, delegan todos y cada uno en la niñera. Que es la que se hincha a meter horas (cobrando, por supuesto) y hala.
Horror en el falansterio. ¿Cómo ha sido posible semejante perversión del exquisito principio igualitario? ¿Cómo ha podido corromperse el paraíso de los iguales hasta tal punto? La última vez que se vio un escándalo como este en Park Slope, fue cuando se descubrió que en la mayoría de los restaurantitos étnicos y superencantadores del barrio los lavaplatos y los repartidores eran inmigrantes ilegales contratados por debajo del salario mínimo. ¿Quién lo iba a sospechar, con lo barato y lo bueno que era todo?
Aquello fue un trauma social, pero esto ha sido un disgusto de familia. Porque la coop es un invento entre idealista y mafioso, un experimento muy intenso, un bastión de superioridad moral preservado de los furiosos embates del capitalismo y el egoísmo. ¿Rodarán cabezas?
Y el caso es que si se aceptan consejos a mí me gustaría mandar uno, ahora que no me oye mi amiga la apparatchik: ¿alguien en la dichosa coop se ha parado a revisar la estrategia revolucionaria y la ha contrastado con la pura y dura realidad? ¿Qué pasa si a día de hoy la mayor desigualdad social no se da entre los que tienen más o menos dinero, sino entre los que tienen más o menos tiempo? ¿Cómo saben cuál de las dos es una riqueza mayor y más urgente de redistribuir?
Decía al principio que Park Slope es un asentamiento tomado por familias de profesionales liberales con hijos. Es decir, que tienen que multiplicarse y subdividirse para cuadrar horarios supersónicos. Lo que es yo –y supongo que muchas madres de Park Slope, y un puñado creciente de padres-, en este momento de mi vida antes regalo cien dólares que cinco horas de mi tiempo. De eso vive mi babysitter, por cierto.
No es que me parezca de buen gusto mandar a la niñera a la coop; yo que soy una bruta habría ido de frente, me habría enfrentado al sistema, señalando sus contradicciones. Les haría ver que su inflexibilidad puede ser tan inadvertidamente reaccionaria como el de que se opone a que las grandes superficies comerciales abran los domingos, pensando en los obreros de las superficies comerciales pequeñas, pero, ¿qué pasa con las obreras madres y con los obreros padres que entre semana no tienen tiempo de hacer la compra? ¿Se tienen que dejar el doble de pasta?
Pero claro, seguro que yo habría aparecido con un piolet clavado en la cabeza. Por eso mejor ni me acerco.
Esta noticia constata que la condición humana tiene sus fallos. La idea es buena, otra vez, pero me da q
Esta noticia constata que la condición humana tiene sus fallos. La idea es buena, otra vez, pero me da que se les ha cruzado le rémora puritana. Ni sisquiera los anglos son perfectos. ¡Qué se le va a hacer! Bonita nota, Grau.