1-O: La irresponsabilidad de la nostalgia

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Es difícil escribir sobre el 1-O y no caer en cierta altisonancia malsonante que ha cubierto la mayor parte de las líneas escritas en su efeméride. Una competición de épica kitch que chirría no porque no le falte componente histórico al 1-O, sino porque es profundamente irresponsable reducir a la nostalgia lo que fue una de las mayores epopeyas de todo el Estado sobre el ingenio popular ante el monopolio de la fuerza.

Al hablar del poder performativo, el sociólogo Jeffrey Alexander señala que en todo acontecimiento capaz de transformar las identidades vigentes existen seis elementos: los actores, los actos del habla, los medios de producción simbólica, la puesta en escena, el poder social que permita ser veraz y la audiencia. Eso significa que en nuestros días, para que un evento sea capaz de interpelar al conjunto de la comunidad política éste debe ser un acontecimiento mediático y, por lo tanto, como solía decir Íñigo Errejón sobre el 15M, no es tan importante las personas que estén allí, sino el 80% de la gente que está de acuerdo con las demandas enunciadas.

Quizás hay que empezar a pensar lo que fue la hipótesis Podemos como una excepción y no como una norma, pero lo cierto es que ni con el 8M ni con el 1-O se ha visto la capacidad de conectar y proyectar ideas de totalidad desde los nuevos sentidos comunes que se han generado después de acontecimientos históricos de ese tipo. Por cierto, y no me parece casualidad, ese 80% coincide con el mismo porcentaje de gente que dijo apoyar las demandas de la huelga feminista.

Puede parecer forzado comparar el 1-O con el 8M, pero no sólo me parecen los dos acontecimientos populares que más han transformado las identidades políticas en todo el Estado desde el 8M, significan hoy los dos principales envites y cuestionamientos a un régimen en absoluta descomposición. Tanto es así que ambos han conseguido dejar al desnudo un poder judicial que se intenta defender a golpes. La mano de hierro que sin su guante de seda ha entrado de lleno en el espiral de la crisis de representación ocupando día a día casi la totalidad de la agenda política y mediática.

El independentismo se equivocó analizando el 1-O como una fecha más que les permitía seguir con una hoja de ruta que desde Torra hasta Ponsatí han aceptado que tenía el objetivo de forzar unas negociaciones con el Estado. Pero si alguien más se equivocó fuimos gran parte del espacio de los comunes, y allí me incluyo, no previendo la fuerza ciudadana y las consecuencias políticas que tendría ese día.

De hecho, recuerdo mucho cómo ese día, después de irme a las puertas del colegio más cercano a les tres de la madrugada, estuve escribiendo a antiguos compañeros de la CUP para darles las gracias por haber estado al pie de cañón posibilitando y dando herramientas para que las urnas llegaran a los colegios. Personalmente, yo estuve tiempo analizando el 1-O desde la perspectiva en la que había operado hasta entonces el procés: hitos marcados por una parte muy concreta del independentismo que les permitían seguir liderando la iniciativa política de todo el país a unos pocos engullendo de alguna manera todo lo que se posicionaba alrededor.

Visto con perspectiva, el 1-O fue seguramente el principio del fin de esa capacidad de conjugar la agenda política del populismo convergente y la ciudadanía movilizada. Los gritos de los CDRs ayer pidiendo la dimisión de Torra y la distancia que marcó Puigdemont de los mismos son buen ejemplo de ello. Sin eso, queda lo que queda hoy: un país a la defensiva instalado en un discurso antirrepresivo para el que, parece, hoy no hay más alternativa que convocar elecciones ante una sentencia condenatoria.

En este sentido, sería un error reescribir el relato del 1-O para su utilidad hoy centrándonos precisamente el aspecto antirrepresivo síntoma siempre de debilidad. También lo sería, seguramente, intentar levantar banderas nostálgicas de lo que no se analizó con suficiente audacia en su día o como forma de distanciarse a toro pasado de lo que sorprendió en su momento a toda Europa. Aún no se ha tocado la tecla que vehicule la potencialidad de octubre, pero una cosa está clara: ésta sólo vendrá de la honestidad política y la capacidad de interpretar los nuevos sentidos comunes mayoritarios de nuestra ciudadanía.

2 Comments
  1. ninja45 says

    El nacionalismo catalán no es bueno. En cambio el nacionalismo español es BUENÍSIMO. Tener un Gobierno corrupto era Constitucional?. Abogados de Barcelona dicen que se ha construido una acusación a medida para encarcelar a nuestros «consellers» y a los «Jordis». Hernando: «Aquí no hay inmunidad ni impunidad cuando se quebranta la ley». Y los corruptos de su Partido, siguen teniendo patente de corso?. Turull: «La rendición no forma parte de los escenarios del Govern». Los informes inventados de la Guardia Civil son demoledores para los Mossos d’Escuadra. En cambio a los «aporreadores de viejecitas» se les
    considera como héroes. Que no engañen a nadie, en España se hace una Ley a medida según para quien haya que aplicarla. Y sino pregunten por un tal Urdangarín. Por mucho que los fascistas y corruptos se empeñen en cortarnos el paso, seguiremos manifestandonos civica y pacificamente hasta que cese la inmensa REPRESIÓN de esta dictadura bananera llamada España. Verguenza democrática es que tengamos una mafia corrupta
    organizada, con sus cómplices anclados en todos los estamentos del Estado de Desecho, una Fiscalía a las órdenes de los fascistas, una Injusticia Española y un Tribunal Inconstitucional prevaricadores. Si me pegan, me divorcio. Som República !!*!!

  2. Julio Loras Zaera says

    No le veo el objetivo a este artículo. Ni es un análisis ni hace propuestas.

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