Miedo me da o, mejor dicho, miedo debería darles a ellos, a los asistentes al V Encuentro Eleusino que del 19 al 22 se celebra en Chaouen (Marruecos). El tema del cónclave es la pareja y entre otros me han invitado a hablar a mí, que emerjo ahora mismo del largo túnel de dos relaciones de pareja de balance catastrófico. Lo lógico sería que me diera por largar un speech apocalíptico y tronante, advirtiendo al personal de que la pareja ha muerto, como la democracia y el Estado del Bienestar, como Dios según Nietzsche. Desde luego motivos no me faltan para ejercer de Marine Le Pen e incluso de Vladimir Putin del nuevo orden sentimental mundial.
Y sin embargo tengo claro que por lamentable que sea una y otra vez la experiencia de pareja, pocos o nadie renuncian a seguir intentando y seguir buscando. Es una de las pocas utopías que aguantan casi incólume el mazazo de la repetida decepción. No hay mucha gente que se resigne a tirar definitivamente la toalla romántica.
Tiene en parte que ver pues con eso, con que desprenderse de las aspiraciones románticas cuesta mucho, y también tendrá algo que ver con que somos seres sociales atrapados en una forma de vida cada vez más antisocial, en Occidente por lo menos. Las relaciones de familia y de amistad y hasta los vínculos con la gente del trabajo devienen cada vez más y más difíciles, ahogado todo por un individualismo árido, con más malicia que ambición. Entonces la pareja parece el último reducto o bote salvavidas, el islote donde uno da mínimamente salida a sus ansias de colectivo.
Durante años de glorificación (siempre de boca para afuera, claro) del amor libre o con menos ataduras de lo normal, las mujeres hemos cargado con el sambenito de ser las eternas sospechosas de querer echar el lazo de pareja a los hombres. Se daba y se da aún por supuesto que somos las más emocionalmente aburguesadas y necesitadas de poner todo negro sobre blanco. Cuando lo cierto es que tiene mérito, a poco que se piense, que tantas mujeres a lo largo de la historia se hayan empeñado en casarse o emparejarse por amor cuando el matrimonio o el emparejamiento eran la profesión a tiempo completo y el único horizonte vital de buena parte de la población femenina. Sin duda eso no ayuda a cultivar una mentalidad autosuficiente o independiente. Pues he aquí la gran paradoja de que el hombre, con todo a su favor, incluso la genética, para rehuir la monogamia, también la busca de manera contumaz y tenaz. Con todas las contradicciones y desviaciones que uno quiera, pero lo dicho, que aquí nadie renuncia. Podría hasta decirse que cuanto más presume un hombre de no querer comprometerse, con mayor ahínco busca la exclusividad y el cuidado de su pareja. Más tradicionalmente acaba uncido a la yunta.
El poeta Rainer Maria Rilke escribió unas páginas memorables en que presagiaba la ascensión y caída de muchas cosas, incluido el feminismo, en el preciso momento en que las mujeres tratasen de equipararse al hombre en libertad sexual y afectiva y renunciaran a la hegemonía, casi al monopolio del amor, que habían tenido siempre: "Eso proviene, pienso, de que están fatigadas. Durante siglos han llevado a cabo todo el amor, han desempeñado las dos partes del diálogo. Pues el hombre no hacía más que repetir la lección, y mal. Y les hacía difícil su esfuerzo de enseñar, por su distracción, por su negligencia, por sus celos, que eran en sí mismos una manera de negligencia. Y sin embargo ellas han perseverado día y noche, y han crecido en amor y en miseria". Augura Rilke el desencuentro fatal de los dos sexos en el momento en que la tremenda división del trabajo (el mundo en solitario para él, el amor la tarea exclusiva de ella) estalle en lo que pudo ser big-bang ("Pero ahora que todo se hace diferente, ¿no ha llegado la ocasión de transformarnos? ¿No podríamos tratar de desarrollarnos algo y tomar poco a poco sobre nosotros nuestra parte de esfuerzo en el amor?") pero naturalmente se quedó en hongo atómico de Hiroshima.
Mi conferencia en Chaouen no versará sobre el drama del amor y de la pareja en general sino sobre el drama particular de aquellas parejas en que por lo menos uno de los dos es un genio, lo cual complica, y mucho, la armonía fundamental. Sobre todo como el genio sea la mujer. O como sea el hombre pero por lo que sea no esté dispuesto a admitir en su compañera la inteligencia por otro lado necesaria para capear la genialidad en la intimidad. Etc.
Y con todo sigue siendo el menos malo de los sistemas de organización humana. No porque no se haya inventado nada mejor sino porque todo lo demás simplemente no funciona. Simplemente no existe.
Que los dioses repartan suerte.
Después del final de una larga relación la siguiente, la primera después de la catástrofe, (la relación consuelo) no funciona casi nunca. Marruecos siempre puede ser el inicio de una bonita relación. ;-))