Viernes, siete de la tarde en Madrid. Asisto a un homenaje al grandioso reportero y fotógrafo Enrique Meneses organizado por EFTI. Intervienen Annick Duval, de la Fundación Enrique Meneses; Fernando Sánchez Dragó; el reportero de TVE Emilio Polo; el fotógrafo Chema Conesa; otros veteranos del periodismo como Diego Caballo y Paco García Novell, el realizador Kike Álvarez y José Luis Amores, director de EFTI. A mí me interesa mucho el acto pero siendo consciente de que me resultará imposible llegar a las siete directamente me ataco. ¿Y si está tan de bote en bote que una vez allí no entro? Contra los nuevos usos locomotores impuestos en mi vida por la crisis, tengo la osadía de coger un taxi. Zumbo por el Paseo del Prado mordiéndome las uñas y contando los minutos.
¿Que exagero un poco? Vale. Pero sólo un poco.
En fin, al tema. Que una vez llego, me pasmo de encontrarme con una sala no diré vacía, pero bueno, con orondas calvas. Ni la inmensa trayectoria humana y periodística de Meneses ni el indudable interés del ramillete de intervenciones organizadas en su honor han bastado para movilizar a las masas que hoy en día se despeinan por cualquier cosa.
Admito que a mí siempre me ha podido incluso temerariamente lo retro. Cuando mis amigas del instituto escuchaban a Leif Garrett yo me pirraba por Nino Bravo y Frank Sinatra. Cuando mi hermana pequeña colgaba de la pared de su cuarto pósters de Tom Cruise, yo los colgaba de Bogart. A lo mejor sí que es verdad que yo voy por la vida en blanco y negro y que para gustos se inventaron los colores. Pero qué quieren que les diga, a mí me parece que hay cosas que no son negociables ni opinables. Y que el tipo de obra y hasta de vida que representa Enrique Meneses no es algo que debiéramos chutar demasiado a la ligera a la carpeta de los dinosaurios.
No quiero ni plantearme que alguien que se esté leyendo esto no sepa quién fue Enrique Meneses. Pero como ya nos conocemos, venga, por si acaso, fichita: periodista, escritor, fotógrafo, todo ello a la ene, todo ello cogiendo por los cuernos todos los toros que pudo, empezando por la muerte de Manolete, la primera noticia importante que cubrió a su manera apasionada e insustituible. Seguirían la revolución castrista, las aventuras del Che Guevara, el asesinato de Kennedy, etc. Había conocido la ocupación nazi de París, documentó guerras, paces, esperanzas, dolores, alegrías. Para celebrar tanto coraje y tanta maestría acabó encadenado a una bombona de oxígeno que a duras penas se podía pagar. La vida puede ser estremecedoramente injusta.
Yo me acuerdo de que una de las razones por las que me “quedé” con la figura de Enrique Meneses fue a través de otro personaje con el que me tropecé cuando investigaba las luces y las sombras de la CIA para mi libro “De cómo la CIA eliminó a Carrero Blanco y nos metió en Irak”. Todo un capítulo de ese libro, concretamente el quinto, está dedicado a Jesús Galíndez, exiliado vasco, delegado del gobierno vasco en Nueva York, de donde desapareció en extrañas circunstancias a mediados de los años 50. Bueno, más que extrañas, truculentas. Le hicieron desaparecer esbirros de Trujillo, el sátrapa dominicano. La historia se reconstruye en una novela de Manuel Vázquez Montalbán y en el ya citado quinto capítulo de mi libro.
Por cierto que allí yo, con todo el cariño del mundo, le enmiendo un poquito la plana al maestro Montalbán. Quien parece ser que tuvo que sobreponerse a algún que otro cortocircuitillo intelectual para casar su comunismo de toda la vida con la terca fascinación que le suscitaba el personaje de Galíndez, un hombre triste de tristísimo destino. Un hombre solo entre dos fuegos. Nacido en un momento en que no te lo ponían fácil para no ser ni fascista, ni comunista, ni un canalla.
Galíndez es uno de esos gigantes buenos e invisibles, de esos héroes silentes de los que nadie se acuerda, un hombre asesinado por serlo, por ser discretamente valiente, calladamente irreductible. Por escribir lo que salió de los cojones.
Enrique Meneses creó en los años cincuenta una agencia, Prensa Universal. Se la cerraron por publicar artículos de Galíndez.
Hay gente así, que te lleva a más gente así, y a más todavía. Y así te vas consolando de que el mundo sea como es y sobre todo como no es.
Hay que procurar tener, si no siempre honor y fuerza, por lo menos memoria.