Exilio y llanto interior

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Un aspecto de la manifestación de la Diada celebrada el pasado día 11 en Barcelona. / Marta Pérez (Efe)

Y yo que fui más catalana que nadie cuando serlo molaba menos que Paris Hilton en Afganistán… Cuando lo progre y lo divino de la muerte era mirar por encima del hombro a cualquiera que escribiera en catalán (ay de mí, ¡yo escribí libros enteros!…). Por aquel entonces el castellano en Cataluña ya no era la lengua del franquismo, pero sí podía serlo de unos cuantos chulazos que a la menor sospecha de bilingüismo te llamaban payés o el insulto supremo: botiguer. Los catalanes pobres no existían. Los no catalanes no anticatalanes, tampoco.

El consuelo que te quedaba era el de ser pequeño y estar oprimidísimo, que es una cosa que une una barbaridad. A unos pocos por lo menos. Mucho antes de que empezara a hacer furor la memoria histórica y lanzarse a desenterrar muertos en las cunetas, en Cataluña ya vivíamos un tremendo pasado oculto, un pretérito imperfecto aparte. Era como si la guerra civil sólo la hubiéramos perdido nosotros. Como si la dictadura hubiera cesado en todas partes menos en la nuestra. Sufríamos un asedio de décadas, una mala leche de siglos, contra los que sólo cabía interponer una desesperada resistencia arcaica. La libertad era algo logrado en el año mil y empezado a perder en el año mil quinientos (después de Cristo, otro que tampoco ayudaba, vistos los desaires del Papa). Desde la conquista de América, sin duda planeada para joder a Cataluña y ridiculizar la escala mediterránea del mundo, todo fue cuesta abajo y escarnio.

Étnicamente, por decir algo, resultaba casi asombroso. ¿Cómo podían los españoles ser así de brutos, incomparablemente menos sutiles que nosotros, y al mismo tiempo ganar todas las batallas, por no decir todas las guerras? Si hasta los judíos habían conseguido levantar cabeza y un Estado de la nada y del secarral amarillento de Palestina, ¿por qué los catalanes, tan tercos en nuestra razón de ser, no habíamos dado una a lo largo de la Historia?

Claro que por aquel entonces esto se vivía de modo a la vez más trágico que ahora…y más relajado. Había como una persistente amargura de fondo, como una nostalgia incurable de lo que casi pudo haber sido pero mira, no fue. Había como una gran inocencia política, o como se quiera llamar a la buena fe de quien ha luchado mucho, o eso cree, pero nunca ha gobernado otra cosa que sentimientos. Cuentan que a Jordi Pujol siendo ya president se le ocurrió crear una especie de servicio secreto catalán, que llegó a encargarle el proyecto a alguien (sé a quién, pero ya para qué…), y que cuando ese alguien le llevó papeles poniendo blanco sobre negro lo que es y hace cualquier servicio secreto normal del mundo, Pujol horrorizado dio carpetazo al asunto. No le cabía en la cabeza, es decir, en el país.

Una era tan catalana, tan catalana, que casi se desmaya la primera vez que asistió a un mitin de Juan Carlos Rodríguez Ibarra no en Cataluña ni en Extremadura sino en el País Vasco. Acostumbrada a la clase de gente que suele frecuentar los mítines de CiU o del PSC requirió cierta descompresión asimilar la diferencia de parroquias. A ese pedazo de Ibarra, en su día mítica bestia negra del catalanismo, puro Toro de Osborne hecho política, habían ido a oírle en no sé qué sitio de la margen izquierda los maquetos. Los parias de la tierra vasca. Inmigrantes de otras comunidades, como los que también habían llegado en masa a Cataluña. Sólo que estos tenían una pinta mucho más lacerante. Mujeres hundidas bajo el peso de un trabajo inmemorial (sus ojos cansados y sus varices hablaban por sí solas) que se echaron a temblar todas como hojas de sauce cuando furibundo el bellotari habló de “los pueblos que no han tenido nunca una maldita oportunidad”…

No sabría decir en qué momento se me empezó a poner la piel de gallina. A vislumbrar horizontes nuevos. Españas impensables desde Cataluña. Como la de aquel taxista licenciado en Arquitectura que me perseguía con los planos de la catedral de Burgos, que según me contó el gobierno local del PP estaba a punto de cargarse, a base de permitir que la construcción de un parking desviara aguas subterráneas hacia los cimientos del templo…. “Ustedes que son catalanes y saben defenderse, ¡ayúdennos!”, llegó a suplicarme. Llamé al entonces director del diario catalán y catalanista donde yo trabajaba. Conmovida le ofrecí esta historia. “Pero Anna, querida, ese tipo de español no nos interesa, no es noticia para nosotros”, me desasnó.

Etc. Podría dar miles de ejemplos, pero no acabaríamos nunca, y además ya está todo dicho. Que no resuelto. A ver si no: hay suficientes catalanes hartos de España para que esto sea invivible…y a la vez Cataluña está demasiado llena de españoles como para que la independencia tenga sentido. ¿Quién cabalgará este tigre, estas manifestaciones nominalmente millonarias, esta inmensa desilusión que no va a ningún lado?

Y por el otro lado la triste, colosal, imperdonable indiferencia de tantos gobiernos españoles abandonando tantos sentimientos encontrados a su suerte. Abandonándonos a todos los que esta puta mierda nos ha pillado en medio. Catalanes y españoles, sí, ¿qué pasa?

Pues nada, que estamos rematadamente tristes.

8 Comments
  1. Víctor82 says

    A los españoles en general es fácil hacernos desconfiar y dividirnos. Basta que nos diga como hacerlo, y contra quien, un tipo con corvata por televisión, o el que le entrevista. Lo que pasa es que esa desconfianza se puede disparar. Como ocurre ahora. Lo del Estado Catalán es eso.

  2. celine says

    ¡Ha vuelto Grau por donde solía! Bien. Estar rematadamente tristes es una buena imagen para definir el sentimiento que se está apoderando de muchos de nosotros. Pero habrá que sacudirse esa tristeza, porque hay mucho que hacer y más en qué pensar y organizar. Como le dijo Anguita a Ebolé en la tele: sin violencia, ¿eh? Pero con las cosas claras. ¡Arriba los corazones!

  3. Hortensia says

    Muy bueno el artículo, como siempre.
    Me creo lo de los miles de ejemplos de «asnamiento». Siempre he pensado que los nacionalismos son papanatas y provincianos por definición. Desgraciadamente, el «patrioterismo» español, también. Y al final más peligroso que los «patrioterismos» más chicos. Igual de papanatas todos, eso sí. Y sí, papeleta difícil la del tema catalán. Los no independentistas brutos se sentirán arropados por los partidos nacionales. Pero los no independentistas inteligentes efectivamente pueden llegar a estar muy solos. Esperemos que no. Suerte a todos ellos

  4. Hortensia says

    Muy bueno el artículo, como siempre.
    Me creo lo de los miles de ejemplos de «asnamiento». Siempre he pensado que los nacionalismos son papanatas y provincianos por definición. Desgraciadamente, el «patrioterismo» español, también. Y al final más peligroso que los «patrioterismos» más chicos. Igual de papanatas todos, eso sí. Y sí, papeleta difícil la del tema catalán. Los no independentistas brutos se sentirán arropados por los partidos nacionales. Pero los no independentistas inteligentes efectivamente pueden llegar a estar muy solos. Esperemos que no. Suerte a todos ellos

  5. Hortensia says

    Muy bueno el artículo, como siempre.
    Me creo lo de los miles de ejemplos de «asnamiento». Siempre he pensado que los nacionalismos son papanatas y provincianos por definición. Desgraciadamente, el «patrioterismo» español, también. Y al final más peligroso que los «patrioterismos» más chicos. Igual de papanatas todos, eso sí. Y sí, papeleta difícil la del tema catalán. Los no independentistas brutos se sentirán arropados por los partidos nacionales. Pero los no independentistas inteligentes efectivamente pueden llegar a estar muy solos. Esperemos que no. Suerte a todos ellos

  6. Dante says

    Efectivamente, Anna, el nacionalismo catalán y, claro está, los demás, necesitan que el contrario sea grosero, más bajito a poder ser, que insulte y que odie de igual manera; si no es así, no interesa, no vaya a ser que el personal se de cuenta de lo iguales que somos todos y se acabe el chollo de la confrontación y las identidades que tan buenos réditos dan.
    De los nacionalismo que en España han sido, en la historia reciente, los beligerantes son el vasco (éste con centenares de asesinatos a sus espaldas) y el catalán. Los otros nacionalismos están bastante calmaditos, por el momento.

  7. andaluz says

    Asisto perplejo desde mi Andalucía de sol y mar, a los vaivenes de una españa quebrada y unos politicos de barcelona emborrachados de poder y de no se sabe que cosas mas.politicos resacosos que discuten sobre lo imposible.¿o necesitan dormirla? Que aburrimiento de escuchar siempre lo mismo ¿Y no se cansan?….
    Creo que se han bebido todo el alcohol que ha dejado el tripartito…..y claro asi estan los pobres.Porque alcohol han comprado con 45.000 millones de deficit.
    Les recomiendo que acudan al proyecto hombre…
    Nadie tiene nada contra cataluña.somos parte de un todo indivisible……….hermanos españoles.
    VIVA AMERICA,VIVA FRANCIA,VIVA ALEMANIA Y VIVA ESPAÑA Y VIVA LA TRANCA…..

  8. Beaver says

    ¿Y cuándo «ha molado poco ser catalana»? Lo que no mola es revestir de heroicidad una ideología que se mantuvo en un momento dado por razones «equis» y que luego se ha desechado por razones «y».

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