Aliénor Benoist y Pedro Riera *
En Yemen, los universitarios son el motor de las protestas que se han contagiado desde Túnez y Egipto a todo el mundo árabe. Encabezan un movimiento nuevo, joven, ingenuo y tenaz, cuyo único objetivo es la caída del régimen. No tienen reivindicaciones específicas, ni existe un plan de actuación en caso de que la revuelta tenga éxito. Zaid, uno de los estudiantes que se concentra a diario en el campamento que han levantado frente a la universidad de Sanaa, expresa el sentir de sus compañeros con resignación: “Somos nuevos en esto de la revolución, no tenemos experiencia. Por ahora estamos aprendiendo a decir basta. Luego, ya veremos”.
Con su lucha, los estudiantes ya han conseguido el apoyo de muchas tribus y de una parte cada vez más amplia de la sociedad, se han ganado el respeto de los partidos políticos y están provocando la defección de cada día más miembros del entorno del presidente Saleh. Pero también gracias a la “revolución de los jóvenes”, como ellos mismos denominan a su movimiento, se está produciendo otro cambio silencioso en la sociedad yemení: una revolución en la que las mujeres son las protagonistas.
Si muchas mujeres se muestran escépticas respecto a las protestas, convencidas de que un cambio de régimen no traerá ninguna mejora para ellas, otras han optado por luchar junto a los hombres, dejando las reivindicaciones feministas para más adelante. Y con su mera participación en las manifestaciones ya están provocando un cambio de mentalidad sobre el lugar que debe ocupar la mujer en la sociedad.
En Yemen, las mujeres no sólo no tienen los mismos derechos que los hombres, sino que dependen del permiso de ellos para hacer la mayoría de las cosas, como conducir, trabajar o salir a la calle. El lugar de ellas está en casa, cocinando y educando a los niños. La sociedad se rige por una estricta separación de sexos y todo está minuciosamente organizado para evitar todo contacto entre hombres y mujeres que no pertenezcan a la misma familia. Por ello, el simple hecho de que algunas mujeres acudan a las sentadas y se manifiesten públicamente ya es una ruptura respecto al pasado. Aunque lo más relevante es que las que han tomado la calle no son las activistas de toda la vida, sino una nueva generación de mujeres, de ciudadanas anónimas, que hasta ahora jamás se había movilizado.
En Yemen, donde palabra “feminismo” es vista con gran recelo, por considerarse una importación de Occidente, una vanguardia de una veintena de activistas lleva ya años batallando por los derechos humanos y de las mujeres: son periodistas, abogadas, profesoras de universidad, políticas. Y, aunque apoyan a los estudiantes, sólo han ocupado un segundo plano en las revueltas.
Tawakkol Karman es la activista que más protagonismo ha adquirido. Lleva desde 2007 protestando todos los martes frente a la sede del gobierno contra la falta de libertad de expresión, los matrimonios infantiles, y otras violaciones de los derechos humanos. Ella fue una de las primeras mujeres en participar en las manifestaciones. El 22 de enero, la policía la detuvo durante 30 horas y la convirtió en un símbolo de las revueltas y en su rostro visible para las televisiones y la prensa internacional. Sin embargo, su liderazgo fue cuestionado de inmediato por los estudiantes ya que Tawakkol Karman es miembro del partido islamista Islah, y una de las consignas esenciales de los estudiantes es evitar la intromisión de los partidos políticos. En Yemen, donde el 65% de la población tiene menos de 25 años, es la primera vez que los jóvenes toman la palabra, y no están dispuestos a aceptar que otros se apropien de su revolución sin más.
Adén y Taez son las dos ciudades principales del sur de Yemen: allí la gente tiene una mentalidad más abierta, y las mujeres muchas más facilidades para estudiar y fraguarse una carrera. No es casualidad que de ahí provengan la mayoría de las activistas y que allí se manifiestan de forma más masiva las mujeres. Sin embargo, ha sido en la conservadora Sanaa donde se ha producido una auténtica transformación en la relación entre los hombres y las mujeres involucrados en las protestas.
Entre la treintena de estudiantes que montaron el campamento en la Universidad de Sanaa a finales de enero no había ninguna mujer, y sólo acudieron tres o cuatro a la primera manifestación que convocó el 10 de febrero la recién formada Coalición Libre de Jóvenes. Las familias prohibieron a sus hijas asistir porque temían que resultaran heridas en los probables enfrentamientos con la policía o con los partidarios del presidente, pero también porque consideraban que un lugar donde se reunían tantos hombres no era adecuado para ellas. Un mes más tarde, entre trescientas y cuatrocientas mujeres se daban cita a diario en el campamento de la universidad, y en las últimas manifestaciones la presencia de esas estudiantes, empleadas, profesoras, médicos y amas de casas de todas edades llegó a varios miles. Ni el reciente ataque al campamento por parte de francotiradores en el que murieron 52 personas, ni los repetidos asaltos de la policía con gas lacrimógeno y gas nervioso han amedrentado a las mujeres.
Por supuesto, la participación femenina en las protestas ha tenido que ajustarse a las conservadoras costumbres de la capital de Yemen. En su gran mayoría, las mujeres acuden al campamento con algún miembro masculino de su familia, llevan el velo integral, y ocupan el espacio reservado para ellas junto al escenario principal, separadas de los hombres. Aun así, se producen situaciones impensables hace tan solo unas semanas. De entrada, las mujeres participan en la organización del campamento a todos los niveles: en el comité de seguridad, en el de salud, en el de relación con los medios de comunicación. En la tienda “académica” se reúnen intelectuales, artistas, profesores y poetas de ambos sexos, para debatir, reflexionar o recitar poesía. Y cada vez son más las que se animan a subir al escenario a arengar a la muchedumbre. Lo más revolucionario es que, desde hace unas semanas, ellas rezan a la vista de los hombres con una naturalidad hasta ahora inconcebible en Yemen: a diferencia de otros países árabes, las mujeres yemeníes no tienen acceso a las mezquitas, y rezan en casa.
Fatima Al Aghbari y Fakhria Hugaira son un ejemplo de la nueva generación de activistas que se está gestando en las revueltas. Fatima es periodista y fue la primera mujer que abrió un blog en Yemen. Fakhria usa su cuenta de Facebook para coordinar las protestas. Ambas acuden al campamento cada día al salir del trabajo, van con el rostro descubierto, y no paran de discutir de política con todos los hombres con los que se encuentran, incluidos los miembros de las tribus. Fakhria confiesa que antes de tener trato con estos últimos, pensaba que eran ladrones y secuestradores, como lleva retratándolos desde hace años la propaganda del gobierno. Sin embargo, ahora que ha tenido la oportunidad de hablar con ellos, ha descubierto que comparten los mismos objetivos. Lo más sorprendente es que estos hombres que han venido a la capital desde los pueblos de las montañas, sin esposas, ni hijas, ni hermanas, y que tienen una mentalidad muy cerrada y tradicional, aceptan de buen grado el diálogo con estas mujeres urbanas, jóvenes y modernas. Fatima, Fakhria y sus amigas se han encontrado con que en el campamento todos los hombres las tratan con respeto, de igual a igual, nadie las insulta ni les dice que se cubran, como les sucede a diario cuando pasean por las calles de Sanaa con el rostro a la vista. “¡Aquí es todo lo contrario, somos nosotras las que acosamos a los hombres!”, bromean.
La creciente presencia de mujeres en las protestas obligó al presidente Saleh a tenerlas en cuenta, aunque sólo como instrumento de propaganda. En las contramanifestaciones que organizaba para mostrar al mundo que seguía teniendo el apoyo de parte de la población nunca acudían mujeres. Eso cambió de golpe a principios de marzo, cuando decenas de ellas salieron a la calle portando su retrato. No fue un acto espontáneo. Algunas de las asistentes cobraron 2.000 riales (10 dólares) por estar allí. Sí o sí, de pronto, el presidente necesitaba el respaldo del sexo débil para legitimarse en su cargo.
Pero hay muchas más mujeres que participan en la revuelta que las que acuden a las manifestaciones, y su apoyo aunque no siempre es visible, es fundamental. Algunas se ocupan del abastecimiento de sus hijos, maridos y hermanos: cocinan a diario para ellos, y no es raro que sus panes y pasteles lleguen adornados con el eslogan de la revuelta: Irhal (vete). Otras se dedican a contrarrestar a través de Internet la propaganda del régimen. Harta de que la obligaran a escribir mentiras sobre los estudiantes, Ibtisam -seudónimo de una periodista de un importante periódico oficial- se pidió una baja y montó con unos colegas una página de Internet para informar sobre las protestas. Fakhria hace lo propio con Facebook.
En Yemen la implantación de las redes sociales es mucho menor que en Egipto y Túnez, aun así Facebook se ha convertido en un instrumento esencial para convocar las protestas, informar al instante de lo que sucede, lanzar campañas, y coordinar estrategias con los manifestantes de otras ciudades. Además, en un país donde la segregación sexual está tan arraigada como en Yemen, Facebook ha permitido que muchas mujeres a las que se les prohíbe acudir a las manifestaciones, o que no quieren hacerlo, participen en el debate público sin correr ningún riesgo físico ni exponerse a que pongan en entredicho su reputación.
Pero Facebook también ha derribado otro muro. En Yemen, los hombres acostumbran a debatir los asuntos importantes mientras mascan qat, un estimulante vegetal que consume la mayoría de la población. Las sesiones de qat duran toda la tarde, hombres y mujeres mascan por separado, con lo que tradicionalmente ellas han quedado excluidas de la toma de decisiones. La única escritora nombrada para dirigir la Unión de Escritores de Yemen se vio obligada a renunciar al cargo precisamente porque era impensable que asistiera a esas reuniones. Ahora, por primera vez, algunas mujeres han conseguido participar en las sesiones de qat a través de Facebook. “Nosotras podemos averiguar lo que piensan, y los hombres están encantados de saber lo que opinamos sobre ciertos temas, sin que a ninguno nos resulte violento”, resume Fakhria.
Los resultados que tendrán las revueltas en Yemen son imprevisibles. En caso de que los estudiantes consigan sus objetivos y hagan caer el régimen, lo más probable es que la oposición política se apropie de los resultados de su lucha. La ingenuidad con la que han afrontado las protestas y la falta de un plan concreto para el futuro no juegan precisamente a su favor. Sin embargo, ha sido esa misma ingenuidad la que les ha impulsado a mantener una actitud abierta y ha creado un espacio para las mujeres que hasta ahora les había sido negado por la tradición y el conservadurismo. Además, como dice Nadia Al Sakkaf, redactora jefe del Yemen Times, la revista en inglés más importante de Yemen, “la juventud yemení ha estado viviendo todos estos años en una habitación oscura. Ahora han conseguido acceder a otra habitación en que la luz está encendida y, acabe como acabe esta revolución, no permitirán que les vuelvan a dejar a oscuras”.
Muy bueno, ¡gracias!
Estupendo artículo. Me habéis ahorrado un viaje a Yemen!
Me ha gustado mucho. Información precisa y concreta de nuestro presente.