Desabstención

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Trabajadoras del almacén electoral del Paseo de Contadero, en Sevilla, preparaban ayer sábado las urnas para su distribución en los colegios electorales. / Eduardo Abad (Efe)

Confieso que he vivido… casi sin votar. Que he metido muy pocos sufragios en la urna. Antes de cumplir los dieciocho años no me dejaban (¿por qué?, me preguntaba y sigo preguntándome, visto el carácter mayoritariamente preescolar del voto en este país), y después de los veintidós y medio, no me dejaba yo. Es que había tenido la desgracia de ir a dar a una profesión, la de periodista política, que me uncía a la campaña electoral con análoga frecuencia y entusiasmo con que las prostitutas se uncen al sexo. Al sexo por el que les pagan, preciso.

Cuando te tragas íntegra la campaña electoral de un único candidato (no digamos si eso te sucede una y otra vez, en todas las elecciones), llegas a la jornada de ¿reflexión? en un estado de intoxicación política poco menos que surrealista. Como se te ocurra asomarte a un debate televisivo o a una valla de otro partido te puede dar un shock séptico. Ah, pero, ¿existían otros argumentos, otros puntos de vista, otros cachos de razón?

En cuanto pude dejé ese maldito trabajo. Me temo que lo dejé más tarde de lo que debiera, en parte por mi carácter siempre hirviente de dudas, y en parte por la paradoja terrible de que no exista periodismo más respetado y envidiado en España que aquel que lo merece menos. Ya lo decía Josep Pla, que en general los políticos encarnan y representan lo menos interesante de la sociedad, su mínimo común denominador más desolador y más bajo. Lo mismo puede decirse, en general, de los periodistas a ellos laboralmente pegados y mentalmente soldados.

¿Son periodistas de puro atrezzo, como con discutible tacto planteó Fernando González Urbaneja? Pues miren, no siempre, siempre no, pero más a menudo de lo que debieran, sí. Más a menudo de lo que debieran los periodistas ejercen de meros superconductores de la supuesta electricidad de un discurso político, sin aportar la más mínima distancia, el más mínimo escepticismo, ningún afán de matices, cero apetito de contexto. ¿Para qué, si las jefaturas de los medios de comunicación no lo estimulan y, lo que es peor, el público no lo agradece ni lo aprecia? Aquí por libertad de expresión la mayoría de la gente entiende libertad de ver expresado a cinco columnas o a grito pelado lo que yo quiero. Y lo que no quiero que se exprese, al paredón.

Muy bonito. Muy emocionante. Hasta que llega el día en que la doble burbuja política y periodística se pincha y entonces hay que pagar la juerga. Esa cerril orgía en que después de dejar en la cuneta a tantísimos lectores y votantes ávidos de complejidad y de seriedad, uno va cada vez siendo leído por menos gente, o representando directamente a casi nadie.

Conste que no escribo todo esto con ánimo de fornicar a nadie (qué fina estoy hoy...) sino con verdadero espíritu de celebración. Como decía y titulaba al principio, me estoy desabsteniendo. He vuelto. No sé si de entre los muertos, si del planeta de los simios, si de los paraísos del opio, si del País de Nunca Jamás, pero he vuelto. Voy a volver a votar. No sé si porque por fin me liberé de la dictadura de los mítines y los debates, y pude ver de nuevo la política y la realidad con ojos abiertos y libres. No sé si porque  he madurado o porque he envejecido. No sé si para bien o para mal. Pero voy a votar hoy. No voy a dar nada por ganado ni por perdido ni por inútil. Ni a pasarme el día leyendo The New York Times y pensando “¡esto en Estados Unidos no pasa!”. He vuelto para quedarme, para estar aquí, para arrimar el hombro. Y para no sacar exactamente pan de las piedras (qué catalana más lamentable soy), pero sí para meter ilusión y dinamita en una piedra dura como la cara de mucha gente, pero que si te fajas y la picas, surgen insospechados yacimientos de optimismo. Canteras de energía y de posibilidad.

Precisamente porque todo ha llegado a ir tan mal, va siendo hora de que los que no somos los peores reclamemos nuestro lugar al sol. Y en la gran fiesta del esfuerzo.

¿Y si que todo dejara de ser como es dependiera de mí?

5 Comments
  1. jose says

    Las persona inteligentes son aquellas que se hacen bien a sí mismos y a los demás, votanto hoy contra la amenaza de la PPecracia. Se llaman estúpidas a aquellas personas qwuwe por hacer daño a otros -ZP-, se lo hacen también a sí mismo y se abstienen o votan hoy PP.

  2. celine says

    Votar a la PSOEcracia no me parece muy inteligente, jose. Hay otros mundos a los que votar. Yo ya lo hice. Articulo delicioso y valiente, Anna,

  3. fat elpho says

    Ahí tenemos otro sesgo cognitivo: pensar que los políticos tienen influencia alguna en el ciclo económico. Como mucho, entusiasman o deprimen a la concurrencia para consumir e invertir y autocumplir profecías. Votar es, entonces, un acto de fe.

  4. borja says

    NI PSOE NI PP POR ESTO,corruptos 730 y los librados,29 años de gobierno mitad salario de Francia,Alemania,Italia,Inglaterra etc,se regalan coches,trajes,VPOS,viajes y joyas,se perdonan sus deudas,colocan a hijos,primos,amigos,control medios y analistas de TODAS las tertulias debates,se niegan saldar piso por hipoteca, incumplen programa electoral,(manipulan ceoe,ccoo,ugt,iglesia,tv,periodicos,todos a sueldo)¿JUSTICIA?¿existe una justicia justa?NO..NI PSOE NI PP,PERO VOTA.GRACIAS.PASALO PORFAVOR.

  5. maddog says

    Hola Anna,

    Lo bordas, pero:
    a) no caigas en la costumbre de usar «castizismos» o más «castizismos» que un castizo

    b) hacerte perdonar por ser catalana

    En suma eres lo suficientemente buena para poder escribir en castellano «tal com raja»

    saludos y me encanta leerte.

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