Una tarde, quienes seguíamos los debates parlamentarios día a día, nos enteramos de que sonaba una campanilla nueva. Muy original. Ding…don…ping …don… Como si dijeran: Peeces Barrrba, Peces Barrrba. Y todos pronunciamos en broma – ministros, diputados, periodistas y ujieres-: ¡Peeces Barrrba!, ¡Peeces Barrrba!…
Era un homenaje. Vacilón, pero un homenaje que dura hasta hoy. Los viejos del lugar lo pronuncian cuando aun se llama a votar a los diputados, esos casi cinco minutos decisivos porque quien no llega la caga porque le multan. Fue el gran cambio de 1982, cuando su valedor, Felipe González, le nombró presidente de la Cámara cuando arrasó con una mayoría absoluta de 202 diputados, jamás igualada.
Hasta entonces, el vicepresidente de la Cámara era el socialista Luís Gómez Llorente, el hombre más honesto de la historia de la transición democrática española, el único que pudo quitarle el puesto a González poco antes, en 1979, cuando se celebró el Congreso en el que el líder socialista “tiró las llaves (del PSOE) al mar”, en palabras de Fernando Abril Martorell, y Alfonso Guerra le devolvió al poder controlando el aparato de cabo a rabo. El duelo arrastró una conclusión. El canoso –y casposo, dicho sea con cariño- Gómez Llorente, que quiso hacer a Javier Solana secretario general y no pudo porque Solana no quería complicaciones, se retiró. Dijeron entonces que el Rey quería cristianos en la presidencia de la Cámara y había un predecesor: Fernando Álvarez Miranda. Y Peces Barba era cristiano hasta la médula. Además de portavoz del Grupo Parlamentario Socialista. Un hombre de González.
Ahí estaba. Y eso fue lo que le fijó en el puesto. Le hizo un personaje histórico. El primer presidente socialista de la Transición.
A los periodistas de entonces acabó haciéndonos un siete. Cerró la cafetería del Congreso que daba a la puerta de los leones del Congreso. Porque el Parlamento era entonces como el país. O sea. Se entraba por el bar. Franco y los Reyes accedían al Congreso hasta entonces por la puerta de los leones. La barra quedaba a la derecha y las mesas a la izquierda. Se ponían unos cortinones de terciopelo rojo a derecha e izquierda para ocultar la tasca de lujo. Y el dictador y los monarcas, al parecer sin darse cuenta, entraban a la presidencia del hemiciclo por ese pasillo, que daba al Salón de los Pasos Perdidos, cuyo techo estaba lleno de dibujos de símbolo de la República con su corona mural –no se han quitado, afortunadamente-,.y que terminaban en lo más alto de la Cámara Baja.
Ese bar se lo cargó Peces Barba. Y lo cambió por una cafetería situada donde acaba el hemiciclo. Donde no podían acceder los periodistas. En 1986 se dejaba fumar allí, aunque en secreto, después de que se prohibiera hacerlo en el semicírculo donde discutían y votaban los diputados. Cambió la historia porque el 23-F se hizo famoso porque los chicos de Tejero ocuparon el bar de las puertas de los leones y se llevaron el dinero, las bebidas y el tabaco. Ya no volverán a hacerlo porque no podrán.
Pero esta es la parte jocosa –y cariñosa- de Peces Barba. Un hombre que me contaba chistes muy buenos. Como el de los democristianos de Nerón. O sea, que cuando los leones estaban en el circo, Nerón pidió que sacaran a los cristianos, para que se los comieran. Entonces, los cristianos salieron y se comieron a los leones. Peces Barba me dijo: “¡Nerón se escandalizó y añadió: ¡coño!, que he dicho que sacaran a los cristianos, no a los democristianos!”.
Buena gente. Buen político. Buen jurista. Y buen filósofo. Eso dicen. Y eso creo yo, que soy de los que valoran, como Marco Antonio, los motivos de Bruto sobre la honradez.
Se licenció en Derecho en la Complutense madrileña. Obtuvo la licenciatura de Derecho comparado. Participó, entre 1963 y 1975, como abogado defensor en numerosos procesos ante el desaparecido Tribunal de Orden Público (TOP) y en varios consejos de guerra como los de ETA por el asesinato de Melitón Mazanas.
En 1963 participó en la fundación, junto con Joaquín Ruiz-Giménez, de la revista Cuadernos para el Diálogo. Posteriormente fundó Izquierda Democrática, de orientación democristiana. En 1972 se afilió al PSOE, aún en la clandestinidad. Diputado por Valladolid en 1977, fue uno de los redactores de la nueva Constitución. O sea, es uno de los llamados “padres de la patria”. Reelegido diputado en 1979 y en 1982 (año en el que el PSOE llegó al poder gracias a la mayoría absoluta obtenida en las elecciones: 202 diputados sobre 350), fue elegido presidente del Congreso sin ningún voto en contra.
Ostentó el cargo sólo durante esa legislatura y en 1986 decidió regresar a la vida académica. A partir de entonces, centró sus esfuerzos en la creación de la Universidad Carlos III con el propósito de crear una universidad pública de calidad en los municipios del sur de Madrid. Fue reelegido varias veces, ocupando el cargo hasta 2007. En diciembre de 2004, fue nombrado por Zapatero alto comisionado para el apoyo a las Víctimas del Terrorismo, con rango de secretario de Estado. Sufrió un profundo disgusto porque el PP y la Asociación de Víctimas del Terrorismo fueron a por él por no defender su acoso al Gobierno socialista que le había nombrado.
En septiembre de 2006, fue cesado en el cargo por deseo propio y el puesto fue eliminado. En noviembre de 2010 recibió el premio jurídico Pelayo, entregado por el rey Juan Carlos. Ayer falleció tras haber ingresado en el Hospital Universitario Centra del Asturias de Oviedo, aquejado de una insuficiencia renal complicada con otra cardiaca. Cuando murió, era catedrático de Filosofía de Derecho, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, un hombre soltero y padre de un hijo adoptado en 1986. Una buena persona.
Qué buena entrevista sigue teniendo Luis Gómez Llorente.