Actor secundario, actor protagonista: Ciudadanos en la encrucijada

  • Ciudadanos ha destituido a su secretario de Organización en el País Vasco porque remitió a sus órganos centrales un principio de acuerdo con el PP  
  • Llama la atención que nos enteremos por este suceso de que el partido de Rivera cuenta con tan sólo 200 afiliados en esta región
 

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Esta ha sido la semana de Íñigo Errejón y su nuevo proyecto Más País, la constatación definitiva, por fin, de su regreso a la política nacional tras su exiguo paso por el Parlamento madrileño, que no ha sido más que el primer test, realmente exitoso, para su formación. Los “no estamos en eso” y los “aquí hemos venido a trabajar por Madrid” quedaron durmiendo el sueño de los justos. Tampoco crean que importa mucho: el votante hoy es como el televidente, se aburre rápido y quiere emociones constantes.

En un momento de bloqueo institucional tras la investidura fallida, parece lógico que alguien que llega con la promesa de desatascar la situación concite la atención de medios y público, hastiado de lo que le han vendido como la incapacidad de “la clase política” para llegar a acuerdos, de irresponsabilidad, y no ha sido más que la apuesta consciente de Sánchez para intentar dejar en la cuneta a los que hace nada calificó de aliados preferentes. El PSOE quiere cerrar y lo quiere hacer a lo grande, reconquistando el Gobierno con soltura, doblando la rodilla al Iglesias levantisco y de paso borrando para siempre aquellos gritos que el 15-M los situaban en el mismo nicho del PP.

No nos engañemos, lo de Errejón ha sido como las lluvias tras una prolongada sequía. Desde hace ya un tiempo se ha leído que Iglesias y Podemos están en una etapa decadente y que es el momento de asestarles el golpe de gracia. A pesar de que suben en las encuestas y baten récords en la financiación distribuida, no hay nada mejor como un titular escrito de antemano para que el deseo se haga noticia. Errejón es consciente de ello y, como es normal, aprovecha este clima para surfear la ola y aparecer en todas las televisiones. En algunas más que en otras.

El caso es que sería absurdo negar que Errejón no le ha hecho un siete a Podemos, o no lleva haciéndoselo desde que decidió que su tiempo en la formación morada se había terminado y construyó una estructura paralela alimentándose del huésped o de lo que consideraba su casa, usurpada por una conspiración comunista. Elijan ustedes la opción que más rabia les dé. Al final la situación es que, al menos desde antes del verano, como recogieron Pardo y Vallín en un adelantado artículo, los fontaneros errejonistas han estado tocando en la puerta de todo aquel que se dejaba querer. Las pasiones centrífugas de Podemos y su dirección han dejado más de un damnificado. Entre la lealtad y la carrera la balanza toma partido por la segunda.

Podemos se hunde, Podemos se desangra, a Podemos le quedan dos días. Errejonazo, jugada maestra, jaque mate de gran maestro. Al final, y esto como toda previsión sólo es un coqueteo con el escarnio público, las cosas no serán para tanto. El acorralado, a pesar de sus errores, acaba siendo objeto de simpatía.

Sin embargo, mientras que toda esta entretenida función sucedía, una noticia ha pasado casi desapercibida para la opinión pública. Ciudadanos ha destituido a su secretario de organización en el País Vasco porque este remitió a sus órganos centrales un principio de acuerdo con el PP para concurrir unidos en esa comunidad. El ya exdirigente naranja, Javier Gómez, se ha defendido diciendo que con sus negociaciones tan sólo pretendía reeditar el acuerdo de Navarra Suma, constituida en marzo de este año por UPN, el PP y Ciudadanos para la circunscripción navarra en las generales y las municipales y autonómicas de mayo. Finalmente, los miembros de la junta directiva de la agrupación de Ciudadanos en Vitoria han acabado dimitiendo en bloque.

Cabe destacar que, pese a las buenas intenciones declaradas, suena extraño negociar un acuerdo sin tener en cuenta a la dirección central de tu partido. No menos que Gómez tuviera el pálpito de que una acción de ese calado, ejecutada de esa forma, pudiera salir bien. A veces no hay nada como los hechos consumados para obligar a elegir entre lentejas y lentejas y así conseguir lo que quieres o tener una excusa para no ser tú quien te vayas, sino forzar a que te echen. Lo peor, en estos casos, es que Roma no paga a traidores y, normalmente, los aventureros se suelen quedar compuestos y sin novia, como ya le ocurrió a Silvia Clemente, que hizo justo el camino inverso, del PP a Ciudadanos.

Llama la atención, también, que nos enteremos por este suceso, que Ciudadanos en el País Vasco cuenta con tan sólo 200 afiliados. ¿Cómo es posible que quien aspira a ser la primera fuerza de la derecha en España cuente con unos números tan exiguos en una comunidad esencial para el desarrollo de la política en el resto del país? Y es ahí donde empezamos a encontrar la primera almendra a toda esta cuestión: mientras que a Podemos se le ha minusvalorado, a Ciudadanos se le ha engrandecido; donde en un caso se habla de descomposición en el otro se tiende a valorar el asunto como un hecho aislado. 

El segundo hecho de importancia también se encuentra, escondido, en este episodio. Mientras que hasta hace nada el camino del transfuguismo iba del PP a Ciudadanos, como en el caso de la ya citada Clemente, o el de Ángel Garrido, que pasó de ser el presidente de banquillo de la Comunidad de Madrid con el PP a pasarse a las filas de Rivera cuando aún ostentaba el cargo en funciones, parece que el sendero de la emigración se ha invertido y ahora hay más ganas de irse del partido de Rivera que de quedarse.

Si a esto le unimos el rosario de dimisiones a nivel autonómico, Pericay en Baleares y Vázquez en Asturias; europeo, Javier Nart; y ejecutivo, Garicano, Roldán y de la Torre, tenemos un escenario donde para Rivera las cosas no se puede decir que marchen viento en popa. Es cierto que existía un “sector crítico” con los pactos con la ultraderecha, como no es menos cierto que ese sector dio la callada por respuesta cuando los naranjas parecían rentabilizar la crispación de romerías como la de Colón. La dignidad de la dimisión por principios siempre requiere de la debilidad de a quien le lanzas la carta, por si luego tienes pensado volver.

En un interesante editorial de El Mundo, este periódico vinculaba todas estas dimisiones a  “la campaña de presión orquestada para lograr que Rivera se desdiga del compromiso contraído con sus electores y facilite la investidura de Sánchez”. Y aquí tenemos la segunda almendra de toda esta historia: los deseos de Rivera de pasar de ser la bisagra que facilitara la alternancia y estabilidad entre PP y PSOE no han sentado demasiado bien a los que consideraban que “la postura liberal de Ciudadanos sería mejor recibida que el populismo de Unidas Podemos” en la formación de un Gobierno con Sánchez, en este caso el Banco Santander.

Este verano, Albert Rivera desapareció de los focos de la actualidad por, al menos, un tiempo que hizo saltar la curiosidad popular en las redes sociales. La llegada de Arrimadas al Parlamento central, cuando al menos se había mostrado efectiva electoralmente en Cataluña, también ha sido interpretado como un posible recambio para el caso de que Rivera necesite desaparecer, esta vez no sólo en verano, de la vida política española. A veces las aspiraciones están reñidas con el deber, y aunque ser actor de reparto quizás es poco para el líder de Ciudadanos, una buena película siempre necesita poner sus cimientos sobre secundarios creíbles. O al menos eso piensan la gran mayoría de directores.

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