Han sido más de seis años de cárcel. No era la primera vez y deseo que sea la última que en nuestro país una persona pueda ir a la cárcel por defender posiciones políticas, desde una apuesta clara, radical, sustancial por una salida pacífica y democrática al conflicto vasco. Esto es lo que no se le ha perdonado a Otegi y es el motivo último de su condena. Su libertad, en este sentido, es la nuestra.
No será fácil el reencuentro con la vida. Hoy ya no es como antes, pero cárcel y vida son cosas muy diferentes y antagónicas. Ahora toca el debate colectivo, la discusión franca y leal, el mirarse al espejo del otro, de los otros y las otras. Entender un mundo que ha cambiado mucho en estos seis años, donde la excepción se ha ido convirtiendo en regla y donde cosas que antes nos parecían imposibles, ahora lo parecen igualmente, pero menos. En definitiva, vivir, pensar, hacer política, crear organización y meterse de lleno en una campaña electoral que apenas comienza.
La primera cuestión que tiene que afrontar Otegi es que en estos años el mundo sigue siendo “ancho y ajeno”, cada vez más ajeno. La crisis económica continúa larvadamente y en el horizonte se atisba una crisis financiera internacional de grandes proporciones; en medio, una gran transición geopolítica que está agudizando los conflictos políticos, económicos y político-militares en todo el mundo, con su epicentro —no es nuevo— en el Próximo Oriente; y más allá, una crisis ecológico-social del planeta de grandes dimensiones.
Otegi tendrá que enfrentarse a la durísima realidad de lo que es hoy la Unión Europea. Ésta ha devenido en una máquina, en un sistema de dominación, que cercena la soberanía popular, erosiona planificadamente los Estados-nación, limita las libertades públicas y liquida los derechos sociales tan duramente conquistados por el movimiento obrero y por la izquierda. El dato es nuevo y tiene que ser visto con otros ojos. Cuando se habla de que el enemigo es “España” o “el Estado español” se pone el acento en algo que en puridad no existe, es decir, un Estado político, militar y económicamente soberano. La Unión Europea se convierte en un instrumento que organiza el poder de las clases económicas dominantes del continente, lo convierte en legítimo y pone al Estado alemán como garante del “nuevo orden”.
La paradoja es solo aparente. Tanto la burguesía vasca como la catalana y el bloque de poder del Estado están de acuerdo con este sistema, les va bien con él, es su última “reserva de seguridad” frente a los movimientos populares y ciudadanos, frente a la izquierda. ¿Qué significa un nuevo Estado independiente en la Europa alemana del euro? ¿Qué libertades sociales, culturales y políticas se pueden conquistar, perpetuar y desarrollar en una organización que es estructuralmente oligárquica y antidemocrática, cada vez más subalterna a los intereses estratégicos de EEUU?
Tendrá que saber que la crisis económica, el “golpe de Estado” impulsado por los grupos económicos de poder, el 15M y, sobre todo, el surgimiento de Podemos han puesto en crisis el bipartidismo y, más allá, al propio régimen del 78. Si todo lo sólido se desvanece, hoy todo muta y, en muchos sentidos, reina la confusión. Yo, con perdón, como Mao, pienso que el momento es excelente y que se requiere audacia, audacia y audacia. Se trata de una oportunidad que se abre, pero que se puede cerrar no tardando demasiado tiempo y que exige por nuestra parte compromisos políticos fuertes y una enorme lucidez.
Cuando Otegi intente entender las últimas elecciones generales, con todo el material disponible, con las experiencias de los compañeros y las compañeras, con los debates y la confrontación que solo la libertad posibilita, entenderá que lo ocurrido en Euskadi, —ya lo he dicho antes— es la excepción que confirma la regla. Si algo caracterizó a la izquierda abertzale como a mi viejo y querido PSUC, fue unir cuestión de clase con cuestión nacional al servicio de un proyecto nacional popular que, por serlo, era a la vez patriótico e internacionalista. En eso estamos de nuevo.
Ahora, creo, hay que hacer política a lo grande. Todos somos ya soberanistas, todos defendemos el autogobierno de las poblaciones, la democracia de los hombres y mujeres comunes, la necesidad de construir un nuevo poder, una sociedad, en definitiva, de mujeres y hombres libres e iguales, comprometidos con la justicia. Este es el hilo rojo del que hay que tirar, del que todos juntos tenemos que tirar para construir un Estado donde quepamos todas y todos, nuestras naciones, nuestros pueblos.
Efectivamente seguimos argumentando contra la crisis, como si esto fuera de ahora. Una ya es muy mayor y siempre vivió en crisis. La novedad es que antes parecía algo inevitable, que no sabíamos cómo, ni por qué. Ahora sabemos que porqué. Igual no hay más libertad, pero sí más medios para informarse. Ya sabemos quienes nos roban, todos los del Ibex y la mayoría de los políticos cuyo trabajo es servir a los que más tienen. Manolo, no pedimos mucho, no pedimos lo imposible: pedimos decencia. La gente ya no aguanta más cuentos, sabe que solo sirven para maltratarnos. Antes se decía: barre primero tu casa. Si no hay partidos que hagan de la denuncia su primera propuesta, igual debemos irnos a nuestra casa para limpiarla.
una vez más he de señalar que termino «nacionalismo de izquierdas» me suena a cuadrado redondo
…que, siempre me han asustado los nacionalismos, sobre todo los de raíz etnocentrista y racista
….. que se me crispan los higadillos cuando oigo la palabra «pueblo» para referirse a un conjunto amplio de seres humanos que viven en un territorio diferente a un municipio o una pedanía.
.. que intentar casar el término «patriótico» con el de «internacionalista» me parece intentar atar un par de moscas por el rabo.
… Y que el asunto de las víctimas del terrorismo nacionalista vasco (como el descomunal saqueo de los bienes público del PP y el PSOE y otros) debería ser incluido en el programa de la «memoria histórica.
…
Sin embargo, estamos de acuerdo con la necesidad de construir «una sociedad de mujeres y hombres libres e iguales, comprometidos con la justicia», así como la idea «construir un Estado donde quepamos» todos los seres humanos.
… Y si, fuera posible, dejando al margen (o sea marginado) a los pueblos; y con un número lo más reducido posible de naciones.