Los dirigentes políticos evitan regular la abdicación del rey

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El rey Juan Carlos, el pasado día 3, a su llegada a la clínica La Milagrosa, donde ha sido operado. / Juanjo Martín (Efe)

No gana el rey para sustos y disgustos -los últimos, la explosión de dos bombonas de oxígeno en el hospital donde le han apuntalado la columna vertebral y los gastos en la casa cedida a la amiga Corina en la finca del Monte del Pardo de uso exclusivo de la familia real--, pero sería de “mal gusto” aprovechar su incapacidad transitoria para regular la abdicación. Esta impresión del portavoz del PNV en la Comisión Constitucional, Emilio Olabarría, resume bien la opinión de los visitantes Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba a la clínica La Milagrosa, en la que ha convalecido una semana tras la séptima intervención quirúrgica que soporta en menos de tres años y que le mantendrá entre dos y seis meses inactivo.

La Constitución contempla en su artículo 57.5 la regulación de la abdicación y señala que “las abdicaciones y renuncias y cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de sucesión a la Corona se resolverán por una ley orgánica”, pero desde 1978 los legisladores no han tenido ninguna prisa en desarrollar ese precepto ni parecen tenerla ahora pues, según comenta Olabarría, la mayoría entiende que la abdicación es un acto de la soberana voluntad de Juan Carlos I de Borbón que debe ser decidida sin indicación ni coacción alguna.

Bastará con que el rey comunique a las Cortes su decisión de abdicar para que su heredero, Felipe VII de Borbón, asuma la Corona y ejerza con plenitud, y no por delegación como ocurre ahora, la Jefatura del Estado. Pero si nos atenemos a las declaraciones de la reina Sofía a la periodista Pilar Urbano, al rey no se le ha pasado por la cabeza abdicar. Quiere decirse que después de 37 años y cinco meses de reinado y con 75 años de edad, las Cortes deben esperar.

Cierto es que desde las confesiones de la consorte para el libro que lleva su nombre han transcurrido más de cuatro años y que el último trienio ha sido azaroso para la salud del monarca. En ese tiempo le han operado tres veces de las caderas: dos de la derecha, a consecuencia del trompazo que sufrió en abril de 2012 en la famosa cacería en Botswana, y una de la izquierda, por artrosis, en noviembre pasado. Con anterioridad le operaron de la ruptura del tendón de Aquiles, de la rodilla derecha para ponerle una prótesis y de un tumor benigno en el pulmón derecho.

Estos quebradizos episodios en nada afectarían al prestigio real si en los dos últimos años no hubiesen llegado acompañados del caso de improbidad del yerno Iñaki Urdangarín, oficialmente borrado de la Casa del Rey, y de sus excursiones cinegéticas poco edificantes –pidió perdón tras el accidente en África-- para unos españoles con el dogal de la crisis capitalista al cuello de los trabajadores y, especialmente, de los jóvenes. Rota por las redes sociales la carcasa protectora que le proporcionaban los más potentes medios de comunicación, las calles, repletas de indignación, se han teñido de banderas republicanas y el término “abdicación” ha cobrado fuerza a la par que la imparable demanda de regeneración democrática.

El primer secretario de los socialistas catalanes, Pere Navarro, eligió el debate sobre el estado de la Nación para pedir la abdicación. Chafó así la intervención de Rubalcaba, que desaprobó sus palabras. Pero Navarro las ha vuelto a repetir. En ámbitos políticos y académicos bastante alejados de las formaciones de izquierda con ideario republicano, la abdicación en el príncipe Felipe se contempla como una buena salida para el monarca que no pudo contener su sangre de jabalí ante el recién fallecido Hugo Chavez, y para el prestigio de la institución.

Lejanos quedan los tiempos de la anécdota que refería al cronista el socialista vasco Txiki Benegas y que fue recogida por Alfonso Guerra en el primer tomo de sus memorias –por cierto, el tercero está a punto de salir y va a ser muy suculento--. Se acababa de constituir el Consejo General Vasco y vinieron a ver al rey. Después del acto oficial, se formó un corrillo y comentaron la actualidad del día. Habían secuestrado al dirigente de la democracia cristiana italiana Aldo Moro y el presidente vasco, el histórico socialista Ramón Rubial, dijo a Juan Carlos: “Tenga cuidado, no vayan a secuestrarle a usted”. El rey siguió departiendo, pero, instantes después, se volvió hacia Rubial: “No me querrá usted tan mal que quiere que me secuestren”. “En absoluto, señor –le contestó Rubial--, nosotros sólo queremos que abdique y se haga republicano”.

Si el tono del recio socialista con muchos años de cárcel a la espalda –“eso no tiene ningún mérito porque en ninguna estuve voluntariamente”, solía decir- dejaba claro que se trataba de una broma, los argumentos de hogaño van en serio. Quizá el principal sea, como explica el profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, Roberto L. Blanco Valdés,  que el rey “ha ido agotando poco a poco el caudal de prestigio por su papel decisivo en la Transición, sobre todo, a los ojos de los millones de españoles que no la vivieron”. Quiere decirse que el tiempo ha pasado. Y aunque según el eminente jurista Olabarría “en esto de la abdicación prima la voluntariedad y no hay tasas equiparables en el derecho comparado, ahí está el ejemplo por edad de la reina de Holanda”.

4 Comments
  1. Juanón says

    Abdicatio non petita, complacentia manifiesta. Ergo, todos corruptos y el pueblo pagano que los financia y soporta, completamente agilipollao.

  2. Maria Antonia says

    El proceso de los reyes cuando no han sabido marcharse a tiempo se ha convertido en España en materia trágica.

  3. Arruga says

    Los Borbones han sido una desgracia para España.¡Ni dios ni rey ni patrón!

  4. luis says

    Tenemos un principe que ya esta maduro para ejercer de rey. En este país tenemos que agradecer al rey muchas intervenciones pero creo que su tiempo paso y si abdica podría seguir ayudando a su hijo no se pide que se marche a un monasterio como ha echo el Papa. Pero quiza debería aprender de él que se ha dado cuenta que no tenia fuerzas para seguir. D. Juan Carlos no peque de soberbia y marchese.

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