
Cuenta el ex presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que en los inicios de su carrera política, cuando trataba de alzarse con la secretaría general del PSOE de Badajoz, frente a un médico de la localidad de Don Benito, que también aspiraba al cargo y, de hecho, lo logró, apareció por el Congreso el entonces joven líder Alfonso Guerra, el número 2 del PSOE. Con sólo echar un vistazo y unas cuentas rápidas, su gran amigo Guerra, se dio cuenta de que aquel médico se iba a llevar de calle el Congreso. Por eso, ante el estupor de Ibarra, Guerra manifestó públicamente su apoyo al rival de su amigo Juan Carlos, al médico de Don Benito. Toda una lección de pragmatismo político que, con o sin amistades de por medio, se viene repitiendo en la historia de los partidos políticos, salvo contadas excepciones.
El reciente fin de semana, el líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, siguió la estela del pragmatismo marcada por Guerra antaño y se apuntó al carro vencedor, al del reelegido secretario general del PSOE de Andalucía, José Antonio Griñán.
Apenas hace 5 meses, Griñán y Rubalcaba se enfrentaban en bandos distintos, durante la celebración del Congreso Federal del PSOE. Entonces, el vencedor por un estrecho margen frente a Carme Chacón era Rubalcaba. Y el único gesto de “integración” que se vio por su parte, fue, precisamente, la inclusión de Griñán (firme partidario de Chacón) en la Comisión Ejecutiva Federal, en calidad de presidente del partido.
El nombramiento tenía trampa. Y formaba parte de un código de supervivencia, por ambas partes: Rubalcaba debía intentar evitar que la división interna afectase más aún a la federación andaluza, la primera en peso dentro del PSOE y el último bastión de poder institucional para un PSOE hecho unos zorros, que acababa de sufrir su peor derrota electoral. Por otra parte, si Griñán perdía el gobierno andaluz, su dimisión al frente de la presidencia del PSOE estaría cantada. Pero también estaba cantado que, ante la adversidad, Rubalcaba y Griñán se necesitaban mutuamente. El líder andaluz, con una federación dividida, necesitaba simular unidad y esperar que no se confirmasen las encuestas, que daban por segura la mayoría absoluta del PP en Andalucía. Por eso, Griñán tomó la mano que le tendió Rubalcaba, sin entusiasmo por ninguna de las partes y fiando su sociedad a los resultados de las elecciones andaluzas.
Contra pronóstico y contra las encuestas, Griñán mantuvo el gobierno en Andalucía. Toda una proeza para los tiempos de miseria electoral que vive el PSOE. Desde entonces, Rubalcaba mantiene el poder orgánico, pero el único reducto de poder institucional está en manos de Griñán. Éste reparte cargos públicos y Rubalcaba apenas gestiona esperanzas en un futuro más que incierto. Con todo, ambos se han apuntado a mantener su acuerdo de supervivencia y “no hacerse daño”. No obstante, Griñán marcó su territorio en el reciente Congreso del PSOE-A.
El líder del PSOE andaluz avisó a navegantes y retó a amotinarse a quienes no estuvieran de acuerdo con él. Por aludidos debieron darse el secretario de Ciudades y Política Municipal, su compañero en la Ejecutiva Federal y su rival, Gaspar Zarrías, o el que fuera secretario de organización y consejero dimisionario (por “diferencias personales” con el presidente Griñán ) del gobierno de la Junta de Andalucía, Luis Pizarro, y, por supuesto, el alcalde de la localidad sevillana de Dos Hermanas, Francisco Toscano, el mismo que tildó de “majadero” y “mentiroso” a Griñán durante la celebración del reciente Congreso Federal. Los tres, cada cual con su grado de influencia, movieron las respectivas estructuras provinciales que controlan, como es el caso de Zarrías en Jaén, o sobre las que mantienen un gran poder, como Pizarro en Cádiz, o Toscano en Sevilla. Enemigos de peso que, entre otros, aceptaron el reto de Griñán y se erigieron en oposición.
Los críticos se hicieron presentes: en total, el 31,4% de los delegados votaron en blanco, frente al 65,8%, que avalaron la nueva Comisión Ejecutiva del PSOE andaluz. Asimismo, presentaron una candidatura alternativa a órganos como el Cómité Federal o el Director. Son la oposición a Griñán y se sienten “no integrados”. No hay más que ver la composición de la Ejecutiva del PSOE-A para entenderlo: 8 miembros del PSOE sevillano, todos afines a la ex secretaria de organización, Susana Díaz, que aspira ahora, con las bendiciones de Griñán, a convertirse en secretaria general del PSOE sevillano. En cambio, la nueva Ejecutiva regional solamente cuenta con dos representantes de la federación de Jaén, controlada en su práctica totalidad por Gaspar Zarrías. Y, casualmente, los dos nuevos representantes, Ángel Menéndez y Cristóbal López Carvajal, son oposición al régimen de Zarrías. Pero esa “no integración” es similar a la aplicada por Rubalcaba, a quien todos ellos apoyaron y defendieron con entusiasmo, antes, durante y tras el Congreso Federal del PSOE.
La batalla de Griñán con sus críticos continuará con las escaramuzas que vienen, en los respectivos congresos provinciales de las 8 provincias andaluzas. Pero él seguirá contando con el apoyo de Rubalcaba, que tanto empeño puso en manifestar el líder del PSOE en su aparición en el Congreso del PSOE andaluz. Eso, sin embargo, no significa que los más estrechos colaboradores de Rubalcaba, como Zarrías, no se sientan concernidos por ese pacto de no agresión entre Griñán y el secretario general del PSOE. En todo caso, la batalla entre poder institucional, con capacidad de nombramientos y cargos públicos, y poder orgánico siempre es desigual y, por lo general, acaba decantándose del lado de los nombramientos en la Administración. Le ocurrió al que fuera todopoderoso Alfonso Guerra, que tuvo y retuvo el poder orgánico en sus manos, hasta que Felipe González, quien no había mostrado demasiado interés por las cuestiones orgánicas hasta entonces, logró vencer y “renovar” al “guerrismo” desde el poder institucional y la presidencia del gobierno. La batalla sigue en Andalucía, pero Griñán tiene, por ahora, las de ganar.