Plutonio, el peligroso dios romano de los infiernos

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Héctor Castro *

Imagen facilitada el pasado día 1 por TEPCO, compañía propietaria de la central de Fukushima (Japón), en la que se ve a dos trabajadores mientras riegan resina verde en el área de una pisicina dañada. / Efe

El primer ministro Japonés sigue elevando el estado de alerta en la central de Fukushima tras la detección del vertido de Plutonio procedente del reactor 3. Todos los medios de comunicación, con razón, se han hecho eco de esta nueva y trágica noticia. Porque la alarma creada por este suceso,  lamentablemente, ha de ser tomado muy en serio.

Basta remontarse a la historia de este elemento artificial para entender que la preocupación debe ser incesante. El plutonio es  un triste ejemplo de la perversión de algunos descubrimientos a los que, paradójicamente, también llamamos  “avances” científicos.

Fue descubierto por Glenn Seaborg, Arthur Wahl y Joseph Kennedy a finales de los años cuarenta del siglo pasado en California. Pronto se dieron cuenta que habían dado con un metal diferente. Vieron que era muy fisible, o dicho de otra manera, que se podía romper con facilidad. Solo había que hacer chocar  un neutrón  contra un átomo de plutonio para partirlo, liberando una gran cantidad de energía y poniendo en marcha una reacción en cadena. Posteriormente descubrieron que con solo 4 kg de plutonio se podía obtener una gran explosión.

Para el verano de 1945 ya habían creado una cantidad suficiente como para montar dos bombas, una de las cuales fue probada en el desierto de nuevo México, dando comienzo así a la contaminación de la tierra con el nuevo e indeseable elemento.

Dice el vicepresidente de TEPCO, la compañía japonesa que opera la central, que los niveles de plutonio son similares a los encontrados en otras partes de Japón debido a las partículas transportadas después de ensayos atómicos en el extranjero. Tiene razón. Pero eso es precisamente lo malo. Aproximadamente, sólo un 25% del plutonio de una bomba atómica explota. El resto se vaporiza, siendo transportado con facilidad a través del aire. Durante los años cincuenta, cuando se probaron muchas de estas armas, parte del plutonio vaporizado pudo ser trasportado por todo el planeta, con lo cual es más que probable que todos tengamos algunos átomos de este metal en nuestro interior.

En cualquier caso, el peligro del plutonio frente a otras sustancias radiactivas de las que hemos oído hablar estos días reside fundamentalmente en su vida media, de unos 24.000 años, y su distribución por el cuerpo humano en caso de contaminación, que no es uniforme. El Plutonio tiende a concentrarse en la superficie de huesos y masa ósea, no como otros metales pesados, con lo cual es una fuente de contaminación aun más peligrosa y más que probable causa de canceres diversos.

Si bien es cierto que al emitir partículas Alfa (las menos penetrantes de las que emiten los elementos radiactivos), un pedazo de plutonio manejado con unos simples guantes de plástico bastarían para que las partículas radiactivas emitidas no penetren en nuestro organismo,  el problema es inversamente proporcional cuando lo ingerimos. Es por eso por lo que la contaminación del agua en Fukushima es un dato preocupante, ya que si los terrenos aledaños se infiltran con plutonio y el  agua contaminada se extiende por el mar las consecuencias pueden ser incalculables a largo plazo.

A pesar de que el plutonio ha tenido algunas otras utilidades más benignas, como en marcapasos o como precursor de otro elemento radiactivo, el californio, utilizado en terapias médicas contra el cáncer, no es una sustancia que convenga dejar suelta por ahí. Habrá que seguir con atención las evoluciones del incidente acaecido en la central nuclear de Fukushima con este elemento químico creado por el hombre, pero que lleva el nombre del dios romano de los infiernos.

(*) Hector Castro es químico.

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