Cuando llueve mala hostia

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Imagen de archivo de un músico callejero en una calle de Madrid. / Efe

Malasaña, 9 de septiembre, domingo. Se ve bonita Madrid recién lavada por la tormenta del día anterior. Bonita y moderna, muy relajada ella en las inmediaciones de la plaza del Dos de Mayo. Sol generoso y terracitas llenas de cañas como si la crisis fuese un mal sueño. Una resaca destinada de la que el cuerpo se irá aligerando poco a poco, casi sin tener que hacer nada. Que en el fondo no es así lo atestigua una creciente, qué coño, una apabullante muchedumbre que contra el vicio de no dar, practica la virtud de pedir. ¿O era al revés? Es que al final ya ni se sabe.

Hay mendigos directos, hay limosneros indirectos, hay una larga y espeluznante cola  que se forma frente al comedor social de la Corredera Baja de San Pablo, hay hacedores de todo tipo de lástimas. Vendedores de La Farola y de mecheros que sólo se pueden comprar por caridad, “porque tengo hijos”. Es el mismo argumento de una señora de unos cincuenta años que al plantarse a pedir en mitad del vagón de metro invoca menos el hambre que la vergüenza, sabio dardo directo al corazón de cualquier español. Le funciona.

En la calle de Ruiz hay un chico que toca el clarinete en la vía pública. Lo toca bien, con su amplificador y todo, para distraído deleite de los ocupantes de las terrazas de los bares adyacentes. No es que esto sea el bar del hotel Carlyle de Nueva York ni que este chico sea Woody Allen, pero un glorioso domingo de septiembre por la mañana en Madrid como este sí puede llegar a darse cierto paralelismo. Hasta el punto de que llega un momento en que al chico y a su clarinete los pasan por agua a lo bestia. De una ventana alta le arrojan de repente lo que parece el contenido íntegro de un buen barreño, uno que valdría para bañar a los 101 dálmatas todos a la vez.

Le empapan como a un pato. A él, al clarinete y a todo lo que lleva. Humillado baja la cabeza sin protestar. La escena contiene una crueldad inaudita, una mala hostia alucinante, que llama la atención a todo aquel que pasaba por ahí hasta sin pensar en detenerse por un clarinetazo más o menos. Los menos sinfónicos de los que ocupan las terrazas se lanzan espontáneamente a abuchear a quien sea que ha tirado el agua. Y a aplaudir espontáneamente al músico.

Este aplauso configura un momento colectivamente muy bello pero el mosqueo de fondo subsiste: ¿quién y por qué se entretendría en tirar varios litros de agua a la cabeza de un chico que toca el clarinete en la calle poco antes de las tres de la tarde del domingo? Si fuesen las seis de la mañana, o las diez de la noche. Si no estuviéramos en plena crisis. Crujen siniestramente las costuras de esta España que por momentos dirías que vuelve a ser o a parecer más negra que nunca. Entre el macabro caso Bretón y el patético escándalo originado alrededor del vídeo erótico de la concejala socialista de Los Yébenes, más el provinciano revuelo organizado tanto a favor como en contra de Eurovegas, más esto, más lo otro…en fin. No es por el gusto de sacar las cosas de quicio. Es que sinceramente pienso que se empieza queriendo ahogar a un chico que toca el clarinete en Malasaña y se acaba…como se acaba.

5 Comments
  1. Hortensia says

    Pues tienes razón, claro. Tirarle un barreño de agua a un chico que toca en la calle es una crueldad. Pero, y no es por disculpar al vecino, vamos a pensar que era alguien que se había acostado tres horas antes y estaba hasta las narices del clarinete. ¿No dices que encima llevaba amplificador? ¿Quién no ha sentido ganas de darles dinero a los «músicos» de las terrazas para que se vayan y no por lo que tocan? Claro que entre darles dinero y darles agua hay un salto, pero…

  2. celine says

    Se te echaba de menos, Grau. Al del barreño que le den; bastante tiene con soportarse a sí mismo y a su mala sombra. Ya se dice que los españoles están sordos musicalmente hablando; aunque habría que saber qué nacionalidad es la del barreñero. Aún recuerdo cuando, hace treinta años, me detenía arrobada a escuchar a los músicos callejeros de Nueva York. Me daba envidia que se pudiera disfrutar de la música en la calle, de manera tan espontánea. Cosas.

  3. Y más says

    Sí, está muy bien, pero yo esperaba que esta gata sobre el teclado comentara otra cosa de la actualidad, y tal y cual.

  4. moranovenc says

    Creo que este articulo de Anna Grau es mas de actualidad de lo que nos podamos pensar. La sociedad esta empezando a hacer catacrack y las valvulas de escape van a ser de las mas variadas. Barreños de agua, robos de supermercados, etc… Grecia no esta tan lejos.

  5. fat elpho says

    Este artículo parece de piloto automático. Ya sabes de qué quieren tus fans (entre ellos, yo, claro) que les hables: que la independencia son los padres.

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