Me voy con mi amigo Javier a ver la película The Butler, El Mayordomo, cuando todavía estamos todos bajo el impacto de la muerte de Nelson Mandela. Mi amigo sale emocionado y convencido de que esta película no se irá de vacío la noche de los Oscar. Yo coincido en esto último pero en cambio me siento un poco menos emocionada. La película es buena. Está sobre todo soberbiamente interpretada por Forest Whitaker y Oprah Winfrey da muy bien el pego como esposa del protagonista. El reparto es cuidadosamente coral, como no habiendo querido dejarse fuera a ningún artista negro importante. Bueno, no está Spike Lee, quien últimamente tiene muy mal carácter. Se enfadó mucho con el Django desencadenado de Quentin Tarantino, a su juicio una burla macabra sobre la esclavitud. A mí sí me pareció una peli un tanto macabra, pero para nada una burla. Es un western soberbio y una ucronía demoledora. Yo personalmente salí del cine ansiosa de matar negreros con mis propias manos. Qué gusto. Tarantino es lo que tiene, que te acerca a lo más básico del ser humano, que no necesariamente a lo mejor. Pero narrativamente eso tiene un poder deslumbrante. Por eso las tragedias griegas, tan políticamente incorrectas si se escribieran hoy, nunca son superadas por nada.
El Mayordomo no es Sófocles ni es Tarantino. Es definitivamente otra cosa. Participa de ese indiscutible buenismo con que estamos todos decididos a abordar los conflictos raciales en el plano del arte. En este caso es además un buenismo marcadamente institucional. Porque sabemos que la película está basada en hechos reales, porque si no, esto de que un negro cuyo padre fue asesinado ante sus ojos por el violador de su madre en una plantación del Sur acabe de mayordomo en la Casa Blanca, con un hijo muerto en Vietnam y el otro casi se lo matan en el movimiento por los derechos civiles… Cecil Gaines empieza sirviendo a Dwight Eisenhower y aguanta al pie del cañón hasta Ronald Reagan, que por un lado le invita con su señora a una cena de Estado y por el otro lado se niega a adoptar sanciones contra el apartheid sudafricano. Luego el mayordomo se retira y siendo ya muy viejito alcanza a presenciar la elección de Obama y hasta a ser recibido por él y a darle la mano.
Para embutir tantísimo tiempo y tanta información en una película que sin ser precisamente corta no se hace larga, en algún momento el guión se tiene que pasar de telegráfico, por no decir tópico. El desfile de presidentes parece por momentos un desfile de estereotipos. El encantador Kennedy, el neurótico Nixon, la entrometida Nancy Reagan. Es en los grandes momentos “históricos” cuando la película pierde un poquito de convicción y de fuelle porque sin duda no es fácil narrar interesantemente y a la vez quedar bien con todo el mundo (que se lo pregunten a Tarantino). En cambio la narrativa asciende a cumbres majestuosas cuando el protagonista se repliega a su plano más personal y más íntimo.
Es allí donde emergen las mejores contradicciones entre negros y negros, entre distintas maneras de abordar los retos raciales, en función del background de cada uno, y cómo las opciones de cada uno repercuten en las de todos los demás. Al principio el primogénito de Cecil, Louis, se avergüenza de que su padre “sirva” a presidentes blancos, mientras que a Cecil le enfurece que Louis se eche de bruces contra los mismos peligros del Sur de los que su padre salió huyendo. Finalmente los dos van entendiéndose y respetándose y curiosamente hacen las paces manifestándose juntos por la libertad de Mandela y siendo detenidos juntos. La familia que va a la cárcel unida jamás será vencida.
Eso es quizás lo mejor de la película, que rompe con décadas, por no decir siglos de tradición narrativa reducida al eterno triángulo entre blanco bueno, blanco malo y negro ni fu ni fa. El negro sólo podía ser víctima del blanco malo o amigo del blanco bueno, como en la por otra parte magnífica Matar a un ruiseñor. Todos amamos a Atticus Finch aunque el pobre negro al que defendía de una acusación injusta de violación se lo acaben cargando igual. Y es que en el fondo, ¿a quién le importaba el destino del negro? Su único valor consistía en dar ocasión al buenazo de Finch (Gregory Peck, nada menos) para lucirse.
En The Butler nos hemos hecho todos mayores. Hay blancos buenos, malos y regulares. Lo mismo pasa con los negros. La mujer de Gaines le pone los cuernos y luego se arrepiente y vuelve con él. Hijos y padres se equivocan, rectifican, se vuelven a equivocar y vuelven a rectificar. Todos hacen lo que pueden y viven el orgullo y la dignidad a su manera. Es maravilloso que existan héroes como Nelson Mandela. Pero sería más maravilloso aún que no hicieran falta. Que el mundo sea para la gente normal.
Pues creo que con el tráiler ya está vista. Gracias.