Del rock a la ópera de la cárcel, pasando por el flamenco

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Miguel Ríos, José Menese y Aquiles Machado (en el centro) durante el fin de fiesta del concierto que ofrecieron este lunes en la cárcel de Navalcarnero. / Javier del Real

Lunes 26 de diciembre de 2011, mediodía. Súbitos nubarrones ominosos en el cielo (aunque brillaba el sol antes y lo hará después) y muros rematados con alambre de espino en la tierra para los hombres de voluntad mala o buena, pero torcida por la suerte. De todo habrá entre los 1.200 reclusos del centro penitenciario de Navalcarnero. No todo el mundo es libre de volver a casa por Navidad.

Desde el peliculón “Celda 211”, un docudrama carcelario algo edulcorado –los Malamadre existen, pero jamás son los amos-, aunque un thriller casi insuperable, es difícil entrar en una cárcel sin fantasear con un escalofrío: ¿y si luego no puedo salir? ¿Y si, como quien no quiere la cosa, me quedo encerrado dentro?

A las chicas seguro que no nos pasa porque en Navalcarnero no hay presas. Las hubo, pero al presente es una cárcel for men only. Imposible hacerse pasar por uno de los habitantes de la invisible colmena agazapada tras largos y gélidos pasillos que atravesamos hasta llegar al salón de actos. Presidido por cierto por una reproducción del Guernica de Picasso de tamaño natural. Lo hicieron los presos con hilos pintados. Tardaron un año.

El salón de actos es un poquito menos gélido que el resto. Lo justo para quitarse los guantes, que no el abrigo. Me viene a la memoria que Amanda Knox, la joven americana condenada en Italia a más de veinte años de prisión por un crimen que al final no había cometido, se quejaba del frío constante allí dentro. De que castañeteaba de dientes todo el rato. Entonces, ¿no hay calefacción en las prisiones? ¿Es uno de tantos detalles que ignora la gente de fuera, la que tan fácilmente cree que veinte, diez, cinco años de cárcel son pocos?

Pero hoy no hemos venido tanto a arreglar el mundo como a darle una vuelta creativa. El salón de actos de la penitenciaría de Navalcarnero va a acoger un concierto bastante singular. Por el público (doscientos presos cuidadosamente cribados) y por la curiosa fusión de artistas y de géneros. En aproximadamente una hora desfilarán por el escenario el rock de Miguel Ríos, el flamenco de José Menese y el bel canto elevado a la ene, al fabuloso registro del tenor venezolano Aquiles Machado.

Todos ellos han aceptado contribuir desinteresadamente (Miguel Ríos, haciendo incluso un alto, aunque sea gratis, en su jubilación) en el ciclo Todo es música, que de un tiempo a esta parte viene promoviendo el Proyecto Social del Teatro Real de Madrid. El lema es acercar la música a aquellos colectivos que por razones obvias tienen problemas para salir espontáneamente a su encuentro.

Aún así hay que echarle cierto valor para plantarse delante de doscientos reclusos y ponerse a cantar ópera. Está claro que Ríos y Menese parten con cierta ventaja sociológica para meterse al respetable en el bolsillo. El personal corea encantado “Bienvenidos”, “Santa Lucía” y “Generación Límite”, y hasta parece encajar con deportividad algún que otro chiste resbaladizo, como cuando Ríos se jacta de que los músicos que le acompañan (José Nortes, Carlos Sainz y José Luis Altube a las guitarras, más el violinista Eduardo Ortega) “han hecho cosas peores que todos vosotros, y ellos están fuera y vosotros dentro”. Se lo perdonan porque la buena intención es evidente, que diría el presentador del acto, el periodista Juan Ramón Lucas: “todo lo que se dice es verdad, y los aplausos también lo son”.

Más tacto demuestra el otrora combativo y archirreivindicativo José Menese, cantaor que en su vida ha tenido pelos en la lengua. Sin embargo cuando le preguntamos antes del concierto si planea soltar alguna arenga social o alguna pulla política de impacto, más con la que está cayendo, declina con elegancia y hasta con filosofía. “Bastante tienen estas pobres criaturas con estar aquí, de lo que se trata es de hacerles llegar un poco de calor, de animarles, que vean que hay gente que se preocupa por ellos y les quiere ver fuera de aquí algún día no muy lejano”, zanja.

Los 'tres tenores' se despiden de los reclusos. / J. del Real

Por expectación desde luego no queda. Hablamos con Juan Manuel, rubicundo rostro afable, chándal forrado de jerseys (el frío, el frío, el frío), discreto piercing en la oreja. Nos cuenta que tiene por delante dos años y cuatro meses de talego. No le preguntamos por qué. Nunca se le pregunta a un preso por qué lo es, esa es la primera regla del intruso en la cárcel. En este ámbito el respeto personal o se puede cortar con un cuchillo o no vale nada.

Juan Manuel está feliz con la perspectiva del concierto. No esperaba ser elegido para asistir (tiene hechuras de novato carcelario) pero parece ser que le recomendó muy bien recomendado otro preso más veterano, “un antiguo maestro mío, el que me enseñó matemáticas cuando era un crío…¡fíjate dónde hemos venido a coincidir!”.

Como decíamos, quien más, quien menos, aquí todo el mundo conocía a Miguel Ríos y a José Menese. Otro cantar, nunca mejor dicho, es Aquiles Machado, el tenor que hace unos años triunfó casi por sorpresa en el Teatro Real, y que luego volvió a hacer crecer titulares como la espuma cuando un antiguo director musical le negó el pan, la sal y el derecho a interpretar al duque de Mantua en Rigoletto por su sobrepeso. “¿Llegaremos a ver a Tom Cruise cantando ópera en play-back?”, se preguntó en su día Machado, fantásticamente agudo e insolente.

Sigue igual, solo que 56 kg más delgado. El patito feo de la voz de oro adelgazó colosalmente y para alguien que no le hubiera vuelto a ver desde entonces resultaría irreconocible de no ser por los ojos…y por la voz, por supuesto. Una voz que tuvo que reajustar con cada 15 kg que se quitaba de encima, una disciplina titánica. “Pero como vi que Tom Cruise no aprendía a cantar, me decidí a adelgazar yo”, bromea con nosotros antes del concierto en la cárcel. Aunque no deja de ponerse serio y de insistir que si al final se decidió a perder peso “no fue como claudicación ante la tiranía de la estética sobre la voz, sino por mi propio bien, por mi propia salud”.

Ya vamos entendiendo por qué no le da miedo comparecer ante de doscientos reclusos que lo más probable es que no hayan oído un aria de ópera en su vida. Aquiles Machado es consciente de los riesgos, pero también de las oportunidades. Recuerda para nosotros haber cantado en un Otelo para unos obreros industriales de su país, gente muy humilde, y haber aprendido mucho de su reacción. “Se reían incontrolablemente cuando Otelo mata a Desdémona, y cuando quisimos saber por qué, nos dijeron, con mucha razón, que Otelo les parecía un tonto de remate al desencadenar todo aquello a partir de un simple pañuelo”, recuerda. También se ríe acordándose como le han llegado a pedir cuentas de la mala conducta sentimental de Rodolfo en La Bohème.

Machado, que por cierto acaba de volver de hacer una Tosca en China, se ha pasado la noche en el avión y está aquí con el reloj y el pie cambiado, explica con cuidado a su nuevo público cada pieza que va a cantar. Les desentraña el sentido de las más difíciles (“Granada”, por ejemplo, no necesita demasiada presentación) y consigue ser atendido con bastante más que el típico silencio sepulcral con que este tipo de audiencia se suele enfrentar a la ópera, poniendo la cara de quien ve por primera vez las cataratas del Niágara. Pero en Aquiles Machado no se sabe que es más fuerte, si la enormidad de la voz o la de la empatía, su talento para hacer saltar la emoción más escondida. Logra que los más hieráticos le aplaudan a rabiar y hasta que Miguel Ríos se acompleje. “Venga, a cantar todos conmigo, que si no, después de Aquiles, a mí se me va a ver el cartón…”, suelta con simpático desparpajo. Acaban los tres tenores reunidos en el escenario para acometer el Himno de la Alegría todos a una, incluido Antonio Carrión, el guitarrista escudero de Menese, y Celsa Tamayo, la exquisita pianista que sigue a Machado. Huelga decir que el público hace (hacemos) unos entusiastas coros.

Al acabar le preguntamos a Juan Manuel qué le pareció. Más de una vez le hemos visto batir palmas y seguir el estribillo de las canciones que conocía. “Ha sido maravilloso”, dice con una sonrisa de oreja a oreja. Y añade: “está muy bien que esto se sepa, así los de fuera ven que tú también tienes tus cosas buenas, tus buenos momentos, y no se preocupan tanto por ti”.

La preocupación de la buena gente es una cosa que ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Feliz Año Nuevo.

2 Comments
  1. celine says

    Feliz año nuevo, Grau; buena esta historia de viejas glorias en prisión.

  2. frio Industrial urgencias barcelona says

    Interesante articulo . Aprendo algo con cada blog todos los días. Siempre es estimulante poder disfrutar el contenido de otros escritores. Me gustaría usar algo de tu blog en mi web, naturalmente pondré un enlace , si no te importa. Gracias por compartir.
    frio Industrial urgencias barcelona http://www.qualityfred.com/reparacion-urgencias-24h.html

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