Se vende San Pedro

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El entonces todavía cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio a su llegada al Vaticano el pasado lunes. / Ciro Fusco (Efe)

Se elige al primer Papa latinoamericano, jesuita, que habla español desde la cuna, etc. Habrá quien desde España saque pecho, insistiendo en esa terca ficción de que somos la misma cultura, etc. Error, garrafal error. Todo español que de verdad quiere hacer las Américas tiene que aprender en primer lugar a mudar de pensamiento y enfoque vital como una piel de serpiente. Quién nos iba a decir a nosotros hace sólo cuarenta años de nada que acabaríamos siendo demasiado europeos para dar el pego en el México D.F., en el Río de la Plata o en Washington Heights, Nueva York. Qué curioso que hablar la misma lengua a veces sirva para odiarse más antes que para entenderse. A la mayoría de ellos les sobra un rencor absurdo (oye, que los colonizadores fueron tus abuelos, no los míos, que jamás se movieron de la Península Ibérica…) y a la mayoría de nosotros nos falta humildad. Como si a día de hoy tuviéramos algún mérito en que ellos sean mejores y más grandes.

En fin. Que para un españolito, ni falta hace que sea católico, esto del Papa argentino deja un sabor agridulce, como el primer mate. Habría que estar contentos, más este año que se cumple el 500 aniversario de la llegada de Ponce de León a las costas de Florida, pero resulta que también hay motivos para que se nos pongan los pelos de punta. ¿Puede haber mejor demostración de que Europa se va al garete?

Hace tiempo que los europeos vamos perdiendo pie en todos los organismos donde se decide el destino del mundo. Del FMI al Banco Mundial pasando por el mismísimo Vaticano. Es algo que viene de antiguo, y que va poniendo poco a poco pero inexorablemente en su sitio las piezas caídas de un tablero que no se revisa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. No es sólo esta crisis, que también. Es un hundimiento más general y más profundo, la explosión de un modelo social sentido y noble pero ya poco menos que imposible a causa de la demografía, la chorizada, la estupidez, la tragedia...

No nos engañemos, no es que el mundo se pluralice, se diversifique o ni tan siquiera se globalice, como nos gusta creer. No es que nos estemos repartiendo el pastel con más gente. Esto no es la descolonización de principios del siglo XX, no es una novela de Tintin. Es que el tren ya pasa de largo de nosotros. Es que los nuevos emergentes no pretenden repartir nada con nosotros porque ya no les hace falta y cada vez les hará menos. Somos un cero a la izquierda de todo. Hasta del catolicismo, que en este país ya tiene gracia. Y bemoles.

¿Es eso bueno o malo? Depende de cómo se mire. Decía Joan Manuel Serrat que nunca es triste la verdad, que lo que no tiene, es remedio. Que Europa pierda la pretenciosa hegemonía que hace décadas que ostenta un poco o bastante en falso podría resultar hasta liberador si nos supiéramos dar cuenta y sacar alguna conclusión en positivo, en vez de rumiar agravios y miserias en un rincón cada vez más estrecho y a la vez más prepotente de la Historia.

El nuevo Papa dice que viene del fin del mundo. ¿Cabe mayor ironía?

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