La igualdad de partida

  • No puede haber igualdad de oportunidades sin que antes se garantice la igualdad en las condiciones de partida.
  • Siguiendo al filósofo Jacques Rancière, la escuela produce desigualdad haciendo creer en la igualdad, esto es, haciéndole creer a los hijos de los pobres que todos son iguales en la escuela.

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“El infierno de los pobres está hecho del paraíso de los ricos”

Víctor Hugo

La derecha tiene una estrategia para la escuela que lleva desplegando desde hace años: orientar el dinero público hacia el sector privado en beneficio de la libertad de elección de las familias. Es decir, que frente a lo que llaman colectivismo, -la escuela pública-, apuestan por la libertad de cada padre y madre para decidir a qué colegio acude su hijo sin que ninguna institución se entrometa ni decida por ellos. Sobre esa premisa se justifica repartir cheques a las familias para que se lo entreguen a la escuela donde envían a sus hijos a estudiar, sea privada, pública o concertada, en lugar de destinar financiación a la escuela pública. De este modo todas las familias tienen sus derechos garantizados porque eligen libremente y tanto el que desea acudir a la privada como el de la pública, pueden convivir sin que una opción vaya en detrimento de la otra. Las escuelas competirán por atraer la mayor cantidad de cheques para financiarse y se esforzarán en ofrecer un servicio de calidad y excelencia a sus clientes porque su supervivencia depende de ello. La nueva jerarquía escolar se nivela en base a la capacidad de atracción y resultados que obtenga una escuela.

Pero hay un aspecto que distorsiona por completo todo este relato centrado en la libertad, igualdad y propiedad: la desigualdad que anula eso que suele llamarse igualdad de oportunidades. El relato de la liberalización de la escuela solo funciona si antes naturalizamos las relaciones de desigualdad estructural, para pensar que todos somos iguales y los resultados solo dependen de nuestras decisiones. De la misma manera que solo se puede concebir al empresario y el trabajador como propietarios que llegan a un acuerdo entre iguales por libre voluntad, si antes sacamos de la ecuación la dependencia que tiene el trabajador para obtener un salario y comer, la liberalización de la escuela solo funciona si antes olvidamos que existen situaciones socioeconómicas que impiden la igualdad en las condiciones de partida. No es solo una cuestión de mitigar la injusticia es también una cuestión de garantizar la justicia, porque no puede haber igualdad de oportunidades sin que antes se garantice la igualdad en las condiciones de partida, es decir, sin bajar el techo de los más ricos para elevar el suelo de libertad de todas las familias.

¿Cuáles son esas condiciones de partida que garantizan la libertad? La repuesta la encontramos en el significado de la palabra griega Skholè de donde deriva la escuela. Skholè significa “tiempo libre”, esto es, designa la condición de la que gozan quienes son ciudadanos, que son iguales entre sí porque cuentan con la posibilidad de evadirse y dedicarse al estudio. Siguiendo al filósofo Jacques Rancière, la escuela produce desigualdad haciendo creer en la igualdad, esto es, haciéndole creer a los hijos de los pobres que todos son iguales en la escuela, incluyendo también su reverso, que si no tienen éxito se debe a su falta de aptitudes y capacidades individuales. Así se naturaliza la desigualdad sobre la base de la promesa igualitaria, fruto de haber aplicado la igualdad entre los desiguales, en lugar de garantizar a todos la condición del tiempo libre, empezando por el de sus padres.

Si el desarrollo escolar está condicionado por el barrio donde se vive, la renta de los padres, el acceso a la cultura, el descanso, los medios con los que se cuenta, el tipo de alimentación, el aire que se respira y tantos otro elementos, lo que nos encontramos no es libertad de elección sino un proceso de segregación y perpetuación de las desigualdades financiado con dinero público, que tal y como demuestra la OCDE, solo pueden mitigarse desarrollando garantías de bienestar. De lo contrario, se hace crónica una deriva oligárquica revestida de lenguaje liberal, en donde casualmente el mérito y el esfuerzo siempre acaban coincidiendo con el nivel de renta familiar. Se forma una relación perversa en donde los ricos son los que más se esfuerzan pero los que se esfuerzan no consiguen ser ricos. El mérito premia a los más ricos, a quienes menos méritos hacen y perjudica a los más pobres, quienes más mérito tienen.

Por supuesto que no vale solo con tiempo en bruto, pero es condición necesaria para hacer efectiva la igualdad democrática. La igualdad efectiva es la única forma de libertad democrática, si por libertad entendemos una condición  que nos pertenece a todas las personas por nacimiento y que no se puede privatizar sin privar a otras personas de libertad. Liberalizar quiere decir que se le da plena libertad de elección a un actor privado para autoregularse según criterios de rentabilidad y competitividad. Esto se traduce en inseguridad y exclusión de la libertad, cuando para ser libre hacen falta unos medios y unas condiciones de partida a las que no acceden todas las personas.  

La Comunidad de Madrid es un claro ejemplo de todo esto. Por un lado sus políticas socavaban las condiciones de partida generando desigualdad, y por el otro lado fomentan la segregación denigrando a la escuela pública y favoreciendo a la privada y la concertada. Se genera un efecto de fuga social hacia la privada y concertada que huye de la pública, articulando el deseo que tiene toda familia cuando busca darle la mejor educación para sus hijos, quedando atrás quienes no pueden salir de la escuela pública. Se genera la profecía autocumplida y construyen un tipo de apoyo social en consonancia con el bloque de poder dominante. Con el bilingüismo ocurre algo parecido cuando se discrimina en origen, en el acceso, el cual consiguen pasar quienes vienen con una mochila cultural y de apoyo en idiomas superior a quienes se quedan fuera: la igualdad en el método de incorporación omite la desigualdad en las condiciones de partida, haciendo pasar la segregación como el efecto de un déficit individual del alumno, que casualmente suele coincidir con la realidad socioeconómica de partida.  

Si queremos evitar las imágenes de los Simpsons en las que se sacrifican los contenidos académicos en favor de aumentar las ratios de aprobados para intentar atraer financiación, si queremos evitar que esta misma lógica financiera que asola a todos los aspectos de nuestra vida, sea en el mercado laboral, la movilidad, o la educación, necesitamos oponer una lógica que imagine la convivencia de un modo distinto. Ésta  no puede ya limitarse a reivindicar las condiciones en la escuela o en el trabajo, sino a cuestionar su propio modo de funcionar basado en la igualdad levantada sobre la desigualdad de partida. Solo eliminando esa desigualdad, solo modificando lo que entendemos por igualdad y aquello que nos hace ser iguales, podemos garantizar la libertad de elección democrática y confiar en que la mejor escuela es siempre la más cercana al domicilio. Esto se traduce en revertir la lógica financiera y hacer de la vivienda un derecho, reduciendo la dependencia al trabajo garantizando ingresos, facilitando el acceso a una buena alimentación, al reposo y la cultura, en otras palabras, haciendo de la Skholè, del tiempo garantizado, la condición general y el derecho de todas las personas por el simple hecho de existir. Libertad de elección para todas las familias.

 

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