Decíamos ayer que algo huele raro en Abbottabad. Pues anda que los efluvios que vuelven a llegar de Guantánamo. Ahora resulta que hay que dar por bueno que el primer cabo para tirar del hilo que llevó a la localización de Osama Bin Laden se obtuvo “interrogando” a un interno de esa prisión. Que algunos ya se atreven a reivindicar como un mal necesario, como sugiriendo que pidan perdón todos los que la criticaron y critican.
Siguiendo con la línea escéptica que apuntábamos en el último artículo, ¿qué pasa si aquí no ha habido una brillantísima labor de inteligencia, sino un mero y duro chivatazo, alguien que vendió a Bin Laden a los americanos y estos le intentan encubrir inventándose una de indios (¡Operación Gerónimo!), que lo mismo les sirve para darse aires que para justificar la incapacidad del Gran Jefe Obama de cerrar Guantánamo, como en su día prometió?
“Sí, yo también soy un tanto escéptico sobre la versión oficial del gobierno de toda esta historia”, nos confiesa Jameel Jaffer, director adjunto de la American Civil Liberties Union (ACLU), una verdadera máquina de defensa de los derechos civiles en Estados Unidos, “pero incluso si lo que cuentan es verdad, ¿cómo es que no encontraron a Bin Laden en 2003 o en 2004, en pleno apogeo de las torturas?”
Buena pregunta, de las que hacen los de la ACLU, que ya se han enfrentado varias veces a cara de perro a la Administración para desenmascarar a los torturadores y proteger a sus víctimas. Que no son sólo los torturados. Jameel Jaffer y un viejo amigo de Cuarto Poder, Larry Siems, autor de un exhaustivo informe sobre la tortura encargado precisamente por la ACLU, firmaban hace poco un artículo conjunto en The New York Times. En él presentaban una campaña para pedir que el gobierno de Estados Unidos condecore a los miles de héroes silenciosos que en todos y cada uno de los niveles del gobierno y del ejército, del FBI e incluso de la CIA, han hecho siempre todo lo que estaba en su mano para parar la tortura. Filtrándola o denunciándola cuando se podía y otras veces simplemente negándose a participar en ella, así esto les hiciera objeto de suspicacias y de represalias, como ver su carrera arruinada, ser acusados de antipatriotas o recibir amenazas de muerte. “He encontrado mucha gente así, de buenos americanos que los tenían bien puestos, que han mantenido los valores, el norte y la esperanza moral de este país en los momentos oscuros”, nos cuenta Larry Siems, emocionado. Él cree que estas personas se merecen la Medalla al Mérito Distinguido -que en su día George W. Bush prendió en la solapa de su director de la CIA, George Tenet-, no que el gobierno Obama diga que ya está, que ya no más torturas, para a continuación pasar página.
Pues parece que tendrán que esperar un poco a que la Casa Blanca esté por la labor, porque ahora mismo los que van presumiendo y marcando paquete son los que siempre han dicho que Guantánamo servía para “salvar vidas” o para cazar a Bin Laden. Larry Siems no puede evitar reírse, así sea con amargura, cuando le preguntamos qué opina: “Opino que quién puede sorprenderse de que digan esto los que intentan justificar las violaciones de los derechos humanos que ellos mismos promovieron; no tengo más remedio que ser escéptico”.
Pues ya somos tres, servidora, Larry Siems y Jameel Jaffer, que, dando por supuesto que ninguno de nosotros ni de nuestros lectores (le he hablado muy bien de cuartopoder.es) necesita que le expliquen por qué moralmente la tortura está mal, pasa directamente a lo práctico. Al argumento tanto o más poderoso de que la tortura es una necedad porque jode muchas más investigaciones de las que encarrila. “Eso lo sabe cualquier experto en la materia, lo sabían por ejemplo los agentes del FBI que se opusieron al waterboarding y a otras técnicas de interrogatorio de la CIA no por razones éticas sino porque sabían que aquello era completamente inefectivo”, afirma. Porque el torturado tiende a decir lo que sea para que la tortura cese, sea o no sea verdad, lo cual obliga a perder muchísimo tiempo cribando el grano de la paja, comprobando infinidad de pistas falsas. “Si gracias a la tortura han encontrado a Bin Laden en diez años...¡sin ella a lo mejor habrían podido ir mucho más rápido!”, remacha.
Lo dicho: lo peor no es que fueran malos, es que eran unos incompetentes.
Sí, que la tortura no funciona y que, además, es contraproducente ya se sabe desde la época de la caza de brujas, a principios de la Edad Moderna.
Hay muchos libros sobre el tema que explican la histeria que se extendió por media Europa (la Alemania protestante, sobre todo) con torturas y más torturas que producían confesiones ridículas que a su vez producían más torturas y más confesiones y más torturas…
Una soberana idiotez, vaya. Pero que esto siga pasando en pleno siglo XXI es simplemente increíble. ¿Pero en qué mundo viven estos neocons?
Del «SER HUMANO» puede conseguirse todo, hasta que mate a su propio padre o madre con tal de conseguir algo, lo que sea. Leía hace bastante (yo soy muy viejo), que en un país, imaginario país, aceptaban a los que iban a ocupar cargos de seguridad del Estado solo con que admitieran que matarían a su propio padre si un superior se lo pidiese.
En estos casos que nos ocupan nadie ha prometido nada, al parecer, en ello solo ha ido lo que llamaríamos el instinto de conservación. Sí, aquí no ha existido, al parecer, otra cosa que si no hablo me degüellan estos indivíduos.
Pero, después de todos los comentario, análisis y demás artículos de prensa publicados estos días, quién sabe la verdad de todo este embrollo…, ni tan siquiera ellos, los autores de semejante dislate.
No creo que la tortura sea efectiva especialmente con fanaticos religiosos que no van a cooperar bajo ningun concepto con sus captores.
La tortura degrada al que la utiliza, a quien la contempla, a quien la acepta, a quien la oculta, a quien la justifica, a quien no quiere verla. Además, no es gratuita. Sale muy cara. Lo seguiremos viendo.
Sin duda usted sabe que buena parte del problema consiste en saber qué es tortura.
Utilizar indiscriminadamente esta palabra, como la de fascismo, sólo sirve para enturbiar las cosas.