¿Evasión, victoria o Esperanza?

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No es de extrañar que la oposición haya puesto a caer de un burro a la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, por sugerir con su característico aplomo e inmortal gracejo la suspensión de la final de la Copa del Rey. O que se juegue a puerta cerrada por si las moscas, el himno y la bandera. ¿No les recuerda un poco aquella película, “Evasión o victoria”, en que un equipo de prisioneros aliados de un campo de concentración aceptaba jugar un partido de fútbol contra un equipo nazi, con la idea de aprovechar para darse a la fuga en la media parte?

A qué niveles de adrenalina hemos llegado. De “ultrasur number one” y de incitadora a la violencia –figura no sólo literaria, también penal- tildan a Aguirre en ERC.  Se han sulfurado con su propuesta desde Sandro Rosell a Antonio Basagoiti, pasando por, y eso es lo divertido, la casi totalidad de la cúpula del PP en el Congreso y en la Moncloa.

Por una vez se han unido todas las Españas, la roja, la rota, la azul Prusia y la naranja con rayas verdes. Falta sólo que se pronuncien los señores falangistas dicharacheramente autorizados por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid a manifestarse en la Cibeles el mismo día que afluyen al Vicente Calderón las huestes del Barça y del Athletic de Bilbao. ¿Correrá la sangre, real o figurada? Pues menos mal que Esperanza Aguirre ha conseguido, como decíamos, poner a todos a limar diferencias y coincidir a pleno pulmón en un diagnóstico único, quizás por lo elemental: que la inteligente presidenta de Madrid la ha liado con sus declaraciones para intentar (y conseguir) que se deje de hablar del déficit mutante de su comunidad…

Que se lo echen en cara socialistas, republicanos y otros perroflautas entra dentro de lo habitual. Pero digamos que en este caso el plumero es tan llamativo, tan visible desde muy lejos, que han salido a desmarcarse de Aguirre y hasta a desmentirla desde el presidente del Congreso, Jesús Posada, hasta la vicepresidenta del gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, pasando por el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz.

Mientras tanto callan, pero se llevan las manos a la cabeza, altos mandos de la Policía Nacional obligados a responder de la seguridad ese día. Dicen los que entienden que es verdad que los choques futbolísticos suelen ser el desafío mayor en materia de orden público. Más que el 15-M y un G-20 juntos. En una escala del 1 al 10, los especialistas puntúan con un 7 el grado de peligrosidad potencial de la final del próximo viernes. Por eso ya hace rato y ya hace días que están tomando providencias, básicamente consistentes en penetrar o infiltrar las minorías revoltosas de ambos equipos –¿también ahora del tercero equipo en discordia, la Falange?- y en preparar un despliegue policial visualmente apabullante. Siempre es mejor disuadir que apalear.

Por supuesto no ayuda nada que supuesta gente de orden vaya y eche gasolina al fuego, como con rara unanimidad todo el mundo coincide en que ha hecho Esperanza Aguirre.  Volviendo a “Evasión o victoria”, ¿recuerdan cómo acaba? El equipo de prisioneros aspirantes a evadidos se coloca por delante en el marcador, ve que pueden ganarles el partido a los nazis mejor entrenados y alimentados que ellos, y ante eso se van creciendo, se van calentando, y mandan el plan de evasión a la porra. Deciden quedarse a ganar en lugar de largarse. Anteponen el honor a la libertad. Hasta que el público, exultante de emoción, se echa en masa al campo y les saca, perdidos en la multitud. Final feliz.

No lo tuvo tanto la historia real en que (tomándose considerables libertades) se basa la película. Hubo un llamado Partido de la Muerte disputado el 9 de agosto de 1942 en Kiev entre el FC Start, un equipo integrado mayormente por exjugadores del Dinamo de Kiev (no eran exjugadores porque les hubiesen traspasado, sino porque la ocupación nazi de Ucrania dinamitó la liga de fútbol del país) y el equipo Flakelf, de la Lutwaffe.

El FC Start se había formado casi en la clandestinidad, huyendo de las detenciones y de los campos de concentración. A pesar de estar físicamente muy mermados frente a sus oponentes alemanes, les infligían considerables y humillantes palizas, ganando a menudo por 5 o por 6 a 0. El Tercer Reich se apercibió de que esto constituía un balón de oxígeno para la moral de la Ucrania ocupada y además dejaba en ridículo la presunta superioridad alemana. Decidieron coger la leyenda por los cuernos con un partido arbitrado por y para alemanes, con toda clase de trampas y marrullerías a favor del Flakelf, que no renunció a ninguna miseria del juego sucio. Incluida la de amenazar a los ucranianos con la prisión y la muerte si no se dejaban ganar.

Les dio lo mismo. Ganaron por 5 a 3. Pocos días después les volvieron a ganar por 8 a 0. Los nazis, gente de palabra, cumplieron lo prometido. La mayoría de jugadores del FC Start fueron arrestados y torturados por la Gestapo. Uno murió bajo la tortura. Otros fallecieron en campos de concentración.

¿Que por qué había que contar hoy esta historia tan triste? Quizás para no olvidar que el fútbol saca lo mejor y lo peor de mucha gente. Igual que el déficit.

3 Comments
  1. celine says

    Ostras, Grau, qué buena historia. A mí me gusta una idea que he oído en la radio: que suspendan la música cuando empiecen los pitos. Que avisen por megafonía que el himno debe respetarse. Que recomiencen y suspendan cada vez que haya pitos, así hasta que se queden sin aliento los de los pitos. Igual el partido lo veía mucha más gente por la tele.

  2. fat elpho says

    Estando en Escocia, Edimburgo, creo, asistí a una representación folclórica británica o algo parecido. Un locutor solicitó que nos levantáramos para escuchar el himno nacional. Lo bueno es que ¡todo el mundo se levantó! Ni silbidos ni abucheos. Y eso que Escocia es un referente para el nacionalismo catalán. O al revés.

    Cosas que pasan cuando viajas.

  3. alegret says

    A fuer de madrileño, mo me extraña que con esta gentuza -la condesa consorte- no se identifique nadie.

    Madrid es mucho mas que esas oligofrénicas del Barrio de Salamanca -O de Malasaña- como es el caso.

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