Las ‘cuchipandis’ de la Gürtel

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El exconcejal del PP en Majadahonda José Luis Peñas (izquierda), conocido como el delator de la Gürtel, a su llegada el pasado martes a la Audiencia Nacional. / Fernando Villar (Efe)

El jueves por la mañana, antes de que se nublara el día, Francisco Correa, chaqueta azul marino y pantalón beis, miraba pensativo al horizonte por entre las rejas de los ventanales del edificio en el que se celebra el juicio contra la red Gürtel. La imagen, que podría resultar premonitoria para él teniendo en cuenta que Anticorrupción le pide 125 años de cárcel, se produjo en el vestíbulo de la Audiencia Nacional, el lugar en el que se contemplan las mejores escenas de esta historia aunque nadie pueda grabarlas al estar prohibido el uso de cámaras en el interior del recinto.

En ese espacio ovalado y amplio, que recuerda a la plaza del pueblo la noche del baile, se juntan en los recesos los acusados, los abogados y los periodistas para comentar las mejores jugadas unos, deslizar intoxicaciones otros y cruzar miradas todos en busca de una noticia, un cotilleo o una alianza que el día de mañana pueda favorecer la estrategia procesal propia y perjudicar la ajena. Eso sí, la interacción se desarrolla en estructura de cuchipandis, cada cual con los suyos sin mezclarse, en corrillos en los que todos parecen escuchar las indicaciones del míster como si se dispusieran a lanzar los penaltis que deciden la gran final.

Como no podía ser de otra manera, la cuchipandi más numerosa es la de Francisco Correa, que se coloca al fondo del vestíbulo. Bajo el paraguas de su confesión parcial se arraciman el siempre elegante número dos, Pablo Crespo; el siempre ausente contable, José Luis Izquierdo; y el siempre solícito Guillermo Ortega, exalcalde de Majadahonda y enviado especial de la cuadrilla a la máquina de Coca-Cola. Revolotean en las inmediaciones, casi siempre de buen humor, Álvaro Pérez, ‘el Bigotes’, y actores secundarios como Javier Nombela, Alicia Mínguez, Antonio Villaverde o Jacobo Ortega.

La otra camarilla, habitualmente apostada cerca de la salida, la comanda el exconcejal de Majadahonda José Luis Peñas, el amigo íntimo que traicionó a Correa al grabarle durante más de 100 horas y entregar después las cintas a la Fiscalía Anticorrupción, bien para chantajearle, como sostiene el correísmo, o bien para colaborar con la justicia, como defienden los suyos. Se rodea de su excompañero de acta Juan José Moreno; la exmujer de Don Vito, Carmen Rodríguez Quijano; o la antigua directiva de sus empresas Isabel Jordán, que se autoadjudicó 200.000 euros de indemnización al imaginar que Correa y Crespo la iban a despedir sin soltarle ni un duro.

La tensa paz entre las cuchipandis de la Gürtel saltó por los aires el miércoles cuando Correa se fue a por el líder rival después de que Peñas negara haber cobrado los 32.000 euros en comisiones que le atribuye Anticorrupción y no dudara en echarle el muerto a un directivo de la empresa Sufi llamado José Peña que, casualidades de la vida, ya no puede defenderse porque falleció. “Golfo, sinvergüenza, que eras tú el que venía todos los meses a por la pastuqui”, le gritó, colérico, el presunto jefe de la trama en un arranque dirigido a desenmascarar al Peñas verdadero y, al mismo tiempo, a revelar al mundo el término pastuqui como neologismo intrínseco del universo Gürtel. No se arredró el Señor de las Grabadoras y, aunque podría haber utilizado su mayor complexión física para acallar la andanada de su antiguo benefactor, prefirió juntar sus muñecas haciendo el signo de las esposas y, sin cambiar de registro dialéctico, augurarle que se ande con cuidado porque le van a “entalegar”.

El navajeo verbal continuó el viernes cuando el peñista Moreno, en un teatral intento de convertir el juicio en una suerte de Gürtel Deluxe, reveló que, después de exiliarse en una granja de gansos para superar un divorcio conflictivo, inició una relación sentimental con la número tres de Corporación Majadahonda, el partido que les montó Correa tras romper con Esperanza Aguirre. Pero esa relación tampoco le fue como él había previsto. “¿Por quién le abandonó su entonces pareja?”, le preguntó de repente su abogada. “¡Por el señor Correa!”, confesó el exconcejal arrancando las exclamaciones en la sala. Después de la revelación, que provocó la protesta formal de la defensa del empresario, ejercida en ese momento por la hija de Pablo Crespo, unos y otros se lanzaron al pasillo a señalar al supuesto filtrador de la información, al parecer desconocida y que podría cuestionar la imparcialidad de la aludida, llamada a declarar como testigo desde las filas del correísmo.

Así las cosas, no es extraño pensar que cualquier observador más o menos imparcial o los acusados que tratan de mantener cierta distancia con los dos grupos, véase Luis Bárcenas o Jesús Sepúlveda, contemplen el espectáculo del vestíbulo con la misma idea que tenía en la cabeza el conde de Romanones cuando, tras comprobar que ningún miembro de la Real Academia había apoyado su ingreso en la institución pese a que todos se lo habían prometido, espetó aquello de: “¡Qué tropa, joder, qué tropa!”.

(*) Alfonso Pérez Medina es periodista.

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