Omar quiere vivir en Barcelona

  • “En Libia me secuestraron –cuenta casi sin pestañear, como quien ha tenido que explicar la misma historia cientos de veces-, estuve un año secuestrado hasta que conseguí escapar”, relata Omar
  • “El día que no podíamos pagar… -Omar hace una pausa y se da la vuelta, levanta su camiseta y deja al descubierto una espalda marcada por el horror"

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Dos mil ochocientas. Ésta es la cifra oficial de personas que han llegado este verano a Barcelona después de cruzar la frontera sur buscando una vida digna. En total, durante los primeros seis meses del año, casi 6.000 personas han sido atendidas por el Servicio de Atención a las personas Inmigrantes, Emigrantes y Refugiadas (SAIER) como potenciales solicitantes de asilo. Aunque cada vez llegan más menores no acompañados y mujeres, a menudo víctimas de violencia sexual durante el trayecto, la mayoría de personas que llegan saltando la valla siguen siendo hombres jóvenes que llegan solos.

Muchos están de paso. El último informe de la Comisión Catalana de Ayuda al Refugiado (CCAR) constata que cerca del 60% de las personas que llegan a territorio español siguen su ruta hacia otros países como Alemania, Italia o Francia, que lideran el ranking de recepción de solicitudes de asilo. Según el mismo informe, el 20% de las personas que finalizan su ruta en España se apoya en su propia red de familiares o conocidos, mientras que el otro 20% restante se acoge a la asistencia que ofrecen entidades y gobiernos para cubrir sus necesidades más básicas y empezar a reconstruir sus vidas.

Huyendo de la muerte

En un centro de asistencia básica de la Cruz Roja en Barcelona, sentado al final del hall, un joven escucha música y a ratos tararea con un suave hilo de voz. En la mesa de al lado, dos chicos sentados el uno frente al otro, con la cabeza gacha y sin hablar, miran las pantallas de su móvil, aliado inseparable para dar y recibir noticias y, por supuesto, para distraerse mientras pasan las horas. Un tercer joven ocupa otra blanca y larga mesa, sobre la cual reposan sus manos entrelazadas. En sus muñecas luce un par de pulseras anchas, trenzadas con hilos de colores, y en su mirada, agotada pero firme, esconde años de desesperación.

Hall del centro de asistencia primaria de la Cruz Roja. / Sergi Conesa

Se llama Omar y es mecánico. Tiene 19 años y llegó hace dos días a Barcelona desde Ceuta. Huyó de Guinea Conakry tras el asesinato de sus padres dejando atrás a su hermano menor, que todavía vive en el país. “Me fui de Guinea porque estaba asustado. Habían asesinado a mis padres y sabía que en cualquier momento podía ocurrirme lo mismo a mí”, explica Omar. Así que su adolescencia se esfumó mientras luchaba por sobrevivir. Cruzó a Mali con el poco dinero que había podido ahorrar y luego avanzó hasta Argelia. En Argelia encontró la manera de saltar hasta Libia, pero allí todo se torció.

“En Libia me secuestraron –cuenta casi sin pestañear, como quien ha tenido que explicar la misma historia cientos de veces-, estuve un año secuestrado hasta que conseguí escapar”. Durante su secuestro, Omar tenía que entregar cada día una cantidad exacta de dinero a sus captores. “El día que no podíamos pagar… -Omar hace una pausa y se da la vuelta, levanta su camiseta y deja al descubierto una espalda marcada por el horror- Esto es lo que pasaba en Libia cuando no podías pagar” –concluye mientras tapa de nuevo las cicatrices. Después de escapar, la siguiente parada en este viaje del terror lo llevó a Marruecos, donde se escondió entre las montañas hasta que consiguió saltar la valla y llegar a territorio español.

El viaje continúa

Pisar suelo español supone, habitualmente, un alivio para las personas que llevan meses o incluso años en ruta, pero pocas veces representa el final. Para muchas de ellas, esta es sólo una parada de apenas unas semanas antes de retomar un camino que sigue lleno de fronteras, esta vez burocráticas. El procedimiento legal cuando llegan a tierra es recibir una primera asistencia humanitaria por parte de los dispositivos de Cruz Roja para, después, pasar a dependencias policiales para ser identificados. Es aquí donde los menores no acompañados, personas de colectivos con necesidades especiales o posibles solicitantes de asilo deben recibir una atención que garantice sus derechos, aunque no siempre ocurre así.

Manifestación contra las devoluciones en caliente. / Sergi Conesa

Según Enric Morist, coordinador de la Cruz Roja en Cataluña, “hay personas que llevan años en ruta y que han vivido situaciones extremas”. Por ello Cruz Roja se encarga, después de la identificación por parte del cuerpo policial, de derivar a las personas a los centros preparados para ofrecer una asistencia humanitaria más completa según las necesidades y la voluntad de cada persona. “Muchos de ellos quieren seguir su ruta hacia otros países o instalarse en otras ciudades”, explica Morist. Así es como Omar llegó a Barcelona, hace sólo unos días, con la firme voluntad de aprender el idioma y seguir ejerciendo como mecánico.

Incompetencias

Jaume Asens, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona, asegura que en lo que va de año el número de solicitudes de asilo atendidas en la capital catalana se ha incrementado un 74% respecto al año anterior. Los meses de verano han sido especialmente intensos y la ciudad ha tenido que ampliar a contrarreloj el número de plazas destinadas a acoger a personas recién llegadas. En total y por el momento, son 600 las plazas que se han habilitado en espacios como albergues, habitualmente destinados a acoger personas sin hogar durante la temporada de frío intenso.

Aunque el Ayuntamiento hace una valoración positiva de la gestión que se ha hecho en la ciudad, Asens denuncia la falta de implicación tanto de la Generalitat como del Gobierno de Pedro Sánchez: “Hace tiempo que estamos pidiendo que no nos dejen solos en un trabajo que no es competencia nuestra, sino del Estado”. El teniente de alcalde asegura, además, que sin los recursos invertidos por el consistorio durante los últimos meses, “habría cerca de 400 personas más durmiendo en las calles de Barcelona”.

Manifestación contra las devoluciones en caliente. / Sergi Conesa

Un Gobierno de doble filo

El pasado miércoles varias entidades que trabajan por la defensa de los derechos humanos se concentraron frente a la sede de la Comisión de la Unión Europea en Barcelona para protestar contra las devoluciones en caliente. La protesta tuvo lugar dos semanas después de que 116 personas, la mayoría procedentes de Guinea, fueran entregadas a las autoridades marroquíes cuando llevaban 24 horas en suelo español. En un comunicado, las entidades denuncian que ese tiempo es insuficiente para “asegurar la correcta identificación de solicitantes de asilo, de menores no acompañados o de miembros de colectivos con necesidades especiales, como las personas LGTBI”.

Por su parte, Jaume Asens critica que Pedro Sánchez haya utilizado una práctica que criticó duramente cuando estaba en la oposición y señala la contradicción de que “con la mano izquierda abran los puertos españoles mientras que con la derecha se desentienden de las personas que llegan a la frontera sur”. Para el teniente de alcaldía “no se trata sólo de una obligación política o moral, también hay un imperativo legal con las personas que se juegan la vida cruzando el mar, como ya sentenció el Tribunal de Estrasburgo”.

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