Tambores de crisis

  • "No creo que podamos decir que estamos ante 'una nueva crisis' porque seguimos en la anterior"

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Carlos Sánchez Mato es responsable de Políticas Económicas de Izquierda Unida

Suenan tambores de crisis.

Batacazos de las bolsas internacionales, guerras comerciales, indicadores de confianza empresarial desplomándose, noticias continuas de un próximo Brexit sin acuerdo y organismos internacionales anunciando recesión. Según el último barómetro publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), uno de cada tres españoles preguntados por el tema, considera que la situación económica del país será peor de aquí a un año, porcentaje este similar al que había en 2008. Está claro que el cóctel, aderezado también con la inestabilidad política que ha impedido que el régimen cierre su crisis, está servido para que se abra el telón y tengamos ante nosotros una “nueva” crisis económica.

Pero ¿por qué pasa esto? y, lo más importante, ¿se puede evitar todavía?

De hecho, si somos rigurosos, no creo que podamos decir que estamos ante “una nueva crisis” porque seguimos en la anterior. La fase de crecimiento que hemos vivido en los últimos seis años tiene que ver más con circunstancias puntuales que con pilares sólidos que permitiesen afirmar que el capitalismo había encontrado una autopista vacía para transitar por ella a gran velocidad. Pero caracterizarlo así forma parte del ritual de quienes más poder detentan. Y para eso, las crisis deben venir con su relato debajo del brazo. Por eso la que estalló en 1973 fue atribuida a la acelerada subida del precio del petróleo por la decisión de la OPEP de no exportar más petróleo a los países que habían apoyado a Israel durante la guerra de Yom Kipur. Y la de 1992-1993, se explicó por los despilfarros y gastos realizados para que hubiera unos Juegos Olímpicos en Barcelona y una Exposición Universal en Sevilla. La bancarrota de Lehman Brothers, permitió señalar al villano de lo que el diario The New York Times consideró como “uno de los días más dramáticos en la historia de Wall Street” y que fue lo que caracterizó el arranque de la crisis de 2008.

Pero ni la subida del precio del petróleo, ni la Expo, ni los Juegos Olímpicos, ni Lehman Brothers fueron los culpables de lo ocurrido, como tampoco lo será el Brexit ni que haya un presidente de Estados Unidos (uno más) más o menos tarado. Todas estas situaciones no son causas de las crisis sino únicamente detonantes de las mismas. Lo que hay detrás de ese telón es la imposibilidad del capitalismo en cada etapa, de seguir creciendo de manera sana y equilibrada.

Los detonantes tienen su importancia y no es mi intención minimizarlos, pero situaciones como las guerras comerciales o el Brexit “duro” no son más que expresiones de una recesión que lleva tiempo entre nosotros. Que unos países impongan aranceles a otros para proteger sus productos no es otra cosa que la consecuencia de la necesidad de recuperar ganancias para las empresas nacionales e intentar conservar empleos que la dinámica de liberalización comercial tiende a llevarse a otros lugares.

Ahora bien, sabemos que competir en vez de cooperar y el “sálvese quien pueda” en el sistema capitalista, tiene siempre consecuencias letales para la clase trabajadora. La mayoría social es la que siempre pierde en las guerras, también en las comerciales. Y la historia nos ha enseñado que las segundas suelen ser antesala de las primeras.

Cuando las personas piensan que las cosas van a ir mal, actúan en consecuencia. Las ganancias salariales obtenidas en el último año, no han ido a mejorar el consumo sino a ahorrar por lo que pueda pasar. Y, en cualquier caso, la mayoría de la gente en este país tiene preocupaciones mayores que las de poder ahorrar porque se tiene que ocupar en llegar a fin de mes. La precarización de trabajadoras y trabajadores se ha acentuado y no ha sido algo casual. Las dos reformas laborales, la del PSOE que facilitó y abarató el despido por causas objetivas y la del PP que remató la faena reduciendo las indemnizaciones y dinamitando la negociación colectiva, han tenido como resultado que 2018 acabase con un 27% de trabajadores temporales, lo que supone una de las tasas más altas de toda Europa. Con esa inestabilidad y dificultad de hacer previsiones mínimamente serias para hacer proyectos de vidas dignas, ¿cómo se puede pensar que la gente pueda invertir en una vivienda o dedicar dinero a bienes de consumo con suficiente intensidad para que la economía del país “vaya bien”?

Y es que la desigualdad y la pobreza laboral han sido los ingredientes que han adornado los “espectaculares” números de la recuperación. La propia OCDE indica que el 15% de trabajadores vive bajo el umbral de la pobreza. Y eso es el fruto de lo que se ha venido en llamar “devaluación salarial” y que ha funcionado solo parcialmente. Las crisis no son otra cosa que los parones del sistema porque los poseedores del capital no tienen incentivos para invertir al disminuir su expectativa de ganancia. Históricamente se han resuelto con más explotación a trabajadores y trabajadoras. Un pedazo más de la tarta en el reparto permitía que se pudiera impulsar de nuevo la inversión y el ciclo de acumulación. Se empezaba a crear de nuevo empleo y… hasta la siguiente.

En esta recesión ha habido algunos factores más porque, además de las reformas laborales que han abaratado los salarios directos, se ha actuado de manera letal contra los indirectos. Algunos os preguntaréis qué es eso de los salarios indirectos. Es fácil. Son las políticas públicas que suponen una retribución indirecta para la gente y que han sufrido fuertes recortes durante estos años. No ha sido solo eso lo que se ha usado para crear las condiciones que permitan una nueva fase expansiva del sistema, porque también se han socavado los salarios diferidos. Hablamos de las pensiones que no son otra cosa que derechos adquiridos por la gente y que también han sido blanco de PSOE y PP para aclarar el panorama a los inversores. Y además, las políticas monetarias expansivas han abaratado el crédito a las empresas permitiendo su endeudamiento a tipos cercanos a cero y han aportado lo suyo a que se recuperen sus ganancias. De hecho, mientras el peso de sueldos y salarios ha crecido un 0,08% en la última década, los beneficios empresariales, lo han hecho un 11,3%.

Pero no ha sido suficiente

Y en gran medida esto ocurre por el tipo de soluciones adoptadas para abordar la crisis. La debilidad que supone asentar la recuperación de un shock devastador, en competir con salarios bajos y en darse codazos en los mercados internacionales para compensar exportando la fragilidad social interna, tiene las patas muy cortas. Y no ha bastado. En cuanto han surgido nubarrones en el escenario internacional, nos pillamos una pulmonía. Y esta nos coge en una situación de especial debilidad.

¿Qué se podría hacer?

A corto plazo muchas cosas y eso teniendo en cuenta que el capitalismo no es reformable y que su miopía a la hora de abordar la crisis ecológica y la explotación de la clase trabajadora, le impide avanzar en soluciones reales y de calado.

Pero mientras transitamos hacia una sociedad que lo supere, se podría empezar por detener la hemorragia utilizando las políticas monetarias para garantizar empleo digno y de calidad a la gente y blindar las políticas públicas de vivienda, educación, sanidad, dependencia, cuidados y medioambiente. Imaginaos lo que habría podido hacerse con 4,4 billones de euros en Europa, que es el dinero que ha creado el Banco Central Europeo, si hubieran sido destinados a rescatar a las víctimas de la crisis en vez de a los responsables que se lucraron con la misma.

Saquemos del mercado los derechos porque son demasiado importantes como para dejarlos al albur de leyes de oferta y demanda. La tierra cultivable, los mares, la vivienda, la sanidad, la educación o los cuidados no pueden depender la rentabilidad económica ni pueden depender de que alguien se pueda lucrar con ellos.

Hay que garantizar pan, empleo, techo y servicios públicos a toda la gente y eso pasa por poner la economía al servicio de la sociedad y no al revés, como de hecho sucede ahora. En definitiva, se trata de hacer que paguen las crisis gentes que siempre fueron capaces de mirarlas por encima del hombro. Y la verdad es que eso son palabras mayores porque supone enfrentarse con personas que mandan mucho sin necesidad de presentarse a las elecciones. Pero toca enfrentarse al reto sin caer en el pánico y desde la seguridad de que todo esto es posible y solo hace falta voluntad política.

Sí, se trata de ir a votar a las opciones políticas que, dentro de la coalición Unidas Podemos,  proponemos soluciones de esas que no dejan dormir a quienes consideran intocables sus privilegios. Pero no solo eso. Porque abordar transformaciones profundas es imposible sin movilización que las empuje y las sostenga frente a todos los ataques.

Como dice mi admirada Yayo Herrero, el miedo únicamente paraliza si estás sola o solo y esta recesión no debe pillarnos a las clases populares ni temerosos, ni aislados, ni desprevenidos, ni desorganizados. Ojalá cuando suenen tambores de crisis, los que tiemblen sean las élites. Depende de nosotras y nosotros.

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