Después de colocar a Elena Valenciano, sin gran contestación legible ni audible, al frente de la lista del PSOE a las elecciones europeas, Alfredo Pérez Rubalcaba ha comenzado a sudar tinta para componer una candidatura en la que tendrá que combinar las propuestas de las federaciones con los compromisos de la dirección federal, la cuota de Juventudes Socialistas (JSE) y el correspondiente guiño al sindicato hermano, la UGT. Aunque el secretario general se mantiene hermético, algunos compañeros y amigos suyos reconocen que las presiones son muchas y los puestos cada vez menos. Las mejores previsiones atribuyen a los socialistas 16 de los 54 eurodiputados en juego.
Una cosa es que Valenciano dijera el domingo, en amor y compaña del dirigente madrileño Tomás Gómez, que “debemos tomar las elecciones europeas como si de unas generales se tratara”, y otra la realidad de los sondeos que manejan en Feraz, según los cuales, el PSOE se mantiene estancado. Con una abstención elevada, apenas superaría los cuatro millones y medio de votos necesarios para situarse en una horquilla entre 16 y 18 escaños. (Hace cinco años obtuvo 23, dos menos que el PP). Y es ahí donde empiezan los problemas. Rubalcaba quiere reservarse un cupo de seis puestos de salida: Ramón Jaúregui (de número dos), Diego López Garrido, Enrique Guerrero y eventualmente la eurodiputada perfectamente desconocida Maria Irigoyen, excolaboradora de Zapatero en La Moncloa, y otra mujer entre las que citan a Purificación Casapié, secretaria de igualdad de la Ejecutiva.
El cupo de la dirección a nadie puede extrañar si tenemos en cuenta que junto a la mencionada Irigoyen, el secretario de organización hace un lustro, José Blanco, promovió a su colaborador Ricardo Cortés Lastra y que de la estructura orgánica del propio grupo parlamentario europeo salió la también eurodiputada desconocida María Muñiz. Cierto es que en lo atinente al grado de conocimiento y proyección popular, las mencionadas euroseñorías pueden considerarse amparadas por la mayoría de sus colegas, de cuyos nombres nadie se acuerda.
A partir de los seis puestos del cupo de la dirección (Valenciano incluida), el PSC y las distintas federaciones tendrán que distribuirse los diez restantes con ciertas garantías de salir elegidos. Madrid, con una sola eurodiputada (Dolores García Hierro) reclama dos puestos, igual que las federaciones más importantes y que el PSC. Andalucía, con dos eurodiputados, también se considera infrarrepresentada. Por cierto que ni el veterano Luis Yañez ni Carmen Romero optarán a la reelección, según fuentes internas. El PSC, con el ancestral Raimon Obiols y la dimisionaia María Badía (en octubre de 2012 firmó una carta denunciando las amenazas militares contra Cataluña y pidiendo la protección de los aliados europeos, tras lo cual abandonó el grupo socialista aunque conservó su escaño), también aspira a mantener su representación. Y otro tanto ocurre con los vascos del PSE-EE, que cuentan con las eurodiputadas Eider Gordiazabal Rubial e Iratxe García.
Con la presencia del cabeza de lista hace cinco años, el exministro de Justicia Juan Fernando López Aguilar, en un puesto destacado de la candidatura y el representante de las JSE –hace un lustro fue el toledano Sergio Gutiérrez-- se alcanzan los 16 con posibilidad de resultar elegidos. Los valencianos del PSPV-PSOE, que en la actualidad cuentan con tres escaños en Estrasburgo y Bruselas (Vicente Garcés, Andrés Perelló y Josefa Barea) podrían ver reducida su representación a un eurodiputado, probablemente Ángel Luna, y Asturias, Navarra, Cantabria, Galicia, Baleares, Castilla-La Mancha y Castilla y León y Extremadura, reclaman un trato equilibrado y ejercen sus legitimas presiones en Ferraz.
Si con razón dicen que el parto de las listas es siempre doloroso, Rubalcaba puede atemperar el dolor renunciando a una parte de su cupo a favor de las federaciones y prescindiendo del peso centralista del pasado que ha permitido a algunos designados como Emilio Menéndez del Valle, Miguel Ángel Martínez o Alejandro Cercas, a la sazón, administrador del grupo parlamentario, perpetuarse en el escaño desde 1999. Esta última operación ni siquiera resulta dolorosa para los concernidos si tenemos en cuenta que los eurodiputados se pueden jubilar a los 63 años, en contraste con los 67 del resto de los españoles, y disfrutar de una pensión de 9.000 euros mensuales cuando, como en este caso, llevan tres legislaturas, 15 años en la eurocámara.
¿Se puede saber qué han hecho esos tíos y tías los últimos cinco años? Como decía Forges, su lema y el de los del PP parece que fue «¡Adiós!» Y ahora tienen el morro de volver a pedir el voto para otros 5 años de dolce far niente.