El Papa, contra los elementos

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Un intenso aguacero, con una ventisca que se llevó el solideo (casquete o gorro) blanco del Papa, obligó a sus ayudantes a protegerlo hasta los pies con paraguas y sombrillas durante veinte minutos y a los bomberos a intervenir para asegurar una estructura metálica que amenazaba con derrumbarse sobre el Pontífice. Los elementos meteorológicos impidieron a Benedicto XVI contestar a las preguntas que le formularon cinco jóvenes. El líder religioso tenía previsto responder en bloque, atacando el laicismo y la falta de creencias de los que no se bautizan, ensalzando el matrimonio cristiano frente al divorcio, la procreación frente al aborto y, según el texto que facilitó la organización, las injusticias del sistema económico y las desigualdades Norte-Sur. Pero los folios con sus respuestas (un verdadero discurso) se mojaron y arrugaron, y entonces optó por elogiar “la alegría y la resistencia” con la que los dos millones de jóvenes soportaron el aguacero. “Nuestra fuerza es mayor que la lluvia”, les dijo antes de afirmar que “el Señor, con la lluvia, os manda muchas bendiciones”. Al despedirse, a las 10:30 de la noche, volvió a referirse a la inclemencia: “Queridos jóvenes, hemos vivido una aventura juntos; firmes en la fe habéis resistido a la lluvia. Que descanséis, nos vemos mañana si Dios quiere”.

En el aeródromo de Cuatro Vientos, situado en el oeste de Madrid, a unos diez kilómetros del céntrico escenario de Cibeles, no había riesgo de que apareciesen esos elementos indeseables para las autoridades madrileñas como son los cientos de laicos que han protestado por  el montaje papal a costa del erario público en subvenciones, gastos y beneficios fiscales. Algunos policías antidisturbios que golpearon con saña a los jóvenes aprovechando que iban solos, han sido sometidos a expedientes internos que pueden acabar en sanciones. La responsable de campaña del PSOE, Elena Valenciano, ha deplorado la brutalidad gratuita de algunos policías. Los elementos molestos de la jornada papal no fueron ayer laicos sino meteorolgicos. El primero, el calor asfixiante en la explanada del aeródromo militar, que a las doce del mediodía superaba los 35 grados y a las 18:00 los 42. En el recinto, equivalente a cincuenta campos de fútbol, no había más sombra que las banderas, algunos plásticos y cartones, las pancartas y algunas tiendas de campaña que extendían los sudorosos peregrinos para protegerse. Decenas de miles comenzaron a ocupar el terreno a partir de las diez de la mañana y soportaron la solanera hasta el oscurecer. A media tarde se agotó el agua para beber. No había botellas en los tenderetes y los depósitos con grifos gratuitos ante los que hacían cola ya estaban vacíos. Los bomberos les regaban desde sus camiones para refrescarlos. Más de 800 sufrieron lipotimias y desvanecimientos y fueron atendidos por los servicios sanitarios de emergencia y una treintena acabaron en los hospitales cercanos.

A las nueve en punto de la noche llegó por fin el Papa, no en su clásico papamóvil, sino a bordo de un brillante coche negro de alta cilindrada que le trasladó desde el centro de San Juan de Díos para personas con discapacidad. En esta institución había sido recibido por el ministro Ramón Jáuregui, las autoridades autonómicas y los superiores de la orden hospitalaria y había acariciado a los internados, entre ellos, un niño de año y medio con un tumor cerebral cuyo padre espera un milagro. El niño se echó a llorar en cuanto el Papa le tocó y no quiso mirarle. Ya ante el inmenso gentío –la mayor concentración hasta el momento--, el Pontífice, que fue recibido por el príncipe Felipe y su esposa Letizia, elevó los brazos para saludar y subió al gran escenario, ocupado por dos mil obispos, cardenales y jóvenes que coreaban su nombre y repetían la consigna: “Esta es la juventud del Papa”. Después del desfile de la llamada Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud, escuchó las preguntas que le formularon cinco jóvenes. Uno era estadounidense, dijo que se quería casar y le preguntó cómo vivir el matrimonio y la santidad. Una joven de Kenia que ayuda a las víctimas del hambre en su país le planteó cómo hacerlas comprender que Cristo está en ellos y que le importan mucho a Dios. Otra joven alemana de unos 18 años, la última en preguntar, dijo que no estaba bautizada y confesó que aún no sabía si quiere ser cristiana, pues aunque Cristo no quita nada, no sabía por donde empezar.

En ese momento, ya con el sol oculto en el horizonte, se desató una fuerte tormenta de verano y comenzó a jarrear. Era el elemento indeseable que faltaba. El viento levantó una gran polvareda sobre el gentío y derribó varios tenderetes de la organización, hiriendo levemente a a varios voluntarios y peregrinos. El gorro del Papa salió por los aires. El asistente del líder religioso desplegó un gran paraguas blanco para protegerle de la lluvia. El viento vencía las varillas y amenazaba con arrancárselo de las manos. El maestro de ceremonias le ayudó, sujetando una punta. El Pontífice, con el pelo alborotado, se llevó la mano a un ojo, como si una brizna se le hubiera colado en el óvulo. Un cura forcejeaba con las palabras ante el micrófono para terminar la lectura de un pasaje del Evangelio de San Juan. El viento soplaba con más fuerza. La lluvia arreciaba con goterones de ducha. Obispos y cardenales, con las capas y sotanas empapadas, trataban de protegerse con sombreros de peregrinos. Pero lo más importante era proteger al Papa, y enseguida varios prelados provistos con sombrillas blancas cubrieron al líder por los costados, el pecho, el vientre y las piernas hasta los zapatos. El Papa quedó encerrado entre cuatro o cinco sombrillas y paraguas.

La situación se prolongó durante veinte minutos. Cuando dejó de llover, unos bomberos revisaron una plataforma metálica que se había tambaleado sobre el altar del escenario, a dos metros del Pontífice, y podía provocar una desgracia. El objeto de la misma era mostrar una gran franja de trapo amarillo que, a juego con el altar blanco, proyectaba los colores de la bandera del Vaticano. Tras arrancar el paño y asegurar las juntas de los tubos, dos bomberos permanecieron encaramados en el andamio para garantizar que no se caía. Cuando dejó de llover y el viento amainó, el Papa y sus ayudantes revisaron durante algunos minutos el discurso con las respuestas a los jóvenes. Pero los folios se habían mojado y deteriorado, el tiempo había pasado, y decidieron ahorrar el discurso y proseguir con la ceremonia: la vigilia eucarística y la exaltación del cuerpo de Cristo transustanciado. “Hemos vivido una aventura”, dijo el Pontífice al despedirse de los jóvenes. "Que descanseis, nos vemos mañana si Dios quiere", añadió en referencia a la misa que celebrará el domingo en el mismo lugar y con la que pondrá fin a su viaje pastoral.

3 Comments
  1. Lolo says

    Como integrante de los servicios de emergencia, denuncio la mala organización del evento. Ha existido un riesgo altisimo de correr graves incidentes en estas «apacibles» jornadas: falta de viales de emergencia, escased de agua, ninguna sombra, los recursos sanitarios, bomberos y fuerzas de seguridad eran escasos (aunque no hay más),…. Me parece vergonzoso ver como caen fieles por golpes de calor, sincopes, ansiedad, deshidratación,…. para colmo se desmoronan varias estructuras sobre los peregrinos, UN CAOS. Debe existir algun responsable que pague las consecuencias de una mala organización, lamentablemente en Alemania hace un año se produjo una desgracia en un concierto y era mucha menos gente, posteriormente se han exigido responsabilidades a los promotores del evento, que hicieron caso omiso a las advertencias de las fuerzas de seguridad.

  2. Ramón says

    Todos los servicios públicos, se vieron, en efecto, desbordados. Las estructuras, incluido el altar y el árbol de la plataforma, no volaron porque Dios no quiso. Si la tormenta llega a ser más fuerte se hubiera producido una desgracia. Vi a varios sacerdotes muy asustados. Por cierto, que el laico al que pegaron el miércoles por querer subir al autobús antes que los peregrinos en la parada de Neptuno, no ha presentado denuncia.

  3. Amén says

    Vengo de Argentina y no conocía España. Llevo dos semanas asombrado por la belleza de su país y la bondad y el cariño de la gente. No olvidaré nunca estos quince días, viejos.

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