He visto Operación Palace, he visto la reacción de mucho tuitero feroz y de otras gentes que donde ponen el ojo, ponen el grito, y personalmente lo tengo claro: que viva Jordi Évole. Arriba la irreverencia inteligente y la ironía, abajo la estrechez de miras fundamental que lleva años y décadas, por no decir siglos, ahogando demasiadas cosas interesantes en este país.
Ah, pero yo también miento. Digo que he visto Operación Palace pero no es del todo verdad. Empecé a verla pero al cabo de un rato empecé a saltar, a verla en diagonal. Tan evidente resultaba lo que era aquello. Estaba muy bien hecho, con mucha gracia y mucha convicción. Pero estaba tan y tan claro que era, no ya un falso documental, que también, sino sobre todo una parodia de los verdaderos. Del verdadero 23-F que cada españolito está convencido de tener claro, aunque no tenga pies ni cabeza ni nada que ver.
Quien haya leído el estupendo libro de Javier Cercas sobre el tema, “Anatomía de un instante”, quizás recuerde cómo se insiste allí en un detalle aparentemente nimio, y sin embargo muy revelador. Adelante con ese detalle: más o menos todo el mundo con la edad más o menos adecuada cree recordar que vio el golpe de Estado en vivo y en directo, que se enteró de lo ocurrido presenciando las imágenes de Tejero subido al estrado pistola en mano. Qué error. En realidad todos nos enteramos por la portera o por la radio. Las famosas, icónicas imágenes del Congreso tomado son posteriores, no se ven hasta después de la batalla, cuando ya todo ha ocurrido. La memoria colectiva puede ser tanto o más traicionera que la individual.
A poco que se investigue el 23-F, como hice yo para escribir un capítulo entero de mi libro “De cómo la CIA eliminó a Carrero Blanco y nos metió en Irak” (Destino, 2011), es difícil no pasmarse con el enorme abismo entre realidad y leyendas urbanas. Todas de gran calibre, todas sin demostrar. ¿Que la CIA estuvo metida hasta las orejas, como tantos tienen por seguro? Pues para nada se infiere eso de los documentos secretos donde se ve al embajador americano de la época, Todman, mesándose los cabellos de preocupación ante las posibles consecuencias del golpe, que obviamente le ha pillado con el pie cambiado, y le obliga a entablar rápidas consultas con todos los partidos políticos habidos y por haber. Estas consultas se prolongan mucho más allá de la salida de Tejero del Congreso y, créanme, con lo que en ellas se dijo sí que sale un documental, verdadero además, de tres pares de narices.
Enrique Múgica proponiendo a los americanos la abolición de la Guardia Civil y cerrar toda la prensa vasca. El hermano de Javier Solana jurando que España jamás entrará en la OTAN. El PNV advirtiendo de que los duros de ETA no se rendirán nunca, pero tranquilos que ellos los tienen controlados y saben dónde y cuándo mandarles a alguien a que los despache cuando llegue el momento. La derecha ultramontana pidiendo a Washington que le sugiera al Rey que enmiende la Constitución para cargarse las autonomías. Adolfo Suárez sincerándose a toro pasado y afirmando que si se puso en pie y se abrió de camisa frente a los golpistas fue porque en aquel momento sinceramente creía que el Rey podía estar con el golpe y entonces a él le iban a matar de todas maneras. Que fue al ver que no le mataban que empezó a dar por bueno que el monarca jugaba en el equipo democrático y que con una pizca de suerte se podía salir de esa. Etc.
El 23-F es tan difícil de recordar y de digerir porque en realidad equivale a un grano en las asentaderas de nuestra memoria histórica más reciente. En esos días casi nadie era ni estaba en lo que luego ha pretendido. Seguimos reinventándonos con pasión, reimaginándonos un país entero, con enemigos a medida y todo, y luego, claro, no hay quien entienda nada. Ni lo quiera entender.
A mí me parece que lo mejor y lo más alucinante de la Operación Palace de Évole es que de verdad que hay que estar muy loco –como parece que aquí todo el mundo insiste en estar- para no haberse dado cuenta de que era un documental falso a la primera de cambio. ¿De verdad cuela que los catalanes quisieran que Josep Maria Flotats dirigiera la puesta en escena de un golpe de Estado falso, que Alfonso Guerra se cabreara étnicamente y contrapropusiera a Manolo Summers, y hubiera que recurrir a José Luis Garci como única vía posible de consenso, impuesta además por el Rey?
Y hablando del Rey. Observo que para dar salida a la mala uva, los más acusan ahora a Jordi Évole de haber “blindado” con su experimento la supuesta “mentira” de que el Rey paró el 23-F. Por supuesto los que de esto le acusan siguen sin aportar una sola prueba consistente de la tal “mentira”, más allá de sus propias ganas de creer en ella.
Pues ya que aparentemente no hay manera de que la gente de este país se tome en serio su propia historia y las ganas de conocerla, si hay que vivir de mitos y de leyendas urbanas y de lo que yo te diga, yo me quedo con Évole. No sólo porque me ría más. Es porque poniéndonos delante el espejo de nuestras propias y amadas mentiras, ha mostrado una realidad como un templo, mucho más grande que el del 23-F: la verdad de cómo fuimos, somos y seguiremos siendo, si nadie lo remedia.
Si es que nos hace falta mucho sentido del humor, que se nos ha agriado el carácter, no sé si con la panda de los Lehman o con qué. Yo me lo perdí y confieso que me da pereza verlo a toro pasao. Pero quizás lo haga.