Tú me odiabas más… yo no te amaba menos…

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Rosa Novell durante el ensayo de 'Un día'. de Mercè Rodoreda, en 2008. / Efe
Rosa Novell durante el ensayo de 'Un día'. de Mercè Rodoreda, en 2008. / Efe

Me entero de que se ha muerto la actriz Rosa Novell y es una sacudida. Recuerdo una cena con ella, con Eduardo Mendoza y con otros amigos en un restaurante de Malasaña a la salida de verla hacer la Fedra de Racine en el Teatro Pavón de Madrid, a las órdenes de Joan Ollé, un director que, no me pregunten por qué, cada vez me doy cuenta de que es muy importante en la vida. Le debo muchos momentos discretamente trascendentales. O no tan discretamente.

Tú me odiabas más… yo no te amaba menos… retuve esas líneas, esos versos, de la desgarrada declaración de Fedra a su hijastro Hipólito, del que se ha enamorado contra toda decencia, y, lo que es peor, contra toda esperanza. Curioso el trágico destino de las grandes hembras de la Antigüedad. Recordemos que Fedra accede al tálamo de su esposo, Teseo, no exactamente lo que se dice en alas del amor voluntario y romántico. Teseo en realidad era un jeta que tras chulear a Ariadna para salir con su ayuda y con su hilo del famoso laberinto la deja tirada en una isla porque le apetece más casarse con la hermana pequeña de Ariadna, Fedra. En ningún momento se nos informa de que Fedra compartiera este entusiasmo porque el cuñado se convirtiera bruscamente en marido. Dada la diferencia de edad y de muchas otras cosas no es nada raro que se enamore del hijo de Teseo, Hipólito. Pero por supuesto la moral de la época no atiende a razones ni simpatiza con el drama de Fedra. No simpatiza ni Hipólito, enamorado de otra. La miseria de Fedra es total.

Rosa Novell, actriz dotada de inconmensurable elegancia, sacaba oro dramático de los versos de Racine. Sobre todo de ese momento, grandiosamente humillante, en que ella admite ante Hipólito haberle hecho objeto de todo tipo de tropelías, injusticias y hasta putadas en un desesperado intento de estrangular su amor en la cuna. De ganarse no ya la indiferencia del amado, sino que este la deteste, para ver si así se le pasa. Que no se le pasa lo más mínimo, claro. Él la está rechazando con toda la fiereza con que un hombre puede rechazar a una mujer (más cuando esta es su madrastra…) y ella todavía encuentra motivo y oportunidad de frotarse contra él, mimosa. Hubo un momento en que la cabecita de Rosa reposó en el hombro del actor que interpretaba a Hipólito como un pajarito en un nido.

Fue un pequeño gesto de gran actriz, un recuerdo de esos que se te clavan. Se lo comenté a ella después de la función. Le dije que me había llamado la atención aquel gesto. Aquella libertad que ella se tomaba con los destinos de Fedra. Ese relámpago doméstico en un trágico amor imposible. Destello de lo que pudo haber sido y no fue. “¿No te ha gustado?”, me preguntó con coquetería, por no decir seducción, artística. ¿Gustarme? Me había encantado. Además me parecía que era un gesto que resonaba a lo largo y a lo ancho de la obra para dotar de mayor y más grave sentido el que a mi juicio es su mejor verso, una de las cumbres del genio de Racine: que es cuando a Fedra tratan de consolarla, o cuanto menos de calmarla, recordándole que Hipólito y la mujer que Hipólito ama también han visto su amor frustrado, irrealizable. Fedra, postrada ya, saca todavía fuerza para protestar: “Mais ils s’aimeront toujours!”, es decir, me importa un bledo que no puedan estar juntos, se amarán por siempre, y eso es lo que yo les envidio... Un matiz de grandeza que es imposible de apreciar si no se comparte.

Cuando muere una actriz, no digamos una actriz como Rosa Novell, mueren y a la vez renacen muchas cosas. La vida y el teatro continúan, mejores ambos gracias a ella. Descanse en paz y siga dando guerra así en el cielo (o donde ella haya querido ir) como en la tierra.

1 Comment
  1. celine says

    Belle Rosa.

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