Azorín, con los indignados en la Puerta del Sol

Es 15M, el santo de la Isidra. He saltado del ferrocarril subterráneo y he subido a la superficie. Ya estoy en la Puerta del Sol.

– ¿Cómo se llama usted y a qué se dedica? –pregunto a un joven delgado, de poca estatura, ojos curiosos y cara de ratón.

– José Martínez Ruiz –ha contestado. Y enseguida aclara que no es un sociólogo ni diligente reportero ni ilustre tertuliano ni espía infiltrado por el Gobierno, sino un observador. “Lo que a mí me ocurre es toda mi física y mi metafísica”, dice parafraseando a Montaigne. ¡Carajo!

– Ya sabemos que las cosas están mal, que no hay trabajo, que no hay d’aquí…, pero, vamos a ver, Martínez Ruiz, ¿tiene usted algún método de observación que sin apelar a Demócrito nos lleve un poco más allá del mero hecho sensorial de ver, oír y contarlo?

El interpelado llama a Pedro, Juan, Pepe Luis, Manuel, Ginés, Antonio, y les pregunta cuál es el salario medio de un contrato temporal. Todos coinciden en que la remuneración se sitúa entre el mínimo interprofesional (660 euros) y mil euros al mes. Después se ponen a echar cuentas: alquiler y gastos de vivienda (400 euros por persona), aseo (50), comida (300), teléfono y comunicaciones (60), transporte (70), ropa y calzado (60), algún periódico, algún libro, algún disco, una sesión de cine o de teatro, un concierto (100), tabaco, una cerveza de vez en cuando (100).

Las cuentas que acaban de hacer no pueden ser tachadas de escandalosas; los gastos están calculados al mínimo y con bastante modestia. Queda claro que ninguno de estos jóvenes podrá subsistir con los escasos sueldos en vigor ni, mucho menos, fundar una familia si su pareja no trabaja y gana otro tanto, lo que es altamente improbable porque no hay trabajo y uno de cada cuatro españoles en edad laboral está en paro forzoso.

– ¿Qué hemos de hacer? ¿Cómo vamos a resolver este conflicto? –les pregunta José Martínez Ruiz.

Las respuestas interpelan a los poderes económicos y políticos, responsables de la crisis; a los que llenan los Ministerios, las Autonomías, los Ayuntamientos; a los que manejan el capital, las grandes multinacionales evasoras de impuestos, las del Ibex35, los consejos de  administración de esos bancos que socializan las pérdidas y se lo llevan crudo, los especuladores del suelo y la vivienda, los falsarios gobernantes del PP que “quieren acabar con todo” alegando que “no han dejado nada”, a los políticos gastosos y corruptos, a los capitalistas que especulan con los alimentos y provocan hambrunas en los países empobrecidos, las agencias de rentabilidad inversora que desprecian la democracia y la rentabilidad social, al Consejo y a la Comisión Europea, al BCE y a la corrupta Europa de los mercaderes y el euro. También interpelan a un sistema democrático que lejos de perfeccionarse se ha ido encapsulando, oxidando y alejándose de la realidad.

Queda claro que los que llenan las filas del paro, se preparan en las escuelas y universidades, trabajan en las fábricas y en el comercio y se agarran a los pocos contratos precarios que salen, conocen las causas de sus dolores y saben o creen saber lo que hay que hacer, para lo cual estudian, discurren, escuchan, proponen, debaten, contrastan y, sobre todo, se organizan, pues en ello les va el futuro. Hay soluciones a la crisis económica con medidas micro y macro. La tasa Tobin sobre las transacciones financieras es una de ellas. Lean sus análisis y sus propuestas.

Pero no les respetan ni les tienen en cuenta ni les escuchan. Por eso muchos han traído sartenes y cacerolas para hacerse oír. Y las cacerolas, ya se sabe, son el símbolo del hambre, de que no hay de aquí…

– Faltan cajas y bancos –dice uno de los reunidos-- que devuelvan el dinero de los ahorradores a bajo precio a los trabajadores, los autónomos, los que ahora llaman “emprendedores”, a las familias, los pequeños empresarios, y sobran defraudadores, chorizos, políticos y legisladores al servicio de los ricos. Pero sabemos lo que hay que hacer.

Porque están hartos, cansados, indignados…, miles de jóvenes, estudiantes y trabajadores en paro, profesionales de todos los sectores sin contratos o con contratos precarios, comerciantes, agricultores, pequeños empresarios, industriales…, comenzaron a organizarse hace un año y ahora no faltan incompetentes autoridades autoritarias del partido de la derecha dominante, siempre dispuestas a equivocarse de “delincuentes”.

Son los mismos que en vez de detener a los hábiles ladrones y defraudadores de cuello duro –honorables ingenieros de las estafas fiscales y financieras– despliegan miles de agentes antidisturbios y no conocen otro medio de resolver la cuestión social que reducir a la nada los derechos conquistados por los trabajadores a lo largo de una lucha secular, golpear impunemente, detener a la gente, acusarla por reunirse en la calle de “resistencia y desobediencia a la autoridad” –cuando no de agresión a unos policías que por sus cascos y atuendos se ve que no son agredibles– y enseñar los cañones de los fusiles y ametralladoras policiales. ¿Qué vendrá después?

¿Qué diferencia hay –se pregunta imaginariamente Martínez Ruiz– entre la situación de los trabajadores andaluces de Lebrija con los que hablé el 5 de abril de 1905 para El Imparcial, y la de los indignados que se han reunido en la Puerta del Sol? Aquellos tampoco tenían trabajo, sufrían una especulación pavorosa, carecían de crédito para trabajar una parcela, tenían hambre, pero sabían lo que había que hacer. Y entonces, como ahora, nadie les escuchaba y les despreciaban. Y entonces, como ahora, les enviaban compañías enteras de guardias civiles como único medio de resolver la cuestión social. Pero sabían y saben lo que hay que hacer: seguir organizando el movimiento, construyendo alternativas, peleando...