Alfredo Grimaldos *
Cada vez resulta más difícil y doloroso escribir sobre los amigos que se van. En este caso es un privilegio, por supuesto, hablar de alguien tan querido como Manuel Fernández Cuesta (**), pero su desaparición absolutamente inesperada nos ha dejado huérfanos a todos los que disfrutamos de su inmenso talento y su calidad humana.
El pasado día diez de julio falleció, en su propia casa, mientras dormía, de un infarto a los cincuenta años. La mañana anterior me había llamado por teléfono para decirme que había llegado a un acuerdo para dejar la dirección de la Editorial Península y de los sellos en castellano de Grupo 62, en buenas condiciones económicas, con varias ofertas de trabajo inmediatas y numerosos proyectos por delante. Me recalcó que iba a seguir contando con todos sus autores de siempre.
Conocí a Manuel cuando él era editor de Debate, a través de nuestro común amigo el psiquiatra Enrique González Duro. Con su proverbial instinto editorial, acababa de publicar el extraordinario trabajo de la investigadora británica Frances Stonor Saunders La CIA y la guerra fría cultural. En el libro no se hacían referencias a España y Manuel vio claramente el hueco. De ahí salió La CIA en España y se forjó nuestra amistad.
Después, cuando él dirigía Península, tocamos numerosos temas, siempre por iniciativa suya y con el certero enfoque que marca un editor de enorme intuición: desde la Transición o la Iglesia en España, hasta la Historia Social del Flamenco.
Una de las últimas veces que pudimos disfrutar juntos largo tiempo fue con motivo de la presentación del volumen de fotografías flamencas de Elke Stolzenberg y Pepe Lamarca, que también surgió por iniciativa de Manuel. La foto de Elke que se reproduce aquí nos muestra a él, a Willy Toledo –otro de sus autores– y a mí compadreando divertidos antes del acto.
Manuel Fernández Cuesta era un prodigio de inteligencia y sentido del humor. Atesoraba una enorme cultura literaria, cinematográfica y política, de la que queda constancia en su exquisita y extensa obra editorial, la herencia que nos deja, además de su recuerdo personal imborrable.
Su gran bagaje intelectual lo consolidó en prolongadas estancias en París y Milán. Estuvo estrechamente vinculado al periodismo comprometido como redactor jefe de Mundo Obrero, el órgano de expresión del Partido Comunista de España (PCE), del que era militante. Además, colaboró asiduamente con rebelión.org y, de forma más ocasional, en diarios como El País y El Mundo. Sus sesudos y agudísimos artículos en la “página del editor”, de Península, eran de una contundencia y solidez inusitadas en estos tiempos de pasteleo y pensamiento débil.
Además, tenía una alter ego periodístico, María Toledano, una supuesta abuela republicana que diseccionaba la realidad social a través de sus recuerdos y de las jóvenes experiencias políticas de su nieta.
Manuel estaba pendiente de todo, y muy especialmente de los suyos. Si te veía flojo, enseguida soltaba su frase: “¿Cómo estás, querido?”. Cuando se produce una pérdida como ésta, cuesta mucho digerir la sensación de irrealidad. Nos deja muy jodidos a los que seguimos por aquí. Yo le quiero recordar riéndose.
La bandera tricolor de la República y la roja con la hoz y el martillo del PCE cubrieron su féretro.