La batalla por la Filosofía (I)

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Carlos Fernández Liria *

Carlos_Fernández_LiriaEn las negociaciones que sobrevendrán en los próximos meses sobre el anunciado nuevo Pacto Educativo hay que exigir que se replantee muy en serio el asunto de las asignaturas de Filosofía en las enseñanzas medias y el bachillerato. Y lo malo es que, a este respecto, hay que cuidarse tanto de los enemigos como de los amigos. Porque uno se queda estupefacto al ver las cosas que dice nada menos que el decano de la Facultad de Filosofía de la UNED, Jesús Zamora Bonilla, en su artículo de El País Cómo no defender las Humanidades.

En primer lugar, Jesús Zamora Bonilla cae en la trampa de integrar la enseñanza de la Filosofía en el área de Humanidades, una barbaridad que habría que comenzar por poner fuera de juego. El artículo continúa con otra sarta de jocosas barbaridades sobre el tema, que luego comentaremos (es verdad que el autor anuncia una segunda parte que esperamos que sea menos nociva).

Repasemos algunos sucesos recientes. El 22 de diciembre de 2016 se presentó en la Asamblea de Madrid una proposición no de ley en defensa de la asignatura de Historia de la Filosofía en las enseñanzas secundarias. La proposición, impulsada por el PSOE, fue apoyada también  por Podemos y Ciudadanos y rechazada por el PP, siendo, por consiguiente, el resultado de la votación 78 votos a favor y 47 en contra. Este éxito incuestionable no tendrá ningún efecto, ya que se trataba, precisamente, de una proposición no de ley. Pero es un resultado significativo y simbólicamente muy importante para los que estamos intentando defender las asignaturas de Filosofía en secundaria. Llama la atención lo difícil que resulta de entender el discurso con el que el diputado del PP Luis Peral Guerra defendió la decisión de votar en contra, porque da toda la impresión de que a ese pobre hombre le tocó justificar algo en lo que él mismo no creía, de tal manera que tuvo que hacer una especie de críptico malabarismo para no decir nada de nada. Habló, eso sí, cómo no, a favor de las Humanidades, alegando lo importantes que son para poder cenar en Nochevieja, puesto que en ese tipo de reuniones, no suele hablarse de negocios, sino de temáticas humanas en las que conviene saber quién fue Alejandro Magno.

En verdad, esto merece una reflexión. Durante las luchas contra el Plan Bolonia escuchamos a menudo a las autoridades académicas (normalmente “de izquierdas” en esa época) decir que las facultades de Filosofía y, en general, de Humanidades, no debíamos asustarnos tanto por la mercantilización de la enseñanza (o como solía decirse, por  la “economía del conocimiento”), porque las empresas cada vez eran más conscientes de que necesitaban asesores culturales y filosóficos. A ninguna compañía le conviene, se nos dijo una vez, tener ejecutivos patanes que no saben entender las diferencias culturales y que, por ejemplo, no caen en la cuenta de descalzarse al entrar en la casa de un empresario japonés para firmar un contrato millonario. Los directivos de una empresa no pueden hacer el ridículo en las cenas de negocios, exhibiendo su ignorancia sobre quién es Kant o sobre el Padre Feijoo. Así pues, la filosofía --pero no sólo la Filosofía, sino, como decía el diputado del PP, las Humanidades en general-- tienen que ser respetadas y protegidas en secundaria. Lo de menos es ya el misterio por el que este razonamiento le llevó a votar no en esa ocasión. Lo malo son las razones por las que podría haber votado que sí. Porque, mucho me temo, pues demasiado lo hemos comprobado ya, estas razones a veces son también esgrimidas por parte de la izquierda. Las Humanidades son muy importantes, se dice, y por lo tanto, la Filosofía también. Esto es lo que subyace también al artículo de Zamora Bonilla.

Verdaderamente, las defensas de las filosofías las carga el diablo. Porque lo primero que habría que denunciar es la inclusión de la Filosofía en el área de las Humanidades. De hecho, este es el motivo por el que la LOMCE ha convertido la Historia de la Filosofía en una asignatura opcional para las ramas de “letras”. Los que defendemos las asignaturas de Filosofía tenemos mucho que objetar a que sean englobadas en las Humanidades. Si hubiera que comenzar por algún sitio, habría que partir de la idea de que sin la historia de la filosofía es imposible comprender la idea misma de nuestras aspiraciones políticas, nuestra mismísima pretensión de vivir en un orden constitucional. Y esto es algo que atañe tanto a los humanistas como a los científicos, lo mismo que a los artesanos o profesionales de toda índole, porque tiene que ver con aquello que les convierte en ciudadanos, es decir, en agentes políticos de pleno derecho en una democracia.

La Filosofía es el testigo de que en este mundo, además de multitud de cosas  que pueden ser estudiadas por las distintas ciencias y disciplinas, existen tres cosas muy raras que no está muy claro ni siquiera que sean cosas: la verdad, la justicia y la belleza. Son tres luces que, igual que el sol,  iluminan este  mundo y que, desde los tiempos de Sócrates y Platón, han generado una tensión política sin la cual no sería comprensible el modelo político al que llamamos “estado de derecho”, “orden constitucional” o “imperio de la ley”. Ante la verdad, somos todos iguales, porque, como sentencia el dicho: la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Ante la justicia, nos descubrimos como libres, porque una persona que dice que hace lo que hace porque es justo, en realidad, está diciendo que su decisión no depende más que de la justicia y, por lo tanto, que es independiente de todas las cosas que se mueven e interactúan en este mundo: eso es lo que llamamos libertad. Y ante la belleza, descubrimos una dimensión a la que se llama fraternidad. Pues quien dice "esto es bello", no dice tan sólo “esto me gusta”, sino que dice algo más: que siente que los demás están experimentando lo mismo que él, que tiene la percepción de que está sintiendo con el corazón del otro, que nota cómo la humanidad está unida por una misma sangre y por un sólo corazón. Verdad, justicia y belleza, tienen, por lo tanto, un correlato muy conocido por nosotros: igualdad, libertad, fraternidad. Nuestro mundo político es incomprensible sin estos referentes. Estos referentes son la brújula del ordenamiento político que todos --desde la izquierda y desde la derecha-- decimos defender.

No es lo que, al parecer, piensa Zamora Bonilla, que tiene muy claro que “la inmensa mayoría de los grandes filósofos habrían levantado la ceja con asombro al escuchar que la formación humanística (y por tanto, la Filosofía) es un pilar de la democracia, pues casi ninguno de ellos consideró que la democracia (en nuestro sentido de completa igualdad de derechos, sufragio universal, concurrencia de partidos políticos, etcétera) fuese algo distinto de una pésima idea”. Decir esto es una ignominia que hace el juego a una estupidez popperiana muy difundida, según la cual, ya desde el principio, Sócrates y Platón son enemigos de la democracia y, por lo tanto, según parece, simpatizantes de tendencias totalitarias. Está muy lejos de ser así. Sócrates (como luego, en general, todo el pensamiento de la Ilustración) eran enemigos de la (pura) democracia exactamente en el mismo sentido exacto que cualquier persona bien pensante actual. Cuando Platón dice que el mayor delito que se puede cometer contra la ciudad es el de “entregar las leyes al poder de los hombres”, está, sin duda, hablando no sólo contra el despotismo tiránico, sino contra el despotismo democrático. En esto coincide punto por punto con Kant. Las leyes tienen que estar por encima de los hombres incluso si se trata de todos los hombres, es decir, de eso que solemos llamar el pueblo. Pero esto no es porque debamos entregar las leyes a, por ejemplo, una casta de sacerdotes, que, al fin y al cabo, no son también, más que hombres. Que “nadie tiene derecho a ocupar el lugar  de las leyes”, ni siquiera “el pueblo”, no significa otra cosa que la democracia tiene que estar en “estado de ley”, en “estado de derecho”, como solemos decir nosotros. Es decir, que ningún poder ejecutivo puede ocupar el parlamento y esclavizarlo a su favor. Que si no hay “separación de poderes” la democracia es un despotismo exactamente lo mismo que cualquier tiranía.

Me he explicado despacio a este respecto  en mi libro ¿Para qué servimos los filósofos?, pero es algo que queda sentado perfectamente desde el primer texto un poco extenso con el que contamos en la historia de la filosofía: la Apología de Sócrates. Ahí Sócrates recuerda al tribunal un episodio crucial que marcará toda la herencia de la Filosofía. Cuando los generales victoriosos regresaron a Atenas sin haber recogido los cadáveres, fueron juzgados en bloque contra lo que dictaban las leyes. Sólo Sócrates se empeñó en que había que juzgarles, según la ley, uno por uno. “Estamos todos de acuerdo en juzgarles en bloque”, se le respondió airadamente, “¡nadie tiene derecho a decir al demos lo que tiene que hacer!” Sócrates no opinaba lo mismo: “muy bien, cambiad entonces las leyes, pero no procedáis contra ellas”. El pueblo puede cambiar las leyes, sin duda, pero no creerse por encima de ellas. Por supuesto, esta aseveración tenía sus implicaciones: “Si  ahora cambiáis las leyes para juzgar en bloque, la próxima vez, cuando a lo mejor haya que juzgaros a vosotros, se os juzgará también en bloque” (eso sin contar con que no se podría legalmente juzgar en bloque con carácter retroactivo a los generales en cuestión). Es decir, el pueblo por sí mismo no tiene ni mucho menos la última palabra. La última palabra la tienen las leyes. Y aunque el pueblo pueda cambiar la ley, tendrá luego que ser coherente con ello.

La idea es que la democracia, sin imperio  de la ley, es un puro despotismo, es tanto como instituir el linchamiento como procedimiento legal inapelable. El pueblo sólo es soberano a condición de obligarse a sí mismo con un imperativo de coherencia. Entregar las leyes a un pueblo caprichoso que las administra sin coherencia alguna, es tanto como permitir al pueblo dar un continuo golpe de Estado contra el poder legislativo. Denunciar esto no es estar en contra de la democracia, es estar a favor de que la democracia esté en estado de derecho. Es la esencia misma del pensamiento republicano. Que yo recuerde, en la historia de la filosofía, sólo al idiota del Foucault de los años setenta --y no siempre fue tan idiota-- se le ocurrió defender el linchamiento democrático contra la separación de poderes. Zamora Bonilla puede muy bien arremeter contra él si quiere, pero no diciendo de paso barbaridades sobre Sócrates, Platón y todo el pensamiento de la Ilustración que, hasta Kant, fue la piedra angular sobre la que  se levantó después todo la reflexión del constitucionalismo moderno.  De hecho, la frase anteriormente citada de Platón, “quien esclavice las leyes sometiéndolas al poder de los hombres, debe ser considerado el peor enemigo de la ciudad”, se convirtió sin más en el artículo 27 de la constitución jacobina: “Quien usurpe el lugar de la soberanía, sea de inmediato ajusticiado por los hombres libres”.

Mañana continuaremos comentando esta especie de tragedia por la que, en la defensa de la Filosofía, a veces son peores los amigos que los enemigos.

(*) Carlos Fernández Liria es profesor de Filosofía en la UCM
7 Comments
  1. Beni says

    Cretino, tú y tantos otros pseudo-filósofos que estáis en la «Universidad» Complutense no sois filósofos sino sofistas. Si el Cardenal Cisneros levantara la cabeza, os despedía a todos. El verdadero filósofo (como el verdadero hombre o mujer) razona y no dogmatiza, enseña y no ideologiza, prepara y no obstaculiza; en una palabra, sirve y no le sirven. Vosotros, a diferencia de los filósofos de verdad, hijos de Sócrates, venís de los sofistas, cobráis por educar, vivís del Estado (o de los ricos) y enseñáis a manipular las palabras y ocultar la verdad, servís a la mentira y oscurecéis las verdaderas intenciones de vuestros amos; no sois dignos de que os llamen filósofos, y ni siquiera de que os califiquen como «trabajadores», porque vuestros trabajo sirve para destruir la calidad del verdadero trabajo y escamotear su justa retribución al trabajador. Sois, en todos los sentidos, delincuentes de «cuello blanco», que nada tienen que envidiar a estafadores que operan en la banca y otros negocios.

  2. Chorrohumo says

    Es lo que pasa en esta sociedad, que el currante puede coincidir con el terrateniente tomandose un copa. Lo digo por lo de tratar de idiota a Foucault sin venir al cuento.

  3. Miguel Ángel says

    En el siguiente libro ATENEA NEGRA ( Martín Bernal) en los capítulos 6,7 y 8 podemos ver el ataque de los «humanistas» románticos ( Humboldt rechaza los valores de la Ilustración y de la Revolución francesa y realiza una reforma educativa contra el pensamiento Ilustrado) a la Filosofía de la Ilustración. Podemos ver el origen de esclavizar la Filosofia a la Filología. Un saludo. https://es.scribd.com/doc/116215220/Martin-Bernal-Atenea-negra ( El libroe s una denuncia a las «Humanidades» racistas desarrolladas en Alemania.)

  4. Bacante66 says

    Este último comentario deja un olor a humo de hoguera en la plaza pública que tira para atrás. ¿Y la enseñanza de la religión en un sistema confesional no ideologiza? La lógica y las analogías parecen quedar muy lejos de un discurso, como este, plagado de falacias ad- hominem. Claro que esto ocurre cuando el análisis no se sustenta en el argumento racional de ideas que pueden ser perfectamente encontradas. Cuando un discurso destila odio como este hay que darle justo su valor; ninguno. Una sugerencia:¡ hay que quemar con más elegancia!

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