Marta Lasalas *
BARCELONA.– “No tengo miedo, pero la situación del país me provoca respeto”. Las últimas páginas de los discursos de Artur Mas acostumbran a dejar entrever el lado más humano de un político a quien hasta ahora se atribuía fama de frío y distante. El líder de CiU subió ayer al estrado del Parlament en el arranque del debate de investidura consciente de que asume una legislatura extraordinariamente compleja. Ante el hemiciclo, anunció con solemnidad la convocatoria de una consulta sobre “el futuro político y nacional” de Cataluña dentro del “marco legal que la ampare”. Era el compromiso electoral de CiU y el acuerdo que el día anterior había cerrado con el republicano Oriol Junqueras. Y, sin embargo, Mas se resistió a citar la fecha del 2014 que ERC ha impuesto como condición para rubricar el apoyo a su gobierno. Consciente de que el 25N debilitó el papel de liderazgo que había asumido en el proceso hacia el Estado propio, llamó a un “consenso tan amplio como sea posible con todas las formaciones políticas y sociales de este país”. De hecho, toda su intervención estuvo salpicada de llamadas al consenso y evidentes guiños al PSC. Por su parte, los socialistas sorprendieron con el anuncio de que se abstendrán en todas las votaciones que afecten al proceso de la consulta. Insuficiente en Cataluña, demasiado en Madrid.
El de ayer era un pleno histórico del Parlament, pero la complejidad del momento pesaba en el ambiente. Mas se prepara para enfilar una dura prueba de resistencia. De entrada le espera el marcaje de sus socios de Unió, que ya no esconden la incomodidad con que viven el proceso independentista. El miércoles, las objeciones de la formación de Duran Lleida mantuvieron en vilo hasta el último instante el acuerdo con Esquerra. Pero tampoco los republicanos se perfilan como un apoyo fácil. Horas después de firmar el pacto para garantizar la estabilidad del govern, Junqueras aseguraba en una entrevista al canal privado 8TV que su formación seguirá acudiendo a las manifestaciones contra los recortes. A estas alturas, la historia más reciente de Esquerra en los tripartitos de Pasqual Maragall y José Montilla se ha convertido en una de las pesadillas recurrentes del sueño secesionista convergente. CiU no se resigna a limitar su fuerza a los votos de una formación a menudo imprevisible y que ha hecho pagar tan caro el acuerdo de estabilidad parlamentaria, conocido como Pacto de la Libertad.
Esta es una de las razones por las cuales, a pesar de que en el debate de ayer Junqueras cumplió con su papel y mostró sintonía absoluta con CiU, Mas no se cansó de extender los brazos al PSC con llamadas a todas aquellas formaciones que durante la campaña han mostrado su apoyo al derecho a decidir de los catalanes. “El ofrecimiento sigue en pie y seguirá en pie toda la legislatura”, garantizó. También Junqueras, preocupado por los efectos que comportará para su partido apuntalar en solitario la política de recortes, apostó por ampliar el abanico de acuerdos.
No obstante, el socialista Pere Navarro frustró, al menos de momento, cualquier esperanza en este sentido. El primer secretario del PSC se desentendió sin ambages del proceso abierto y se limitó a anunciar que sus diputados se abstendrán en todas las votaciones que se celebren en relación al derecho a decidir. A nadie se le escapa, sin embargo, que, a pesar de la presión que pueda ejercer el PSOE, los socialistas viven un intenso debate interno donde no faltan las voces que apuestan por un mayor protagonismo en el proceso hacia la consulta. Tan evidente es la incertidumbre interna del PSC que el propio Navarro sobresaltó a los diputados en su estreno en el hemiciclo proclamando que es un líder.
A lo largo del discurso, de una hora, Mas no escondió ni las dificultades que deberá asumir su propuesta de consulta ni la extrema gravedad de la situación económica, “muy dura, casi diabólica”, en la cual las finanzas de la Generalitat dependen cada vez más de un gobierno español “que acentúa su control político sobre la recortada autonomía catalana”. CiU es consciente de que la durísima respuesta que hasta hoy ha llegado desde Madrid no es más que un aperitivo de lo que vendrá a partir de ahora. Si las amenazas de todo tipo que arrecian día sí día también desde el Gobierno español caen como meteoritos en un escenario ya maltrecho, no resulta menos llamativa la descarnada ofensiva de la derecha mediática, a pesar de disponer de un eco limitado en Cataluña.
No será un camino sencillo. Pero Mas dejó claro que no tiene intención de plegarse y envió un mensaje de aviso a todos aquellos que apuestan por poner palos en las ruedas: “Estamos en un momento en que es fácil cargarse gobiernos; atención, sin embargo, porque también es fácil cargarse países”.
Antes de terminar, el president defendió una vez más haber convocado las elecciones de manera anticipada y, ante las cábalas que señalan el 2014 como fecha de caducidad de la legislatura, aseguró que su gobierno tiene voluntad de permanencia y estabilidad hasta el 2016. Lo cierto, sin embargo, es que cuando Mas salga esta tarde del Parlament investido president se encontrará con una legislatura que reclama serenidad y diálogo pero que comienza a andar con la garantía que no encontrará ni un instante de tregua.