Catastrofismo demográfico

  • Los presupuestos del PP para 2018 prevén, en contraste con los informes de expertos en demografía, una política pro natalista con nuevas deducciones fiscales
  • Mejor sería que la política se dedicase a garantizar el presente laboral de las parejas, de los alquileres, la educación y del reparto de permisos parentales y tareas

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Gaspar Llamazares, promotor de Actúa

Los presupuestos póstumos del PP para 2018 prevén, al margen del debate abierto a distintos niveles sobre la situación y perspectivas demográficas y/o la despoblación, y en contraste también con los informes de expertos en demografía, una política pro natalista con nuevas deducciones fiscales por adopción y nacimiento. Al tiempo, alertan sobre la insostenibilidad de las pensiones públicas, defendiendo los consiguientes recortes del factor de sostenibilidad y de la no revalorización legal de las mismas, aunque con concesiones a las movilizaciones de pensionistas en el marco de la negociación con el PNV.

Volvemos así al prejuicio y a la llamada crisis demográfica trasmutada ahora en el catastrofismo del invierno demográfico (promovido por sectores que van más allá de las derechas), y con las recetas más conservadoras frente al llamado desplome de la natalidad, entre ellas a la obsesiva desfiscalización como fruto de otro prejuicio: el de un infierno fiscal inexistente frente a paraísos fiscales muy reales. Términos todos ellos extraños al lenguaje demográfico y fiscal, y más propios de sectores ultras, sean estos nostálgicos, nacionalistas y/o religiosos. También de nostálgicos de la vida natural por parte de quienes confunden envejecimiento y despoblamiento rural, que es un tema muy diferente. Pero incluso de ambientes tecnocráticos progresistas que han asumido el discurso del envejecimiento, la tasa de dependencia y la insostenibilidad del modelo social, sin tener en cuenta el cambio demográfico y la aportación de la longevidad.

Todo ello se apunta en las medidas previstas en los presupuestos póstumos del Estado para 2018, que proponen más cheques familiares. Uno de ellos es el de natalidad, consistente en que la deducción de 1.200 euros anuales se incremente en 600 euros por cada hijo en las familias que tengan la condición de numerosas.

Como precedentes cercanos de esta política están las medidas pro natalistas de la comunidad gallega. En el ámbito internacional, las de los planes del Gobierno nacionalista de Orbán en Hungría. Más lejanas, las desarrolladas en los primeros años del franquismo o las más socorridas de la Francia y los países nórdicos de posguerra, sin tener en cuenta su controvertida y nula o declinante eficacia, su largo proceso de maduración y sus negativos efectos colaterales sobre la desigualdad social.

Es el mismo catastrofismo, por otra parte nada riguroso desde el punto de vista demográfico, que ha justificado el discurso y las medidas de sostenibilidad, o mejor dicho de recortes, de las pensiones de la generación del baby boom, dicen que para equilibrar el sistema entre cotizantes y futuros pensionistas. Comosi hubiera que responsabilizar a una cohorte de ser más o menos numerosa en una suerte de neo maltusianismo, el mismo que pretende que la revolución o el profundo cambio demográfico que vivimos signifique un desequilibrio dramático que sería preciso revertir incrementando de nuevo el número de hijos por mujer hasta que la fecundidad garantice, al menos, el índice de reemplazo. Y unido a otras medidas menos confesables, pero reales. Por ejemplo, en la citada Hungría de Orbán se han tomado medidas relacionadas con la restricción del divorcio, el aborto y el apoyo unilateral a la familia tradicional y numerosa. Menos mal que no les ha dado, como al ministro japonés, por recomendar que los ancianos tengan la deferencia de morirse antes, a una edad razonable. De nuevo se confunden interesadamente el envejecimiento y la longevidad.

Ante la revolución demográfica que ha supuesto el sustituir la cantidad de hijos por la calidad de la mayor esperanza de vida, y con ello una mayor eficiencia reproductiva, la liberación de la mujer de una hasta ahora ineludible tarea reproductiva, parece que las principales políticas que se les ocurren –y no solo a la derecha, también a ciertos sectores del PSOE- son las de estimular a largo plazo la vuelta al pasado. Algo que no va a ocurrir, pero que nos distraería de lo fundamental y justificaría nuevos recortes. Porque con el cambio demográfico, ya son un 25% de mujeres las que hoy no tendrán ningún hijo, y serán ya una gran mayoría las que retrasarán tenerlos aunque, a diferencia del pasado, estos hijos no se quedarán en el camino y llegarán a adultos. Una bendición y un éxito que muy pocos de estos agoreros destacan.

Las causas están en el cambio social y de valores, con el consiguiente cambio del modelo reproductivo, del reparto de tareas y de las relaciones sexuales y de pareja. Mejor sería, por tanto, que la política se dedicase a garantizar el presente laboral de las parejas, de los alquileres, la educación, los servicios públicos y del reparto de permisos parentales y tareas, para que aquellas parejas que quieren y no pueden tener hijos los tengan, antes que a intentar doblarle el pulso a la revolución demográfica en marcha, que no tiene vuelta atrás.

Pero es que, además, la nueva composición demográfica no justifica el alarmismo sobre sus consecuencias, mucho menos los recortes actuales y futuros de las pensiones; tampoco la devaluación fiscal supuestamente pro natalista, pero que solo beneficia a las familias que paradójicamente ya han tenido prole. Porque todavía existe un amplio colectivo de población susceptible de incorporarse a la actividad productiva en un país cuya tasa de actividad, y en particular su tasa de actividad femenina, es muy inferior a la de los países medios de la UE.

Un país que, por otra parte, mantiene sin ocupar a uno de los mayores contingentes de trabajadores de toda la UE, sin contar con los futuros efectos de la robotización sobre el empleo. Todo ello sin tener en cuenta el previsible efecto del incremento de la productividad a lo largo de las próximas décadas, que evolucionará al menos a una velocidad similar, sino mucho mayor, a la de las décadas recientes. Porque incluso por el lado de la población dependiente, y en contra del tópico manido de la tasa de dependencia, es previsible su estabilidad o evolución ligeramente a la baja. Porque los setenta y cinco años de hoy son los sesenta años de hace tan solo unas décadas.

La razón entonces para el catastrofismo no es demográfica, es política. Se trata de manipular burdos tópicos supuestamente demográficos para sostener la inevitabilidad de los recortes sociales y la involución en la igualdad de género, la liberación de la mujer y los nuevos modelos sociales y reproductivos. Se trata, además, de favorecer la desfiscalización de rentas y patrimonio con la excusa de promover la natalidad, aumentando con ello la desigualdad social y de género, sin cambiar con ello la revolución demográfica que está en marcha.

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