La trampa de la soberanía

  • Nueva aportación al debate sobre Europa, soberanía y su contraposición
  • "El Estado nunca ha sido algo autónomo a las élites que lo han constituido"

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Desde hace varias semanas, tras el primer artículo de Monereo, Anguita e Illueca, reflexionando acerca de la aprobación del denominado Decreto Dignidad en Italia, se han venido dando toda una serie de contestaciones a este, en una línea o en otra, pero que por suerte han ido abriendo el debate acerca de qué proyectos políticos queremos para los países del mediterráneo, y también, ha puesto el foco en qué modelo de Europa entendemos que es el más adecuado, dentro de esta coyuntura, para responder en un sentido progresista y democrático a la oleada reaccionaria que atraviesa el viejo continente.

El espacio de intervención en donde nos jugamos el futuro de las próximas décadas, por cuestiones de reconfiguraciones experimentadas con respecto al modelo de producción y a los flujos económicos, así como por razones de integración política, entre otras, es Europa. Si algo bueno han tenido estos debates, es que nos han resituado la mirada en el campo de intervención más importante en el largo plazo; algo que en cierta medida, parecía que habíamos olvidado.

No obstante, el trasfondo de la mayoría de aportaciones al debate ha sido, de manera mayoritaria, el mismo: la amplitud del demos, dentro de este proyecto que queremos construir. No es una cuestión menor, sin duda. Quién se queda dentro y quién se queda fuera del sujeto político a constituir, es inherente a todo ejercicio de intervención política. Se trata de algo existencial; la construcción de uno mismo a través del otro, es lo que termina dando un sentido de pertenencia, un lazo afectivo, una mirada sobre quiénes somos para saber qué posición ocupamos en el mundo, así como, qué posición deberíamos ocupar dentro de este. Se trata de algo que tiene tanto una dimensión axiológica como ontológica. No podemos escapar a ella y es necesario que dentro de todo debate político lo pongamos encima de la mesa.

Aún a pesar de su importancia, creo que hay dos errores en cuanto a plantear este debate, sobre todo centrados únicamente, o de manera principal, en estos términos. El primero sería que en España, a diferencia de otros países, como Alemania, donde por desgracia si se está produciendo este debate o se están teniendo ciertas discrepancias dentro de la izquierda, hay casi unanimidad de opinión entorno a quiénes deben formar parte de ese demos a construir. Por suerte, no hemos entendido este ejercicio sólo en el plano de la simple decisión, al margen de cuestiones morales, de manera puramente schmittiana, sino que hemos tenido muy presente también la deliberación y el no dejar atrás valores morales de cara a no excluir a nadie de abajo dentro de este este sujeto popular. Afortunadamente no nos hemos visto en esa situación.

El otro problema de este debate es una carencia. La carencia de pensar cómo conectar la conformación de este sujeto político con la cuestión de la soberanía tal y como se nos presenta a día de hoy. La principal aportación a este debate, en dónde sí que se liga la importancia de articular ambos elementos, es la realizada por Luis Alegre y Martínez Abarca en La Mirada Común. Aunque en algunos aspectos de su artículo podamos estar más o menos de acuerdo, hay que agradecerles que saquen a debate la importancia de no pensar cómo construir un nuevo sujeto con un horizonte emancipador, al margen de la soberanía.

Pensar que poner en aprietos a la Unión Europea, a través de determinadas políticas o de la aprobación de unos Presupuestos Generales que escapen del objetivo de déficit, va a suponer un avance a la hora de recuperar una ficticia soberanía nacional, y que esto a su vez conlleva avanzar en un futuro hacia proyectos emancipadores, es demasiado irreal y fantasioso. Esta tesis, implica entender la soberanía como algo reversible, como si fuera posible recuperar una idiosincrasia política anterior; cuando ante todo, si la soberanía es algo ,además de una ficción que implica asumir muchos supuestos, es un proceso. Desde 1648, naciendo como el simple reconocimiento entre Estados a ejercer un determinado poder y dominio dentro de un territorio concreto, la soberanía ha ido mutando de tal manera, que en ningún momento ha vuelto a ser igual con respecto a cualquier situación anterior. Lo que consideramos soberanía, nunca vuelve hacia atrás y está en un continuo cambio, cuya dirección desconocemos.

Por otra parte, en el muy hipotético caso de recuperar dicha soberanía nacional, se está dando por hecho que a partir de ahí se experimentaría un proceso limpio a la hora de llevar a cabo proyectos radicalmente democráticos, sin que haya contrapesos y prácticas dentro de las propias estructuras del Estados, que impidieran que estos puedan ser realizados. Si algo conocemos bien, es que por múltiples razones, en términos absolutos o relativos, el Estado nunca ha sido algo autónomo a las élites que lo han instituido. Una supuesta recuperación de la soberanía nacional no tendría por qué facilitar la implementación de proyectos transformadores de manera lineal.

Además, habría que tener en cuenta que la soberanía no sólo se encuentra en unidades territoriales separadas y aisladas. Esto va ligado precisamente a cómo la soberanía, al ser un proceso en continuo cambio, se reconfigura también de manera simultánea al modo de producción capitalista. Si algo han supuesto las transformaciones derivadas del proceso de globalización, han sido cambios espaciales (en la movilidad, flujos migratorios, deslocalización de producción…) de cara a mantener constante la acumulación de capital, sobre todo en el norte global. Esto es inherente a una descentralización de las soberanías nacionales de manera difusa. El poder político y económico, ya apenas está en oligarquías nacionales, su papel es secundario o terciario. La acumulación capitalista ya no puede entenderse a través de esquemas nacionales, si no transnacionales.

Está claro que tenemos que mantener presente en todo momento la cuestión del demos: quién lo va a conformar y como se va a articular su heterogeneidad. Sin embargo, tenemos que tener en cuenta también cómo va a ejercer su soberanía, sin caer en caducas concepciones románticas e irreales de esta, que nunca se van dar.

Más allá de si es posible llevar a cabo de un proyecto político transformador, canalizado a través de un demos cívico y europeo (lo cual supone otro debate), lo que sí está claro es que no tenemos que olvidar cómo al mismo tiempo que construimos uno o varios sujetos políticos, garantizamos que puedan acceder a mecanismos democráticos capaces de evitar que en el espacio global, la posibilidad de decidir en el futuro de todas y todos, recaigan sobre unos pocos.

1 Comment
  1. ninja45 says

    El magistrado emérito del Tribunal Supremo, José Antonio Martín Pallín, dijo recientemente que “en este momento, los que gobiernan son los jueces”. Martín Pallín fue muy explícito al hablar de los jueces y puso nombres y apellidos a su crítica. No se refería a la judicatura en general sino a los estamentos que la gobiernan, en una organización disciplinadamente jerarquizada, en la que “el que se mueve no sale en la foto”. En un país que cumpla los mínimos estándares democráticos, los jueces no salen en los medios, ni hacen declaraciones, ni intervienen en foros que no sean estrictamente profesionales. Es la mejor prueba para comprobar si lo del “Estado de Derecho” es verdad o una simple cantinela aprendida de corrido mientras preparaban oposiciones. Sedición, rebelión…..?. De que están hablando estos fascistas e impresentables al servicio de esta oligarquía corrupta?. Lo que queda claro es que se quiere escarmentar a los independentistas catalanes. Esta zigzagueante trayectoria, llena de irregularidades, hace ya mucho tiempo que viene siendo censurada por GRECO (Grupo de Estados contra la corrupción y el crimen organizado) – organismo dependiente del Consejo de Europa, del que España forma parte desde 1999. Esa censura se concreta, una y otra vez, en “la absoluta parcialidad de los estamentos de la Justicia española como consecuencia de su designación por un órgano politizado como lo es el CGPJ”. Son sólo unos pocos jueces, a modo de ejemplo, de una lista que podríamos identificar como “intocables” o, tomando como metáfora el lenguaje cinéfilo de Ian Fleming, personajes “con licencia para matar”, o, si se quiere, para interpretar la ley a su conveniencia. Y es que no es lo mismo tener la autoridad moral que tener la autoridad que te concede el poder. Trump dice que limpiará el «hedor» del Departamento de Justicia. Lo mismo debería hacerse aquí. Algunos togados prevaricadores españoles tienen de todo, menos «independencia y profesionalidad». A la m. con la Injusticia Española. Si me pegan, me divorcio. Som República !!*!!

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