¿Se acuerdan de que les anuncié aquí el estreno en el Teatro Maravillas de Madrid de Burundanga, la comedia romántica que Jordi Galceran, el autor de El método Gronhölm, se ha atrevido a escribir sobre el fin de ETA? Bueno, como ya estoy en Madrid fui a ver la obra, y sobre todo a observar atentamente la reacción del público y de la crítica.
Hasta donde yo sé Burundanga ha tenido buenas críticas. Mejores de las que yo esperaba. Sobre el papel podría pensarse que hacer comedia sobre estos temas era un atrevimiento que activaría querellas por doquier y manifestaciones de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Y no. La gente parece que ha optado, bien por entenderlo, bien por ponerse al pairo. La reacción más cruda que el experimento ha registrado por ahora es cierta modalidad de indiferencia. Ten points.
Por ejemplo ha habido quien ha elogiado los indudables méritos técnicos de la comedia sin entrar en el fondo de la cuestión. Ponerse en plan: vamos a disfrutar de que la obra es muy buena y está muy bien representada, con unos actores que son la bomba -nunca mejor dicho- pero sin rompernos en exceso la cabeza. Que esto es muy divertido pero superficial. El “verdadero” fin de ETA, si algún día llegamos a verlo, sería una cosa mucho más intelectual y sesuda.
Más que superficial, yo diría que la obra es explosivamente amable. O perversamente tierna. Galceran insiste en que su obsesión era “no ofender a nadie”, y yo me quito el sombrero viendo cómo lo consigue. Si a mí se me ocurre escribir una comedia sobre ETA habría hecho algo mucho más directo y más bestia, con el probable resultado de que una parte de los espectadores usaría las manos para aplaudirme (¡espero!) y la otra parte para tratar de romperme la cara. Es lo que suele suceder cuando llamas a las cosas por su nombre.
Pero Galceran consigue llamar a las cosas por su nombre y a la vez tocar una cuerda lo bastante universal como para que todo el mundo se le relaje. La otra noche en el Maravillas estaban todos encantados. Las risas corrían como la pólvora y la ovación final fue casi de complicidad con banda armada o con lo que quedaba de ella en el escenario. ¿Cómo es posible que eso pase en el mismo país donde meramente hablar de revisar la doctrina Parot pone los pelos de punta y las tertulias en estado de ebullición?
Quizás lo más curioso de esta obra es que, de la mano de la comedia y del romance, armada de cotidianeidad y de gags y hasta de chorradas, consigue crear una situación en la que a todos nos parece normal que un colaborador de ETA sea perdonado. Vale, no es un etarra de los más infumables, y es un perdón que no le libra de…mejor me callo, por no chafar el plan a los que aún no la han visto. Baste decir que la obra consigue hacer humanamente viable un escenario que en este momento políticamente no lo es. Y el público se siente cómodo y lo encuentra normal.
Esa es la carga de profundidad del invento. Políticamente hablando lo importante de esta obra es el público. La atención que dirige hacia la cuarta pared de ETA. Hacia qué actitud y qué responsabilidad estaríamos todos y cada uno dispuestos a asumir en el eventual momento en que el terrorismo dejara de ser sólo un problema político para convertirse en un reto personal. Las víctimas del terrorismo están entre nosotros, son nuestra herida abierta. Pero los terroristas también. También forman parte de nuestra historia, de lo que somos y de lo que hemos sido. De lo que podríamos ser si para variar hiciéramos las cosas bien. ¿Qué harías si poner fin a cuarenta años de asesinatos dependiera sólo de ti?
No hace nada, una autoridad muy alta del Estado, y cuando digo alta, quiero decir altísima, expresó en una comida off-the-record su preocupación porque no se estuvieran explorando a fondo todas y cada una de las posibilidades de poner fin a ETA. Y añadió esta autoridad: “Hay que escuchar a las víctimas del terrorismo, pero no se puede dejar que las víctimas decidan el final de este proceso”.
¿Les parece un comentario divertido y superficial?
¿Para cuando una obra de teatro o una pelicula en la que los protagonistas sean las victimas supervivientes de atentado terrorista?
A todos nos gusta la comedia y reir, pero estamos cansados de ver como se ensalza a los terroristas, dibujandolos a veces como heroes romanticos que «luchan» (asesinan) por sus ideales. ¿A cuantos del mundo de la «cultura» (teatro, cine, tv, literatura) se les ha ocurrido reflejar el heroismo de esas victimas que han superado el horror y han rehecho su vida? Mediante el humor podria hacerse si el talento de nuestros escritores se empeñara.
Les parece que las victimas no debemos decidir el final de este proceso ¿Y si lo deciden los millones de ciudadanos que exigen que no haya impunidad?¿Acaso son nuestros politicos los que deben decidir el perdonar a los que han asesinado, secuestrado, extorsionado a miles de españoles?
No he visto la obra; pero he visto otros acercamientos al tema como «La pelota vasca», «Días contados», «Tiro en la cabeza»… y, sinceramente, es para echarse a llorar. Nuestros intelectuales, en este asunto, siguen mirando para otro lado. No puedo estar más de acuerdo con el comentario de «superviviente».
Galceran insiste en que su obsesión era “no ofender a nadie”
¿Cómo se puede, admirada Anna, tratar el tema de las víctimas y los victimarios (ETA) sin ofender a nadie? Eso es lo que llevamos haciendo ya demasiado tiempo. Al contrario, hay que hacer obras que sean insorpotables para los terroristas y dejarnos, de una vez, de equidistancias; hay que dejar de comparar los sufrimientos de las víctimas y el de los verdugos, el sufrimiento de la víctima, su dolor, viene derivado de su condición de inocente, mientras que el del verdugo viene derivado de su propia acción.