Obama y Osama

Estos días hemos oído decir que la muerte de Bin Laden hace del mundo un lugar más seguro (UE), o que "él se buscó su destino" (José Luis Rodríguez Zapatero). En cambio, a mi me parece que la forma en la que se ha producido la ejecución del mayor instigador de asesinatos de la historia reciente hace del mundo un lugar cada vez más inhabitable. Considero hipócrita, por no utilizar un calificativo más grueso, el hecho de que personas o colectivos que dicen defender el Estado de Derecho, la democracia y las libertades aplaudan que los Navy SEAL, un grupo militar de una potencia extranjera -Estados Unidos-, invada un país soberano -Pakistán- para matar a unas personas que no se encontraban armadas, porque un de ellas era el fundador de Al Qaeda y representaba una amenaza para "los buenos". Si de verdad nos creemos superiores a quienes asesinan porque defendemos normas democráticas de convivencia, debemos luchar para que a los delincuentes, por muy repugnantes que nos parezcan, se les detenga con vida y sean juzgados por uno de los poderes independientes del Estado de Derecho. Bien al contrario, en ningún caso podemos aceptar como buenas unas normas propias, dictadas por una nación -EEUU-, que no se somete a las leyes internacionales suscritas por el resto de los países. Nadie duda de que Osama Bin Laden fuera un ser detestable, pero aún el más vil de los asesinos se merece un juicio justo y tiene derecho de defensa.

En este despropósito que ha supuesto la acción paramilitar contra el fundador de Al Qaeda, todos los que han aplaudido la operación han mirado para otro lado y aceptado -el que calla otorga-, que Estados Unidos torture a los presos para obtener información y que esta acción execrable se lleve a cabo en cualquiera de las cárceles clandestinas que la CIA tiene alrededor del mundo o en Guantánamo, una prisión sin garantías que Obama se comprometió a cerrar. Todo un auténtico disparate; tan desafortunado como la decisión extravagante de tirar su cadáver al mar para que nadie pueda honrarlo, ni siquiera su familia. La verdad es que resulta deprimente la moral acomodaticia de tantas personas que dan patente de corso a la todavía primera potencia del mundo para que actúe a su antojo a lo largo y ancho del mundo y defienden ahora lo que condenaron en otro tiempo, protagonizado por otros actores. Hay conductas reprobables las haga Agamenón o su porquero y entre ellas está la tortura y el asesinato -en este caso no cabe la legítima defensa-, pues el infame Bin Laden no estaba armado. Y ya por estos lares, tampoco está siendo muy edificante el circo organizado en torno a Bildu. Si cumplen las reglas de juego que impuso el Congreso deben poder presentarse, en caso contrario, no. Pero resulta patética esta división entre jueces que interpretan de forma opuesta una misma Ley y que se dejan presionar por el poder político como si se tratara de una república bananera, sin división de poderes. Si se puede demostrar que ETA está detrás, no pueden pasar, mientras que si son meras suposiciones y han superado la prueba del algodón porque el currículo de los candidatos está incólume, deberán poder presentarse. No hace falta ser tan rebuscado.