Proceso constituyente o independencia

La principal conclusión de las elecciones catalanas del 27-S es que la mitad de la población quiere la independencia. ¿Cómo hemos llegado a este punto? No hace falta remontarse trescientos años, a los decretos de Nueva Planta del primer Borbón, para encontrar las raíces del desencuentro entre Cataluña y Madrid. La tarde del sábado 10 de julio de 2010 me encontraba en Barcelona por razones profesionales y pude contemplar una manifestación inmensa -repito: inmensa-, de muchos cientos de miles de personas que ocupaban grandes avenidas en paralelo al recorrido de la marcha. El motivo, el rechazo a la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) que anulaba un nuevo Estatuto para Cataluña pactado entre las Cortes Españolas y el Parlament y aprobado en referéndum por los ciudadanos de Cataluña. El PP con su recurso al TC había logrado tumbar un nuevo marco de convivencia, pactado y refrendado entre España y Cataluña, y había abierto la caja de los truenos. El día siguiente España ganó brillantemente el mundial de fútbol de Sudáfrica con una selección trufada de jugadores del Barça. Pero algo importante se había roto ya.

Y de aquellos polvos, estos lodos. Los que no eran soberanistas, como CDC, se hicieron. Y da igual que fuera por oportunismo electoral para evitar el desgaste por su política neoliberal y la corrupción. Otros lo han hecho porque llegaron a la conclusión de que no hay ninguna posibilidad de acuerdo con esta rancia derecha. Además, la percepción de agravio, sea o no cierta, es un motor formidable de movilización. Lo cierto es que el panorama político ha cambiado radicalmente en Cataluña en este último lustro y las elecciones del 27 de septiembre han sido mucho más que unas elecciones autonómicas.

A la hora de analizar de los datos, lo primero a destacar es una participación histórica del 77%, diez puntos más que en 2012. Y luego están los siguientes resultados:

En el bloque soberanista hay una mayoría en el Parlament de Cataluña de 4 diputados más que la mayoría absoluta. Junts pel Sí son, con mucho, la fuerza más votada. Obtienen 62 escaños, aunque son 9 menos que la suma de CIU y ERC en 2012 (71). Pero no tienen mayoría absoluta para imponer su hoja de ruta hacia la independencia si no es con el concurso de la CUP, que se convierte en una fuerza decisiva con su importante avance al pasar de 3 a 10 diputados.

Ciudadanos tiene un gran éxito a costa del PP, al haber protagonizado el rechazo a la independencia y capitalizar el voto españolista; también al aparecer como una derecha menos carcamal, lo que se ha traducido en un importante salto electoral (de 9 a 25 diputados). El PSC es la tercera fuerza aunque retrocede (de 20 a 16 escaños), pero se puede decir que ha aguantado el tipo: su indefinición sobre el núcleo duro de lo que estaba en juego el 27-S y su falta de credibilidad les ha perjudicado. Catalunya Sí que es Pot (Podemos, ICV, EUiA y Equo) han obtenido malos resultado, con 2 escaños menos de los que sacó ICV-EUiA en 2012: ha pagado el no haber logrado colocar en el centro del debate político el rescate ciudadano y la necesidad de otra política socioeconómica al servicio de la mayoría. El PP toca el fondo y pasa de 19 diputados en 2012 a 11 por jugar la baza de la ultraderecha racista y por la abundante participación en campaña de un personaje tan poco simpático como Rajoy. Por último, desaparece del mapa Unió Democrática de Cataluña, representante fiel de los intereses de la burguesía catalana y española, la misma que la financiaba irregularmente a través de su fundación.

Los profetas del apocalipsis en caso de independencia no han logrado torcer la voluntad del electorado. La burda campaña del miedo ha rozado el ridículo con su batería de presiones, desde Merkel, Sarkozy, Cameron… a una empresa de trajes de novia o la banca, que si por algo se caracteriza es por no tener corazón, ni patria, ni ideología. Todo parece indicar que el PP ha contribuido a aumentar el espacio del independentismo, por su afán de intentar hacer caja electoral en las próximas elecciones generales en España. Pura irresponsabilidad.

De todo lo anterior se pueden sacar algunos apuntes para el futuro:

1. Los resultados demuestran una realidad: que Cataluña es una sociedad muy plural. El soberanismo se consolida en votos y diputados y tiene un proyecto político y una hoja de ruta. Pero no tiene una mayoría para proclamar una independencia unilateral. Hay que destacar la seriedad de la CUP que defiende que no se puede proclamar la secesión sin una mayoría de los votos del electorado de Cataluña. Pero el proceso no se detendrá y seguirán trabajando para ganar apoyos de futuro. Será especialmente complicada la investidura del nuevo presidente de Cataluña, lo que le da un decisivo papel a la CUP y abre nuevas incógnitas y espacios políticos, ya que su abstención no es suficiente para que lo imponga CDC.
2. Existe el riesgo de que el centro de gravedad del debate político se desplace a la relación España-Cataluña y pasen a un segundo plano la crisis, los recortes, la lucha contra la corrupción y por la regeneración democrática. Sería letal para los trabajadores, la ciudadanía y las fuerzas de progreso que las elecciones generales se centrasen en el tema de la independencia. A ello juega Rajoy, para evitar pagar la factura por la peor legislatura del periodo democrático. De paso, para ver si ante lo que ellos llaman el peligro de “la ruptura de España” se resucitan fórmulas políticas como la propuesta felipista de Gran Coalición. Sería un grave error que la derecha española siguiera cerrada en banda ante la cuestión catalana y que su única alternativa sea la represión o la invalidación de las instituciones catalanas, como pretende con su última reforma del TC. Gobernar contra Cataluña y el dontancredismo conduce a la independencia.
3. Si la mitad de Cataluña está por la independencia y muchos de la otra mitad rechazan las relaciones actuales, la apertura de un proceso constituyente es inevitable, y no solo para la cuestión territorial. Es la única manera de que las cosas no deriven en una salida de Cataluña del Estado español más pronto que tarde. Hay que iniciar el diálogo, abrir un proceso de reforma del modelo de 1978 y respetar en todo momento el derecho a decidir del pueblo de Cataluña. Para ello es fundamental que en las elecciones generales retrocedan los agentes de la intransigencia que llevan al punto de ruptura la relación con Cataluña, además de ser responsables de las políticas antisociales. Y que avance la izquierda y las fuerzas que plantean la búsqueda de soluciones en un nuevo marco de convivencia cómodo para todos. No hay que olvidar que se puede abrir otra situación similar en el País Vasco.
4. De los pobres resultados de Catalunya sí que es Pot no se pueden sacar conclusiones apresuradas de cara a la confluencia o no en candidaturas de Unidad Popular en las elecciones generales de diciembre. La unidad no suele ser el error, si acaso el discurso, y da miedo pensar en los resultados que hubieran obtenido estas fuerzas si hubieran ido separadas. Su campaña social se ha encontrado pinzada entre el soberanismo transversal y la intransigencia del aparato del Estado español. Lo que más ha pesado en los resultados ha sido la incapacidad de convencer al electorado de que en estas elecciones la disyuntiva más importante era entre derecha e izquierda. El carácter plebiscitario dado a las elecciones les ha perjudicado porque ha hecho que los partidos de derecha e izquierda se tuvieran que repartir el voto no independentista.
5. Si equivocadamente se asocia España con Rajoy y el PP, no es extraño que haya muchos que quieran irse, y no solo catalanes. Creo que la mejor solución para Cataluña y para toda España es una República Federal, más que la independencia, pero por coherencia democrática hay que defender el derecho a la autodeterminación sin ningún tipo de dramatismos. En este sentido, la próxima estación de este proceso será un referéndum en Cataluña y para ello hay una mayoría del orden de dos tercios del Parlament. Su resultado dependerá de que no se cometa el error de combatir las expresiones soberanistas, en vez de analizar y buscar soluciones. También de otros muchos factores como quién gobernará en el ámbito del Estado la próxima legislatura, del reconocimiento o no de Cataluña como nación, de si se aplican políticas sociales progresistas en Cataluña y en España. Mantener la unidad dependerá, en definitiva, de que la ciudadanía catalana encuentre las ventajas que tiene la pertenencia a España en un nuevo y aceptable marco. De lo contrario, la campaña del miedo seguirá sin servir para nada, como ha pasado esta vez, y las cosas se seguirán complicando.