GDANSK (POLONIA).– Gdansk, la ciudad que vio nacer al Premio Nobel de Literatura Gunter Grass cambio ayer “El Tambor de Hojalata” por un bombo; el de Manolo… “el del bombo”. A golpe de decibelios jaleó a una grada española que, a ojo de buen cubero, triplicaba a la afición italiana. Lo mejor de la jornada fue, precisamente, esa afición, infatigable. Y Andrés Iniesta, elegido mejor jugador del partido España-Italia. El resultado del encuentro dejaba un sabor agridulce, por debajo de las expectativas generadas. Pero pudo haber sido peor.
La afición española llevaba todo el día calentando motores. A los miles de aficionados que desembarcaron en Polonia el fin de semana, se le sumaba una nueva remesa de última hora. A las 7:00 de la mañana, en la Terminal 1 del aeropuerto de Barajas se anunciaba la salida de al menos 7 vuelos con destino Gdansk. Y, pese a que, tras más de 3 horas de vuelo el aterrizaje en un hangar desangelado amenazaba con una fría, gélida, acogida, el sol calentó lo suyo y unos lugareños ataviados con trajes típicos recibieron calurosamente a los vuelos charter que iban tomando tierra, mientras entonaban sin cesar la célebre melodía que inmortalizó Manolo Escobar, ajenos ellos a la eficacia recaudatoria de la SGAE (ver vídeo). La escena despertó la hilaridad y alguna que otra exclamación del estilo “Qué fuerte”, para comenzar la jornada.
En el vuelo AEX4820, fletado por Iberdrola, viajaban periodistas y caras conocidas del mundo de la radio y la televisión. Carlos Herrera, Matías Prats, Olga Viza, Àngels Barceló o el humorista Pedro Ruiz, entre otros, formaban parte de la expedición. Y su presencia allí hizo las delicias de muchos de los aficionados que iban llegando al hangar anexo al aeropuerto Lech Walesa. En cuestión de minutos, el hangar era un improvisado photocall y los más desinhibidos, además de la consabida foto con su ídolo, se atrevían a decirle qué cosas decir y cómo en sus respectivos programas. El photocall se trasladó después a las calles del casco histórico de la ciudad, tomadas literalmente por la “marea roja”, cuando no por originales trajes de faralaes, toreros y manolas.
Ya en el estadio, al que se accedía tras peregrinar 2 largos kilómetros a pie, desde el aparcamiento de autobuses, atravesando caminos y obras inacabadas, la superioridad numérica de la afición de “La Roja” se hacía más que evidente. Los jugadores españoles calentaban ejecutando un rondo veloz, mucho más veloz de lo que se movieron en el campo posteriormente, durante el partido.
Antes de comenzar y ya en presencia de los Príncipes de Asturias, sonaron los himnos nacionales. Primero, Italia. Cuando en la parte alta de la grada española un grupo de aficionados se arrancó a silbar el himno italiano, la gran mayoría de la afición de España chistó y afeó su conducta hasta achantarlos. Después, sonó el himno de España y el público lo coreó con el célebre la, la, la, la, lalalalala… con entrega y pasión, aunque con escaso oído musical. Pero aun así, desafinado y voceado, a los Príncipes de Asturias debió de sonarles a gloria el minuto, después del guirigay que se organizó mientras sonaba ese mismo himno en el Estadio Vicente Calderón, durante la reciente celebración de la Copa del Rey.
En la grada, desvelada la alineación, las dudas se apoderaban de la parroquia española “¿Es que vamos a jugar sin delantero centro?”, se preguntaban los más escépticos, mientras los fieles a Vicente Del Bosque tenían preparada una respuesta: “No pasa nada. Jugamos con Cesc Fábregas o con Silva de falso 9”.
Pero tras los 45 primeros minutos de improductivo tiki-taka español y un par de sustos que acabaron en dos paradas del guardameta, Iker Casillas, se había alcanzado el consenso en la grada: “¿A qué espera Del Bosque para sacar un delantero centro?”. Pues todavía habría que esperar.
Los seguidores de “La Roja” no cesaban en sus cánticos y gritos de ánimo a la selección. Incluso hubo algún que otro exabrupto contra el árbitro, por entender que actuó con excesivo rigor al sancionar con tarjeta amarilla a algún jugador español. Entonces, llegó el gol de Italia. Anotó un parsimonioso Di Natale que cortó la respiración y el buen rollo de la grada española. Todo un jarro de agua fría. La reacción de la afición de España no se hizo esperar: gritos de “España, España”. Había que remontar el gol encajado. Y, pese al impenetrable catenaccio italiano, la afición española mantenía la esperanza. Fue cuestión de 3 minutos. Con cerrojazo y sin delantero centro, Iniesta combinó con Silva y Cesc Fábregas acabó empujando el balón al fondo de la red, para delirio de la grada española.
El público quería más. Pero, quizás porque no veían claro poder lograrlo con el planteamiento de Del Bosque, la grada española jaleó mucho más la entrada en el terreno de juego del niño Torres de lo que aplaudió a su salida del campo al autor del tanto español, Cesc Fábregas.
Con Torres llegaron las ocasiones, pero falló la puntería. Dos “Uuuuyyyyy” casi seguidos, con sus correspondientes maldiciones, convencieron al respetable de que un empate tampoco estaba tan mal. Y la grada contagió a los jugadores, que dieron por buenas las tablas en su primer encuentro en la Eurocopa 2012. No faltó quien repetía con confianza: “Peor empezamos en el Mundial de Sudáfrica y quedamos campeones”. Quien no se consuela es porque no quiere. Y el público español quería y quiere dar un margen de confianza a la selección. Es una de las pocas alegrías que nos quedan, con tanta prima de riesgo, rescate y desplome bursátil. Y aunque los jugadores de la selección no pudieron dar a Rajoy una lección del buen rescate de la moral de los españoles, su afición sigue confiando más en las alegrías futbolísticas que en las político-económicas. A falta de pan, bueno es el circo…
Con personas tan sectarias como esta es dificil razonar
Se agradece una crónica tan poco futbolera.
Me gustó esta crónica; lástima que no pude abrir el video, pero ya puedo imaginar la escena. Y sí, ¡qué fuerte!
El «escaso oído musical» es providencial en los españoles, me temo. De ahí que prefieran el bombo.