Las condiciones de la libertad

  • ¿Puede ser la libertad, algo que por definición pertenece a todos, objeto de apropiación privada?
  • Cuando quienes se ven privados de su libertad porque su tiempo queda subordinado y deciden demandar más libertad, son coaccionados y reprimidos

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Una sociedad donde no te importa nadie es una sociedad donde a nadie le importas. Esta sociedad define una forma de libertad sostenida por una idea tácita, muy simple: quiero poder hacer lo que quiera sin que nadie tenga que venir a decirme qué tengo o qué no tengo que hacer. Una libertad basada en la no interferencia, es decir, que nada interfiera entre mi deseo y mi acción.

Esa no interferencia necesita de un facilitador, de una mediación que no es otra que el dinero, dado que puedo hacer lo que quiera si dispongo del dinero que me permite hacerlo, así pues, toda aspiración a la libertad es siempre una aspiración a contar con el dinero suficiente. Sin embargo, esa libertad levantada sobre el individualismo posesivo donde no me importa nadie y a nadie le importo, también necesita construir algún tipo de interdependencia social, alguna forma de “ficción comunista” que diría Hannah Arendt. Esa modalidad de interdependencia se construye sobre la base del acceso al dinero que permite poder pagar el servicio que sustituye al derecho colectivo: libertad de elegir el médico, libertad de elegir la escuela, libertad de elegir la pensión, libertad para disponer de mi salario en bruto y no en neto, libertad para no pagar impuestos, libertad para despedir, libertad para que otros críen a los hijos…. Por supuesto, ese “lo que quiera”, al igual que el manido “yo tengo mis propias ideas” usado para glorificar el apoliticismo, es el resultado de un proceso de refinamiento ideológico según el cual la libertad es concebida como pre política, ajena a las relaciones de poder y a las causes que determinan nuestros efectos.

Ahora bien, ¿puede ser la libertad, algo que por definición pertenece a todos, objeto de apropiación privada? Frente a esa “libertad de hacer lo que quiera” –siempre que dispongas del dinero que lo permite- cualquier otra forma de libertad se presenta automáticamente como una restricción de la libertad. Porque puedes comprar el tiempo de otros con dinero para que hagan “lo que tú quieras”, otros no pueden hacerlo, de lo contrario, si todos pudieran hacer lo que quieren en todo momento significaría que todo el mundo dispone de una cantidad de dinero que se lo permite, pero si eso llegase a darse tampoco podría funcionar, pues es condición necesaria que la libertad de unos suponga la no libertad de otros. Cuando quienes se ven privados de su libertad porque su tiempo queda subordinado y deciden demandar más libertad, son coaccionados y reprimidos por atentar contra la libertad de quien tiene dinero para hacer lo que quiera. Esta no es una crítica naif al dinero porque nos aparta de lo verdaderamente importante en la vida y porque no hace falta dinero para ser feliz. Esa es una crítica sin fundamento en una sociedad mediada por el dinero, es decir, la nuestra, donde en ausencia de dinero no accedes a los medios de vida.

César Rendueles analizaba en una charla las formas de vida neoliberales y destacaba la necesidad de construir vínculos, deberes y obligaciones para con el otro. Esa idea del vínculo incorpora una dimensión herética en nuestra antropología del self, dado que representa el peor lastre y el anatema de nuestra época: una pérdida de tiempo, un lastre improductivo, algo que me frena y me impide seguir y decidir lo que yo quiera. Esta libertad no se sustenta solo sobre la cantidad de gente que la disfruta, sino de cuánta gente aspira a ella como objetivo a lograr, aunque sea de forma efímera. Sabemos que una libertad privatizada es una libertad que necesita privar a otros de su libertad, pero que eso sea así no hace ni por asomo menos objetiva esa relación desigual, incluso para quien la sufre. En las gamas de colores de la desigualdad nadie quiere verse a sí mismo como el peor, no porque disfrute de su posición pero sí porque teme caer por debajo de donde se encuentra.

¿Sobre qué base se puede levantar un vínculo que sostenga otra libertad? Sin duda sobre la premisa de asociar tener tiempo a libertad, pero que a diferencia de la praxis contemplativa de los griegos, no desprecia las tareas que como animales sociales nos vemos obligados a realizar, sino que las reparte y las inviste de un sentido distinto. Cuanto más tiempo tenga una sociedad más fácil resulta dinamitar los muros de la división sexual del trabajo, porque al reducir la dependencia al trabajo para poder vivir, más fácil es reordenar las cadenas afectivas y la interdependencia entre cuidados, trabajo y reconocimiento social. La clave está en cómo reorganizar las dependencias y sobre qué base puede hacerse.

Sobre la base del tiempo urgente, las dependencias se externalizan –quien puede-, y sobre la base del tiempo garantizado se comparten. Toda la estructura de la libertad comprada por el dinero de unos se levanta sobre la falta de tiempo de otros, pero desde el momento en que el tiempo queda garantizado esa lógica pierde influencia: la aspiración a dominar puede modificarse por la aspiración a no ser dominado, para lo cual es condición de partida aspirar a que nadie sea dominado. Para que ganen unos pocos la mayoría tiene que perder sus derechos y para que gane la mayoría unos pocos tienen que perder sus privilegios. La pregunta no es «¿eso cómo se paga?», sino «¿así cómo se vive?» El orden de los factores altera el imaginario.

Tenemos la doble tarea de por un lado, impugnar una libertad que recae sobre las espaldas de la falta de libertad de otros, -la falta de tiempo de otras personas-, sin por ello reivindicar una libertad que administra el tiempo y su distribución desde un centro unificado de mando. Estos últimos consideran que si la gente tiene tiempo no sabrá qué hacer con él sin nadie que les guíe, mientras que los primeros afirman que tú sabes qué hacer con tu tiempo, el problema es que su acceso está restringido. Hasta que no demos con un concepto de libertad autónomo, esto es, uno donde la sociedad produce su propio sentido del tiempo sin tutelas ni discriminaciones, la libertad seguirá secuestrada. Dicho con un ejemplo gráfico: entre las paredes llenas de publicidad y las paredes llenas de propaganda encontramos las paredes con grafitis. Las dos primeras vienen dadas, programadas; ya sea por el partido o por las empresas de publicidad y solo la tercera expresa la libertad. Esas preguntas que abrió el largo ciclo del 68`siguen ahí a la espera de ser respondidas.

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