Campanas de boda para el chico más malo

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Charles_Manson
El asesino Charles Manson, en una imagen de marzo de 2009 facilitada por el Departamento de Correccionales y Rehabilitación de California. / Efe

Como ahora mismo me encuentro fuera de España, me cuesta un poco más aquilatar ciertas cosas. Por ejemplo, qué impacto ha tenido en nuestro país que Charles Manson, el famoso serial killer de los 60, el pater familias de la siniestra colla de chalados que se cargaron a la esposa embarazada de ocho meses y medio de Roman Polanski, Sharon Tate -y eso para empezar a hablar-, haya pedido y obtenido una licencia para casarse con su novia Afton Elaine Burton, una chica del Medio Oeste americano que tiene 26 años.

Manson suma ya 80. Se conocieron (lógicamente por carta) cuando ella tenía 17 y con 19 empezó a visitarle como una posesa en la cárcel, llegando a mudarse a California (salvando americanas distancias enooooooooormes….) para estar más cerca de él. En 2013 fue Afton Elaine, actualmente rebautizada como “Star”, la que anunció a la revista Rolling Stone, nada menos, que tenía toda la intención de convertirse en la señora Manson. Manson lo desmintió. Parece que los hechos van camino de darle la razón a ella, no a él.

Siempre es motivo de universal pasmo que alguien a quien todo el mundo odia obtenga el amor en unas condiciones en las que muy pocos lo consiguen: con una diferencia de edad abisal entre novio y novia, con el novio metido en la cárcel de por vida, con posibilidad de celebrar la boda pero no de consumarla (Manson no tiene derecho a vis-à-vis ni nocturno ni diurno) y con cero posibilidades de consolarse pensando que en el fondo te has enamorado de un falso culpable de Hitchcock, que tu chico es inocente. Ella va por ahí diciendo que así lo cree. Pero nadie se lo tiene en cuenta, ni el propio Manson. Quien ciertamente no estuvo presente en el momento en que su alocada “familia” asesinaba a Sharon Tate (dieciséis puñaladas, once a modo de tortura, cinco mortales de necesidad, tras desatender su desesperado ruego de dejarla vivir, así fuese como rehén los quince días que le faltaban para dar a luz…), pero había dado la orden y había creado el caldo de cultivo para que semejante barbaridad fuese posible.

Curiosa década la de los sesenta. Y hasta la de los setenta. En 1977, ocho años después del trágico final de Sharon Tate, su viudo, Roman Polanski, fue acusado de drogar y violar a una niña de 13 años en Los Angeles. Hubo, ha habido y hay enormes dudas sobre aquel caso, que si quieren mi opinión personal, siempre me ha olido a montaje de una adolescente con la cabeza llena de pájaros y de sueños de estrellato y de su ambiciosísima madre contra un miembro del star-system con bien ganada fama de salido. Pero Polanski fue de los primeros en pillar el drástico cambio de rasante que pasó de la glorificación sesenta-setentera de la libertad sexual personal, cuando para salir del túnel de la represión burguesa (entre otras) todo valía, a entender que se acabó lo que se daba y que el derecho que hay que proteger no es el derecho a follar, sino a que no te follen. Cuestión de prioridades y de perspectiva.

El caso es que Polanski tuvo que salir 'shitting milks' de Estados Unidos y asegurarse de no volver jamás si no quería arriesgarse a verse con grilletes en los pies y picando piedra (no bromeo tanto como parece), y hasta el lector con memoria histórica más reducida recordará que no hace tanto le dieron en plena Europa un buen susto con arresto domiciliario incluido.

¿A dónde quiero ir a parar con todo esto? Pues sí, a una de mis siempre arriesgadas comparaciones, de temerarios paralelismos, entre Manson y Polanski. Cada uno en su estilo (que conste que yo sólo asistiría a una boda de Polanski), fueron víctimas de una época que magnificó la libertad personal y la rebeldía casi hasta las últimas consecuencias, y luego se lo pensó mejor y pasó a otra cosa. Manson estaba sin duda como las maracas de un hombre mucho más cuerdo que él, Machín. Pero su tipo de discurso y de locura, así como su tenaz impacto en la cultura popular, sólo se entiende en aquel momento. Sharon Tate muere el mismo verano que tiene lugar el festival de Woodstock. ¿Que una cosa llevaba fatalmente a la otra? ROTUNDAMENTE, NO (lo pongo en mayúsculas para tratar de facilitar las cosas al típico lector gilipollas que nunca capta los matices). Por fortuna la inmensa mayoría de las personas pueden desmelenarse y drogarse y revolucionarse y depravarse y todo lo que se les ocurra y más sin llegar a sentir jamás la necesidad de violar o de matar a nadie.

Yo lo único que digo es que hay transgresiones y hasta barbaridades cuya magnitud y ambición no se entienden sin el firme acompañamiento de la época.

Y volviendo ahora al punto de partida de este artículo, que era el anuncio de que Charles Manson se casa. Ha sido saberlo, y mucha gente, por lo menos en EEUU, se lanza con denuedo a preguntarse, ¿cómo es posible? A tratar de entender qué motivos asisten a una mujer de 26 años del Medio Oeste americano a empeñar siete años de su vida en llevar al altar a semejante alhaja de hombre.

¿Está loca esta chica? ¿La consume el afán de notoriedad y no se le ha ocurrido manera mejor de salir en las noticias? ¿Tiene miedo a quedarse soltera? ¿Está embarazada de otro y se lo quiere emplumar a Manson?

Hay quien sensatamente apunta que sólo por la vía del matrimonio puede adquirir ella la condición de pariente en primer grado del reo, condición indispensable para acceder a determinada documentación que podría desbloquear su largamente postergada libertad condicional. Hasta ahora se la han denegado todas las veces y estaba pendiente de que se le revisara en 2027. Cuando lo cierto es que, si hacemos el esfuerzo objetivo (difícil, pero no imposible) de separar el crimen concreto de su impacto en la cultura popular, nos encontramos con el dato, no recordado por todo el mundo, de que Charles Manson lleva en la cárcel desde 1971 (va para 43 años…) por unos asesinatos que él no cometió físicamente. Que hizo cometer a otros, es cierto. Pero, ¿qué otro inductor menos famoso se tiraría 43 años entre rejas sin derecho a libertad condicional ni a vis-à-vis ni siquiera en caso de matrimonio? Pensémoslo.

Pero yo soy la primera en admitir lo difícil que es, en este caso, separar el caso de la leyenda, la culpa individual de su resonancia colectiva. ¿Contesta eso quizás la pregunta de qué le ha visto esta chica de 26 años, es decir, nacida en 1988? O sea, cuando las majestuosas compuertas de los 60 y de los 70 ya hacía mucho que se habían cerrado, para bien y para mal. Cuando ciertas cosas ya no pueden ocurrir, ya no se conciben. Cuando el sexo, las drogas y hasta a veces el rock’n’roll vuelven a estar mal vistos. Cuando hippies ya no hay, sólo caraduras o perroflautas, y hasta Roman Polanski se ha convertido en un pacífico padre de familia.

Seguramente con los años nos hemos zafado o reducido a un mínimo patológico, cierta mística criminal antisocial, lucha armada, etc. Aunque, ¿a qué precio? ¿No habremos tirado a veces al niño de la libertad, cierta libertad, con el agua sucia de las aberraciones que a veces esta idea de libertad provocaba?

¿Es más fácil volver a reprimir que encarar y corregir? ¿Volver a caparlo y a blanquearlo todo de corrección política?

¿Y si esta chica, Afton Elaine Burton, básicamente, lo que intenta con todas sus fuerzas, a cualquier precio, es haber nacido antes? ¿Cuando para bien y para mal el mundo era otro?

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