“Si alguien hace en literatura lo que Lynch en el cine le fusilan”. La frase es de Ramón Reboiras, personaje inclasificable que lo mismo te lleva la acción cultural de la FNAC que te dirige Harper’s Bazaar que una revista de viajes con papel antiguo, Orizon, que te publica poemas en gallego que te saca “Visita a un extraño”, ¿novela? recientemente acometida por Editorial Periférica y que personalmente me ha dejado sumida en una perplejidad reconfortante.
No sucede cada día conocer a alguien como periodista y que resulte ser no ya escritor sino poeta, poeta. ¿Y qué es un poeta, poeta a día de hoy? Pues por ejemplo alguien que se camufla de novelista para que le lean. Para sobrevivir a la ceguera de tantos que desconfían de todo aquello que no parece muy sencillito y muy fácil. Para que no le fusilen al amanecer. O no demasiado.
Precisamente le estaba yo dando vueltas a este asunto de los poetas secretos, de los poetas clandestinos, después de leerme con atención lo último de Carlos Zanón, “No llames a casa” (RBA, 2012). Zanón es un poeta que se está especializando en la novela negra, negrísima, de matriz barcelonauta. Después de leer la anterior, “Tarde, mal y nunca”, yo escribí que este hombre, con sus arrabales en pura candela, sus Pijoapartes magrebíes y su guerra ya no de clases ni de razas sino de destinos trágicos, fundaba la Barcelona post-Marsé. Ahora me empieza a recordar a John Updike, el implacable cronista íntimo de cierta clase media norteamericana, el Freud de la barbacoa.
De repente al lumpen le crecen matices y alas (y hasta los enanos) y la acción salta al otro lado de la Diagonal para adentrarse en los tormentos de la edad madura, que lo son especialmente cuando uno no sabe cómo abdicar de ser joven. ¿Lo sabe alguien a día de hoy? ¿Qué pasa si a tres años de la cincuentena, y como resultado de unas cuantas cagadas en cadena, te has quedado sin nada ni nadie que te espere cuando llegas a casa? Hay quien sencillamente eso no lo puede soportar y hará lo que sea para evitarlo. Y lo que sea es lo que sea. Pasen y lean. Bang.
Zanón vino hace poco a Madrid a presentar su libro y le sentaron entre veteranos de la novela negra ibérica y él parecía la mar de integrado y de contento y a la vez tenía un aire suavemente intruso e imposible, como de Joseph K. preguntando dónde está la Puerta del Sol. ¿Ustedes han visto alguna puerta ahí? “No llames a casa” es un thriller estupendo, una intriga muy bien urdida y narrada, un corte limpio de suspense en el corazón. Pero no es una novela de género. No es una fórmula. No es un cheque en blanco. Es una herida abierta, es una estepa de asfalto y de lobos, es una calle de la amargura sin salida, es tal pozo sin fondo que a día de hoy no hay cojones de asomarse de no ser con el escudo protector, con la mascarilla profesional, de la novela negra. Para que el lector no se asuste. Para que a lo mejor no se asuste ni el escritor (de sí mismo).
Algo parecido en su rectitud, aunque con los renglones torcidos de otra manera, hace Reboiras con su “Visita a un extraño”. En estos tiempos en que llega a dar la impresión de que hay que justificar la rentabilidad no ya de los libros sino de la lectura, demostrar a cada paso que aquello que leemos “sirve” para algo muy inmediato y muy concreto –el mero engorde del espíritu parece que no basta-, uno puede tratar de convencerse o de convencer a los demás de que hay que leer “Visita a un extraño” por su brutalísima vena de ¿denuncia, cachondeo, autoflagelación? social. Por ese triple salto mortal a medio camino entre las “Memorias del subsuelo” de Dostoyevsky y la ascensión y caída del parado moderno. Del Bartleby que súbitamente prefiere no ser de este mundo y, ya puestos, tampoco del otro. Que no quiere sumarse a los millones que ya han colgado su perfil del Muro de las Lamentaciones de la red social.
Pero el caso es que el libro de Reboiras es tan certero, tan transgresor y tan potente por la sencilla razón de que es un libro bellísimo. De que lleva las luces largas poéticas encendidas. Vomitando clarividencia a su paso. De esos libros que según vas desgranando párrafos te parece que antes de leerlos los has soñado, que en otra vida los escribiste (o los escribirás) tú.
Cada uno en su estilo, “No llames a casa” y “Visita a un extraño” me parecen dos libros fundamentales. Déjense de autoayudas o ensayos milagrosos o fórmulas milagro para capear la crisis, la económica y la vital. La verdad está en otra parte.
Y el gusto de leer, ni les digo.
Yo no he trabajado en mchuas empresas, pero por lo que he visto hasta ahora, los que me1s trabajan son los que lo necesitan.O bien son empleados de poco nivel de estudios (como los que mueven la piedra en una cantera) y curran horas extra para doblar su sueldo, o bien son los duef1os de una empresa y tienen que trabajar ellos para que la empresa no se vaya al garete.Pero si son jefes medios (es decir, que tienen otros jefes por encima y subalternos por debajo), entonces que trabajen los subalternos si quieren, que sale me1s caro contratar a otra persona que pagar horas extras de un turno doble.Afan con todo, ninguna de las dos opciones me parece bien. El tiempo de una persona hay que page1rselo, porque es lo que hace, venderlo. En lugar de pasarlo con su familia o consigo mismo, lo este1 vendiendo a la empresa, y eso tiene que tener una compensacif3n.