La lata de sardinas de Pujol

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El expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, en una visita a Catalunya Ràdio en 1983. / catradio.cat

Aunque nunca comulgué con sus ideas, ni como nacionalista ni como burgués, durante muchos años, desde que se inició la transición democrática, tuve a Jordi Pujol por modelo de político demócrata y sensato. Y hasta lo ponía como ejemplo de cómo debería desarrollarse un capitalismo moderno y respetuoso con el Estado de Bienestar.

Mi admiración se debió a un ejemplo que nos expuso a un grupo de periodistas parlamentarios que trabajábamos en Madrid en un almuerzo al que nos invitó, en Barcelona, durante la campaña de las primeras elecciones autonómicas que se celebraron, aprobada ya la Constitución, el 20 de marzo de 1980. Unos comicios que le llevaron por primera vez a la presidencia de la Generalitat y, por cierto, ya entonces, con el apoyo de ERC. Aunque con otro compañero de viaje singular que le sirvió de báculo durante toda su andadura presidencial: la UCD.

Por aquellas fechas, yo ya trabajaba en El Periódico de Catalunya. Y le conocía personalmente lo suficiente como para haber experimentado, más en mi cartera que en mis carnes, su amor por el dinero. Por una razón curiosa. Siendo miembro del Congreso de los Diputados y portavoz de CiU, me invitó en una ocasión, junto a otro compañero, a comer en su hotel preferido, el Suecia, cercano al Palacio de la Carrera de San Jerónimo. A la hora de pagar, aunque la invitación era suya, nos explicó que nunca llevaba ni dinero suelto ni tarjetas encima. Y fuimos los invitados quienes tuvimos que hacernos cargo de la cuenta, a medias.

Sin embargo, en marzo del ochenta, en Barcelona, pagó él. Bueno, lo hicieron los organizadores de la campaña de CiU para ser exactos. Fue más, hasta nos invitaron al viaje para que viéramos que sus expectativas de vencer eran grandes. Y, de hecho, la coalición entre Convergencia Democrática y Unió Democráticas de Catalunya, que se estrenaba en esas autonómicas aunque antes había acudido como tal a las municipales, venció al entonces poderoso PSC con un 27,68% de los votos y 43 de los 135 escaños que ocuparon el Parlament.

Pujol me impresionó porque ya entonces la especulación financiera se había adueñado de Madrid y el líder de CiU la criticó a fondo detallándonos una historieta que, a su vez, le había contado a él un ministro franquista cuyo nombre no recuerdo.

Era la fábula de la lata de sardinas y Pujol, aunque algunos no se lo crean, la narró con auténtica gracia antes de sacar sus conclusiones.

Vino a contarla así. Érase una vez un nuevo rico de postguerra que acudió a un restaurante de lujo a fardar de sus millones y, leyendo la carta, encontró un plato singular de sardinas que valía nada menos que 1.500 pesetas, una barbaridad para la época. El hombre, ¡cómo no!, se empeñó en comerse esas sardinas que valían tan caras. Y aunque el maître del restaurante le invitó insistentemente a desistir de tal idea con mil excusas, el potentado se emperró de tal manera que no hubo más remedio que llevarle la lata de sardinas. Pero cuando se la abrieron ante sus narices, el gozo del millonario cayó al pozo: la lata estaba completamente vacía.

Pujol, con su famosos "jejejé" de resabiado sabihondo, explicó la moraleja de lo que sin duda era una fábula porque, al igual que en las de Esopo o Samaniego, el personaje era un animal, como corresponde a ese tipo de composiciones literarias. Un asno.

La lata, dijo Pujol, se había fabricado sólo para especular. Alguien la produjo por una peseta y se la vendió a un mediador por cincuenta para que se la revendiera a otro comerciante por quinientas. Y, al final, había parado en el restorán al precio de 300 duros. Estaba en el menú, pero de adorno, porque ¡a quién se le iba a ocurrir comerse unas sardinas a ese precio! Detrás del negocio, no había nada.

Y Pujol explicó que, a diferencia de esa forma de hacer dinero que estaba de moda en Madrid, puramente especulativa, sin chicha dentro, el empresariado catalán había demostrado, históricamente, el modo de obtener dinero construyendo país; aunque, eso sí, con beneficios sensatos, del diez o el veinte por ciento, humildes, duraderos. O sea, lo que tenía que hacerse en toda España. Con seriedad, pensando en el futuro.

Pena no me da. Pero visto ahora lo visto, sólo cabe concluir el cuento con un apotegma. Pujol, como político y empresario, sobre todo como persona, también es, en sí mismo, una lata de sardinas. Aunque, a diferencia de la de la fábula, repleta de euros.

6 Comments
  1. juanjo says

    Muy bien Raimundo. Magníficamente expuesto y tremendamente revelador.

  2. Y más says

    Muy bueno el sablazo del Suecia. genio y figura…

  3. Román says

    Si siempre pagaban las comidas los invitados, no me extraña que Pujol el tranquilo haya acumulado un buen capital, sardinita a sardinita (o comisioncita a comisioncita).

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