Pederastas

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Imagen extraída del vídeo facilitado por la Policía Nacional de la detención del presunto pederasta en un domicilio de Santander el pasado miércoles. / Efe

Hace aproximadamente dos años estaba yo comiendo en un restaurante cuando recibí la llamada de la madre de una compañera de mi hija en el colegio. Las dos niñas iban a clase de natación con el mismo profesor, un portento a la hora de familiarizar a los niños pequeños con el agua. La madre de la compañera de mi hija me lo recomendó y estábamos muy contentos. Pongamos que se llamaba Ramiro (que no se llamaba así).

Me llama la otra mamá y me dice: "Han detenido a Ramiro". Y va y hace una pausa. Yo esperaba tranquilamente la continuación. Sucede que hacía sólo un día de un enésimo conato de huelga general de esos que se resuelven en algarada callejera. Di por hecho, me pareció natural, que hubieran detenido a Ramiro por rojo subversivo o algo así y que la madre y amiga que siempre fue su valedora me llamara para reunir apoyos de cara a sacarle del trullo.

Pues no, no era eso. A Ramiro le habían detenido por pederastia. Su esposa (embarazada de cuatro meses) descubrió en su ordenador y otros soportes un verdadero alijo de porno infantil que lo peor de todo es que era artesanal. Se había dedicado a grabar a chavales a los que junto con otros monitores llevaba de colonias mientras les toqueteaba dormidos. Ese era nuestro Ramiro.

Pasaron por mi mente muchas cosas. Entre otras, el mal trago que tenía que ser para la madre y amiga que me llamaba tener que darme semejante noticia. Que me había recomendado como profesor de natación de mi hija a un pederasta.

"Te veo muy tranquila", acabó diciéndome.

Lo estaba. Tengo el vicio de pensar a toda velocidad (demasiada a veces). En aquel momento mi mente se dedicaba a encajar pieza tras pieza tras pieza tras pieza y el retrato robot que emergía, siendo horroroso, resultaba egoístamente tranquilizador. En primer lugar, porque me constaba que mi hija JAMÁS se había quedado a solas ni un solo minuto de su vida con el tal Ramiro. Ventajas de ser pobre y no tener una filipina que te recoja a la cría en el colegio y la lleve a las extraescolares: siempre la llevé y la traje yo, con mis manitas la vestí y la desvestí, en bañador la entregué en la piscina y la recogí, y las más de las veces me quedaba a presenciar la clase.

Pero es que además tenía cristalinamente claro que, con los datos que me daban, a Ramiro no le interesaban las niñas de 6 años (la edad que mi hija tenía entonces) sino los varones, y un poco más creciditos.

"Eso exactamente me ha dicho la Policía", comentó la madre y amiga, "que si tenemos niñas, no nos preocupemos".

Alivio...

Pero, ¿y si en vez de niñas hubiésemos tenido niños?

Recuerdo que la siguiente idea que cruzó mi mente fue: si tuviese un hijo varón y existiese la posibilidad de que Ramiro le hubiese toqueteado dormido, o le hubiese grabado mientras se cambiaba, ¿querría saberlo?

Difícil pregunta. Porque otra idea que estaba cruzando mi mente a la velocidad habitual era: las víctimas de Ramiro sólo sabrán que lo han sido si se lo dicen. Si la sociedad rasga el velo.

¿Qué es mejor? ¿Llegar al fondo de la cuestión o respetar la superficie de la inocencia?

En el caso del pederasta de Ciudad Lineal no hay duda porque era muy agresivo, un verdadero bestia, y no existe absolutamente ninguna posibilidad de que ninguna de las criaturas por él atacada olvide que lo fue o confunda lo que ocurrió con otra cosa.

A mí personalmente lo que más me inquietó del caso de Ramiro es que me caía muy bien. Era de verdad un profesor magnífico. Los niños le adoraban. Mi hija, que obviamente no sabe nada de lo que ocurrió y se cree que Ramiro dejó de dar clases de natación porque nació su hijo pequeño y se fue a vivir al extranjero, todavía le echa de menos, todavía pregunta por él.

Son monstruos, pero también son gente normal. Complicado de gestionar. Da miedo comprenderles. Da miedo ver la lógica de sus actos. Da miedo que la bomba pueda caer tan cerca.

Pero mientras no hagamos un serio esfuerzo por comprender, no en el sentido de justificar sino de desentrañar, estaremos a expensas de que cometan un error para frenar la amenaza. Como quien sale a cazar jabalíes con las manos desnudas.

Noche del alma oscura. Muy oscura.

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