Haití ve un poco de luz

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Aspecto del barrio comercial de Desallines, en Puerto Príncipe, el día en el que se produjo el terremoto (abajo) y ayer miércoles (arriba). / Orlando Barría (Efe)

Hoy 12 de enero, se cumplen dos años del terremoto que devastó Haití; sobre todo, Puerto Príncipe. Mucho se ha dicho y escrito sobre este asunto. Es fácil. Hay tantos millones de detalles, que uno puede elegir el que le interese, centrarse en él y contar la versión que más le plazca. O aquella por la que le paguen. O la que deje su conciencia tranquila. Pero escribir un texto completo y complejo, no es tarea fácil. Porque sabemos más bien poco del país en sí mismo, de su historia, de sus relaciones diplomáticas o comerciales o de su contexto social, político o económico. La respuesta tópica sería que que sufrió recientemente un terremoto de gran magnitud con unas consecuencias devastadoras. Y que se envió mucho dinero, algo no del todo cierto, pues muchos países condonaron una deuda de improbable cobro, pero no mandaron dinero con el que comprar, arreglar o invertir en infraestructuras necesarias.

Por eso, desde la ignorancia hay quien opta por la visión crítica: “¡No han hecho nada con ese dinero!”; o la crítica con culpables: “¡Esa república de ONGs, qué vergüenza!”; o la pesimista: “Esos Gobiernos corruptos… ¡No hay nada que hacer!”. También existe una visión inocente o naif: “Bill Clinton está ahí y ha llevado a muchos inversores. ¡Ésa es la solución!”; o hay quien se deja  engañar por la presión mediática y una visión muy sesgada, principalmente procedente  de Estados Unidas:  “el problema en Haití son las 500.000 personas que quedan en los 800 campamentos de desplazados internos”.

Lo primero que se debe tener en cuenta es que se trata de un Estado y no de un barrio, o de una aldea, sino de una compleja estructura de relaciones y de poder en el primer país que obtuvo la independencia en América Latina. Pero también del país más pobre del hemisferio occidental que ya lo era antes del seísmo. Un país institucionalmente muy débil, con una limitada estabilidad; con tasas de desempleo que superan el 50% y de pobreza que superan el 70%; donde no existe ordenamiento territorial, ni descentralización, ni prácticamente catastro. Allí, los diversos ministerios no cuentan con presupuestos suficientes, la Dirección de Protección Civil estaba a años luz de poder dar respuesta a la emergencia y el Parlamento responde a sus propios intereses, ya que los votantes pensaron que bastaba con ganar el poder Ejecutivo –la elección de Martelly como presidente-,  sin comprender los complejos entresijos de la estructura gubernamental.

El nuevo Gobierno de Haití ha logrado reorientar el enfoque, pese a la enorme resistencia encontrada por la visión cortoplacista y asistencialista, y comenzar un proceso de rehabilitación de barrios, de información y formación a la ciudadanía, de búsqueda de oportunidades económicas… Ha reclutado equipos competentes, motivados y orientados a resultados, que han comenzado por una dimensión abarcable y una intervención ordenada: los barrios. A medida que se ayuda a las familias a retornar de los campamentos de desplazados a los barrios de origen, se comienza un proceso de rehabilitación de estos barrios, con estructuras de gobernabilidad local, análisis de riesgos microzonales, inversiones públicas priorizadas por los habitantes del barrio, oportunidades de empleo, formación y mejora de competitividad de micro y pequeñas empresas, mantenimiento de servicios… El proyecto emblema del Presidente Martelly se llama 16 barrios 6 campos, más conocido como 16/6. El Banco Mundial ha comenzado una intervención similar, también la cooperación francesa y hace dos días la Unión Europea hizo público un proyecto con estas mismas características.

Un responsable del PNUD, la agencia de Naciones Unidas para el desarrollo que ejecuta un plan en el país y controla varias decenas de ONGs, me comentaba que “en lugar de pensar que el dinero se malgasta, se tira, que la gente es egoísta y despreocupada, es preferible pensar en la complejidad de la intervención que se está llevando a cabo”. Y se mostraba convencido de que “habrá quien vaya  a vivir y a trabajar a Haití porque le pagan un buen salario y el resto le da igual, pero en general, es una decisión de vida que la mayoría de la gente toma porque cree que puede contribuir a mejorar las condiciones de vida de los haitianos”. Consideraba que el pensamiento negativo y la crítica son fáciles de expresar y “tienden a parecer más profundos, razonables y analíticos”, pero él prefería albergar un espacio para la esperanza. “No seamos simples ni pensemos que la solución en Haití era sencilla y que lo que sucede es que es un país dirigido por una banda de ladrones”. Muchos de los mejores profesionales del mundo están ahora allí; muchos procedentes de Aceh, donde se supone que la intervención fue un éxito y son ellos mismos quienes dicen que la respuesta en Haití ha sido más eficaz y de mayores dimensiones, sólo que el reto es incomparable.

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