Más claros que oscuros

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En España existe la buena o mala costumbre de alabar a alguien que ha fallecido, aunque esas mismas personas que lo halagan muerto le hayan insultado, calumniado e incluso difamado en vida. Y con Manuel Fraga se ha repetido la misma historia, pero mejor no dar importancia a estas miserias humanas y destacar la personalidad de un político de raza, que acertada o equivocadamente, trabajó por el bien de España.

Alguien que ha estado 60 años de su vida vinculado a la política no puede dejar de acumular en su biografía momentos muy brillantes, otros menos y, también, algunos oscuros.

Por hacer un rápido dibujo de trazo grueso, uno de los episodios destacables del político gallego fue su baño en Palomares donde habían caído unas bombas estadounidenses con material radiactivo. Él era ministro de Turismo y sabía que el miedo podría influir en el desarrollo turístico de la provincia almeriense, por lo que no dudó en meterse en aquellas aguas, acompañado del embajador de Estados Unidos. Otra situación dramática sucedió siendo él ministro de Gobernación de Arias Navarro tras la muerte de Franco, cuando murieron tres personas en Vitoria a manos de la Policía, y a Fraga no se le ocurrió nada mejor que decir: " la calle es mía". Pero en el cómputo total de su vida política no cabe la menor duda de que el saldo le resulta favorable.

Resumir seis décadas de actividad no es tarea fácil, pero es preciso resaltar alguna. Nadie duda de su solvencia intelectual, de su coherencia o de que fue un hombre de Estado que jamás utilizó la política en beneficio propio. Tenía el Estado en la cabeza y sus ideas iban a más velocidad que su capacidad verbal para expresarlas; por eso hablaba con una rapidez de vértigo.

Estudió Derecho, Política y Economía y fue número uno en las oposiciones para la carrera diplomática. Durante la dictadura, él era el único político en el que los españoles confiaban para que triunfara la democracia y, de hecho, él fue el eslabón entre las dos historias de España pues fue quien vio con  claridad la necesidad de cambiar, e integrar y conducir a la derecha española hacia la democracia. Es más, el régimen le castigó y quiso alejarle de la política nacional, enviándolo dos años como embajador de España al Reino Unido, de donde regresó con ideas renovadas.

Como presidente de la Xunta de Galicia elevó el prestigio de esa comunidad y la equiparó al resto de las autonomías españolas, pero tampoco hay porqué ocultar que sus maneras eran rudas y tan contundentes que podían parecer autoritarias. Galleguista convencido, impulsó el bilingüismo en las escuelas y un respeto por los usos y costumbres gallegas.

El sector azul franquista le "robó la cartera" y fundó UCD, con lo que se presentó ante la ciudadanía como la parte demócrata del régimen. En cambio, Fraga apareció ante los españoles como un furibundo ortodoxo de los principios del movimiento, cuando en realidad él era mucho más abierto y el líder natural del centro-derecha español. En semejantes circunstancias, fundó Alianza Popular donde aglutinó a todos los grupos de derecha que se habían ido organizando en las postrimerías del franquismo. Juntos estuvieron hasta que, convencido de que nunca ganaría a la izquierda,  se fue a su Galicia natal y dejó el partido  en manos de Hernández Mancha, primero, y de José María Aznar en 1989, tras el rotundo fracaso del anterior. En este punto hay un dato interesante en la biografía del político gallego y es que su candidato preferido para liderar la formación política era una mujer, Isabel Tocino. Fueron barones como Rato, Trillo o Cascos los que le hicieron cambiar de opinión.  En la refundación del PP dos años más tarde fue nombrado presidente fundador y desde 1989 hasta 2005 gobernó con mayoría absoluta en Galicia, una comunidad a la que dotó de infraestructuras y otras necesidades acuciantes.

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