La campaña deja un 41% de indecisos y la previsión de un récord de participación

Daniel Cela *

SEVILLA.– El final de la campaña electoral andaluza promete ser el comienzo de un nuevo ciclo político en España. Se va a comprobar este domingo cuando se abran las urnas, a las que están llamados 6,5 millones de andaluces, pero muchos ya lo ven así. Lo han visto así desde el principio el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, el coordinador federal de IU, Cayo Lara, y el joven que lo sustituirá, Alberto Garzón, el carismático líder de Podemos, Pablo Iglesias, el flamante dirigente de Ciudadanos, Albert Rivera y la principal mandataria de UPyD, Rosa Díez. Los líderes nacionales de todos los partidos coincidieron este viernes en Sevilla, ciudad natal de Susana Díaz, arrastrados allí por la presidenta de la Junta y candidata socialista a un cierre de campaña sin precedentes.

Nunca antes unas elecciones andaluzas han despertado un interés y una preocupación a escala nacional tan desatada. Si ha sucedido así, no es porque Andalucía padezca una tasa de paro del 34% (1,3 millones de desempleados), con un diferencial crónico de diez puntos por debajo de la media nacional. No es porque Andalucía sea la región más extensa y más poblada de España, y sin embargo carezca de un desarrollo industrial potente, haciendo que su modelo productivo dependa casi exclusivamente del turismo y del campo (dos sectores limitados por la estacionalidad). Las andaluzas se han convertido en un trasunto experimental de los cambios sociopolíticos que se avecinan en el resto de España, primero en las municipales y en las autonómicas de mayo, luego en las catalanas de septiembre, y finalmente en las generales. Las andaluzas han traído aquí a los líderes nacionales a pelear por su fuero, la supervivencia del bipartidismo PSOE-PP ante la llegada inminente de la gran ola de cambio a la que se han subido las fuerzas emergentes, Podemos y Ciudadanos. Para Rajoy, que ha visitado Andalucía estos últimos días más veces de lo que lo hizo nunca en toda la legislatura (cinco en campaña y tres en precampaña), el resultado de estas elecciones van a determinar su futuro político. Susana Díaz ha planteado a los ciudadanos estos comicios como una elección entre dos modelos de gobierno antagónicos, el de Rajoy o el suyo. Las políticas de austeridad y recortes del gasto público con las que el presidente del Gobierno ha afrontado la crisis, o la búsqueda de alternativas a los recortes que permita preservar los servicios públicos sin privatizar ni despedir a trabajadores.

Las primeras incógnitas se van a resolver aquí este domingo: ¿se fractura el bipartidismo y el eje tradicional derecha-izquierda que parecía apuntalado desde el principio de la democracia? ¿se consolidan los partidos que han nacido al calor de la indignación ciudadana? ¿se fragmenta la izquierda y se fragmenta la derecha? ¿se estrena, en definitiva, un nuevo ciclo político? Sin embargo, Susana Díaz ha esbozado una campaña tan personalista, anteponiendo su nombre al de su partido, que difícilmente del resultado de las andaluzas puedan extrapolarse consecuencias para el PSOE a escala nacional. Esta campaña no ha sido PSOE contra PP, sino Susana Díaz contra el PP, contra Rajoy, contra el efecto Podemos. La presidenta de la Junta adelantó las elecciones a finales de enero, y ha ido por delante de sus contrincantes toda la campaña. A todos los demás les ha faltado tiempo: el candidato popular, Juan Manuel Moreno, apenas llevaba un año como presidente del PP-A. Su campaña ha estado tutelada por Rajoy y por todos sus ministros, que han usado Andalucía de escenario para defender las reformas que han hecho en el país.

El candidato de IU y coordinador regional, Antonio Maíllo, necesitó más tiempo para trazar una estrategia que venía auspiciada por la dirección federal, y que pasaba por buscar la unidad con el resto de fuerzas de izquierdas, singularmente Podemos, con la que poder batirse en un tú a tú con el bipartidismo. Díaz ha cortocircuitado esa posibilidad (si es que existe, puesto que Pablo Iglesias se inclina más por fagocitar a los comunistas) y el adelanto electoral ha obligado a IU y a Podemos a pelearse por el mismo espacio político. Maíllo ha hecho una campaña muy pedagógica, con un discurso muy centrado en identificar a su formación como la única de izquierdas que se presenta con un programa sólido y con tres años de experiencia en el Gobierno andaluz. La decisión más arriesgada que ha tomado (y que no todos en la dirección comparten) ha sido no confrontar en campaña con Podemos, un partido que le disputa el 40% de sus electores, según los sondeos.

A Podemos también la ha faltado tiempo para arraigar en Andalucía. Concurre a las elecciones sin haber conformado aún su estructura orgánica y sin haber designado a sus dirigentes. La campaña de la candidata Teresa Rodríguez, tutelada por el equipo de Iglesias, ha consistido en hacer el menor ruido posible (Rodríguez incluso rehusó acudir a un debate de la televisión pública andaluza). El partido de moda, al contrario que el resto, no ha solicitado un crédito bancario para financiar su campaña, ha tirado de micropréstamos de los simpatizantes, pero no ha sido suficiente como para ocupar con actos y mítines los últimos 15 días. Podemos lo ha apostado todo a su marca, menos sólida en Andalucía que en otras partes de España, pero lo suficiente como para cerrar la campaña en el velódromo de Dos Hermanas (plaza simbólica del PSOE) ante más de 14.000 personas. Ningún otro partido ha logrado una afluencia así (ni lo ha intentado) ni siquiera fletando autobuses.

En cuanto a Ciudadanos, no existía como tal un mes antes de la convocatoria de elecciones. El oportunismo de Albert Rivera, que ha estado muy presente en la campaña para escudar a un desconocido Juan Marín, candidato andaluz, le ha permitido situar a su formación en las últimas encuestas como clave para la gobernabilidad de Andalucía. Susana Díaz no pactará ni con el PP ni con Podemos, tiene intención de gobernar en minoría y lograr una mayoría suficiente que le evite sellar alianzas antinatura. En esta campaña, cada partido ha quemado la tierra que le rodea, de modo que cualquier pacto que se atisba ahora se antoja un pacto antinatura. Los populares de Moreno Bonilla, por ejemplo, han sido los más duros con Díaz, pero se inclinan por dejar gobernar a la lista más votada. Si los sondeos aciertan, esto significa que el PSOE podría quedarse en la Junta gracias a la abstención del PP en la investidura de Díaz (en segunda vuelta).

La campaña ha sido frenética y tensa (se vivieron con especial virulencia los dos debates televisivos entre los tres principales aspirantes) y ha dejado algunas claves: primero, que a Susana Díaz, la gran favorita, le ha sobrado esta campaña, y que ahora es más frágil que cuando empezó. La socialista se ha engrandecido en los actos a pie de calle, puerta a puerta, selfie a selfie, recabando el cariño de sus vecinos en los más de 30 pueblos y ciudades que ha visitado (12.000 kilómetros ha recorrido). Pero se ha mantenido equidistante de la prensa, y en los dos debates visibilizó un talante excesivamente agrio y autoritario, alejado del temple institucional que la ha convertido en un referente político nacional. Su apuesta ha sido arriesgada: equiparar estas elecciones al “momento histórico” que vivió Andalucía el 28 de febrero de 1980, cuando conquistó su autonomía plena. No ha hecho campaña para el PSOE ni para Pedro Sánchez, pero sí ha servido de avanzadilla a sus alcaldes, que se la juegan dentro de dos meses; segundo, Moreno y Maíllo, dos desconocidos hace 15 días, se han fortalecido internamente, cada uno con un discurso opuesto. El popular ha luchado por arrancar de la abstención a los desencantados con su partido. Y el comunista ha rivalizado con el bipartidismo, obviando a Podemos, y cargando duramente contra su exsocio, el PSOE. Tercero, que el partido de Pablo Iglesias ha calculado riesgos y no se ha expuesto al 100% en esta campaña. Las encuestas colocan a Podemos en el tercer puesto, con entre 15 y 18 diputados. Unos pensarán que se ha desinflado y otros que es pura estrategia, y que Iglesias reserva el gran zarpazo para las generales. Y, por último, a Ciudadanos le basta con colocarse equidistante del PP y del PSOE para captar votos de ambos partidos.

Hay tres factores de imprevisibilidad que hacen que este domingo la sorpresa pueda aparecer desde cualquier flanco: hay un 41% de indecisos, un 10% más que en las últimas elecciones; la participación prevista podría alcanzar cifras récord, en torno al 70% (en 2012 fue del 62%); y los dos grandes partidos, PSOE y PP, están convencidos de que en los sondeos hay mucho voto oculto que les pertenece, y que al final volverá a darles su apoyo. Las encuestas, que tanto erraron hace tres años al pronosticar una mayoría rotunda del PP, vienen advirtiendo de que no habrá mayorías absolutas, y que el próximo gobierno de Andalucía tendrá que someterse a pactos postelectorales. Susana Díaz ya ha dicho que quiere gobernar sola, sin pactos, si logra una mayoría suficiente que le permita garantizar la estabilidad que echó en falta con IU, y por la que convocó elecciones anticipadas hace dos meses.

(*) Daniel Cela es periodista.