Algo tendrá el agua cuando la maldicen y algo tendrá la policía, en este caso municipal, cuando hasta Esperanza Aguirre huye de ella. Bromas aparte, la política deberían ser ideas. Pero como ideas, lo que se dice ideas, no abundan, pues acaba mandando el factor humano. Y el factor humano que la expresidenta de Madrid acaba de mostrar no la ayuda en nada. ¿Que en el PP madrileño caen chuzos de punta y son algunos correligionarios de la dama los primeros interesados en magnificar el incidente? Seguro. Pero los errores se pagan. Ana Botella pagó y pagará por haberse ido a un spa con las víctimas del Madrid Arena de cuerpo presente, algo que si se piensa es una chorrada: ¿qué más daba estar en el spa o en su casa mientras estuviera localizable y atenta al problema? Ah, pero esto no funciona así. Alguien del entorno de Botella metió la pata, algún asesor no asesoró, y las aguas se cerraron sobre la ¿carrera política? de la todavía alcaldesa. Aguirre puede haber encontrado en su arriesgada road movie por Callao un parecido San Martín.
Los políticos han usado y abusado de la desconexión, de la distancia con el ciudadano. Todavía recuerdo la cara de pasmo de unos jovencísimos nacionalistas catalanes cuando su entonces representante en el Congreso de los Diputados, Joaquim Molins se llamaba, les visitó en su agrupación local de Barcelona y se interesó por cuántos de ellos vivían aún con sus padres y cuántos se habían ya emancipado y se pagaban su alquiler. “Porque a ver, 150.000 o 200.000 pesetas al mes seguro que os las podréis pagar todos, ¿no?”, preguntó el hombre, un tanto bruto. Les dejó a todos tiritando. Esa era la idea de Joaquim Molins de un alquiler joven normal a principios de los 90.
A veces el que más chilla es el que más la lía. Una actual azote de políticos, sobre todo si no son nacionalistas, Pilar Rahola, cuando era diputada también al Congreso se llevó su coche retirado por la grúa en Badalona sin dignarse a pagar. “¿Usted no sabe quién soy yo?”, le espetó al funcionario que se atrevió a pedirle cuentas. Vamos, que ella y Aguirre se lo podrían montar en plan Thelma y Louise. Sería inolvidable.
¿No puede tener un político un mal día, como todo hijo de vecino? Sí, si no le diera vergüenza pedir perdón y si el patinazo puntual quedara compensado por otro lado. Si el mal día se equilibrara con muchos días buenos. Pero ese no suele ser el caso. Aquí la mayoría de los jefes de prensa y de gabinete y de no sé qué más cobran por levantar verdaderos cortafuegos entre sus señoritos y el mundo. Tienen claro que cuanto más y mejor se les conozca, peor. Que lo suyo en general no resiste un análisis. Por eso los hay que se tiran años sin dar una entrevista y por eso nunca, si de ellos depende, aceptarán las listas electorales abiertas.
O sea que al final caen por verdaderas chorradas. Por anécdotas significativas. Por temas muy menores pero que les retratan. Y conste que pasa en las mejores familias y en los países más teóricamente avanzados. François Hollande llevaba meses y meses y meses tomando el pelo político y social a los franceses. Pero tuvieron que pillarle con otra en la cama para que seriamente se cuestionara su integridad. Qué triste. No se les debería juzgar por sus incumplimientos amorosos sino por haber incumplido ante el electorado. La solidez de un líder debería depender de su buen o mal gobierno, no de cuántas veces se enamora.
Pero a veces entre todos reducimos la democracia a un vodevil.
¿Un mal día la Espe? Quia. Lo que le ocurre es que, como buena condesa, acostumbrada a que la lleven y la traigan, le hagan y le deshagan, le ocurre lo que a los animales del zoo, no sabe andar suelta por la calle.
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